domingo, 30 de abril de 2017

BIOGRAFÍA de Edgar Allan Poe



     Julio Cortázar pensaba que, en la batalla  entre Edgar Allan Poe y su padre adoptivo, el acaudalado empresario  John Allan, este último había perdido la partida contra el poeta en todos los terrenos.  Allan había apostado a que ese “hijo” fuese un continuo de su vida, un abogado, un hombre dedicado al comercio, un inversor de la heredada fortuna de su tío. En lugar de eso, el  chico resultó ser el escritor más creativo del siglo XIX.
      Nacido en 1809,  Edgar escribiría poemas a los once años. A los dieciocho quería publicarlos.  La conflictiva relación entre hijo no biológico y padre autoritario es materia sustancial de todas las biografías. De hecho, el jovencísimo Poe rompía relaciones con su padre adoptivo a menudo, y luego volvía a buscar su comprensión y su amor, ya sea a través de cartas melodramáticas o con su presencia escandalosa que anulaban las acciones rápidas de madrastra y empleados domésticos, echándolo a patadas de la casa familiar.
       Pero Poe aportaba a la conflictiva relación algo muy importante en su favor: libros. En 1827 publica el primero: Tamerlán y otros poemas. Dos años después, Al Aaraaf, Tamerlán y poemas menores y en 1831, un tercero: Poemas. Su padre no quería saber nada de él, pero antes de morir en 1834 bien podía llegarle la noticia de que aquel hijo terrible también publicaba cuentos, y que ganaba premios con ellos.
         El poeta se abocaba ahora a los relatos para presentarse en certámenes literarios y ganar los dólares que su padre le negaba. En 1832 se presentó a un concurso con un cuadernillo de cinco cuentos impactantes; no ganó el premio pero su lectura impulsó a los editores a publicar aquello que los había sobrecogido, entre ellos el relato “Metzengerstein”. Por fin en 1833 gana el primer premio del concurso convocado por el Baltimore Saturday Visitor, con “Manuscrito hallado en una botella”. Uno de los jurados, que luego se convertiría en defensor y mentor de Poe, era un hombre con un nombre contundente: John Pendleton Kennedy.
       Pero ni los laureles ni los papeles impresos podían conmover al ya muy enfermo John Allan : no dejó en su testamento ni un céntimo para Edgar Allan Poe, quien si bien es conocido universalmente lisa y llanamente como “Poe”, mantuvo el resto de su vida el apellido de su familia adoptiva sin quitarlo del medio.
Autopercepción
      En 1842, Poe acercó una nota autobiográfica a Rufus W. Griswold –el escritor y reverendo que sería el ambiguo albacea de Edgar- para que fuera incluida en The poets and poetry of América, a punto de publicarse.  La presentación es sensacionalista y mezcla datos de la realidad con la más pura fabulación.
     Allí se refiere a su  origen, a sus padres muertos que lo dejaron  huérfano a los dos años de edad. Omite la profesión de sus verdaderos padres, el teatro, pero no la de su abuelo paterno, el general Poe, que llegó a ser  héroe y amigo de Lafayette. Cuando presenta a su familia adoptiva, lo hace girando su discurso alrededor del Sr. Allan, a quien presenta diciendo “un caballero muy adinerado de Richmond, Virginia, que se encariñó conmigo”.  Unas líneas más adelante, sostiene: “Me crió la familia del señor A., que siempre me consideró su hijo y heredero, dado que no tenía otros descendientes”. Luego, comienza la retahíla de fabulaciones: viajes por Europa plagados de aventuras a lo Byron, que hoy está demostrado que no hizo. Nada menciona de los hijos ilegítimos de Allan, y reduce a uno los tres hijos que tuvo este con la segunda esposa, (una vez que murió la protectora de Edgar, la Sra. Frances Allan). Finaliza Poe diciendo : “Si bien era dueño de grandes propiedades, no me dejó nada”.
        De hecho, la adopción legal nunca se efectuó, y cuando el Sr. Allan muere, no incluye en la herencia  a ese hijo turbulento a quien le ha negado una y otra vez apoyo y con quien ha tenido violentos altercados numerosas veces. Para la posteridad, John Allan ha quedado como un señor  flojo de entendederas y profundamente tacaño. Pero el itinerario de Edgar Allan Poe sugiere que era muy difícil lidiar con él. Desfiló por ciudades y redacciones de periódicos y revistas buscando la aprobación y la aceptación de su difícil personalidad. Lo echaron los jefes, lo acusaron sus pares.
      Es interesante estudiar la vida de Edgar Allan Poe con un mapa de la costa este de Estados Unidos en la mano.  Su vida transcurre como la de un verdadero trashumante. El azar quiso que naciera en Boston, porque su madre actriz estaba representando una obra allí. La orfandad y adopción  se producen en el Sur, en Richmond, Virginia, adonde vuelve una y otra vez a lo largo de su vida de cuarenta años. En la infancia se educó en colegios de Londres, pero desde la adolescencia ya se lo encuentra alternativamente en Richmond, Filadelfia, Baltimore, New York.
      Ese trasiego en busca de éxito, o sencillamente, de un lugar en el mundo donde vivir y escribir, puede ser imaginado acompañado de libros, de revistas, de papeles, de paquetes de cartas.  Adjudica a las tremendas negativas de su padre adoptivo el hecho de haber buscado el ejército para mantenerse en un principio, donde fue dado de baja, al igual que en la Academia militar. Pero Poe también confiesa “me encomendé a la literatura como remedio”.
      Edgar Allan Poe fue un autor prolífico, pero no sólo de cuentos y poemas. Fue un periodista  cultural, un crítico literario. Se ganaba la vida con su pluma. En su nota autobiográfica inflada declara: “últimamente estuve escribiendo artículos sin cesar para dos publicaciones británicas”. Otro invento, pues se sabe que nunca escribió para Inglaterra, pero que demuestra su visión de sí mismo como un laborioso de la pluma, un escritor vertiginoso que produce incansablemente.
Talento vs grisura
      La percepción que tenía de sí Poe a medida que van pasando los años va confirmándose. Él se siente un genio, un intelectual extraordinario. Lo era: fue uno de los hombres más imaginativos de todos los tiempos, maestro del género terror, iniciador de la literatura policíaca  y precursor de la ciencia ficción.
     Fue también poeta y performer. Compuso poemas que resultaron célebres por su extraordinaria sonoridad, como “Annabel-Lee”, o el sobrecogedor “El cuervo”, que no sólo producía efectos misteriosos en quien lo leía, sino en quien lo escuchaba de boca de su propio autor. Los lentos recitados de Poe, vestido de negro, con su voz profunda, eran un éxito: la gente pagaba entrada para escucharlo presa de la admiración. También supo recitar su delirante y poético ensayo sobre el universo, “Eureka”, pero esta vez no en sala de conferencias sino en tabernas y en bares.
     Era un genio pero resultaba exasperante convivir con él. Uno tras otro se fueron desprendiendo de Poe los dueños de las revistas que lo contrataban como redactor.  Por su parte, a él lo exasperaba la mediocridad humana. En los numerosos artículos de Poe que pueden ser incluidos como Miscelánea, aparece una y otra vez la cuestión obsesiva de qué es ser un genio.
    En enero de 1848, un año antes de su muerte, escribió en el Graham’ s Magazine: “Nosotros, simples hombres del mundo, (...) deberíamos estar alertas no sea que –imaginándolo en las últimas- insultemos y maltratemos a algún pobre genio en el mismo instante en que pone un pie en lo más alto de la escalera del triunfo. Es un truco habitual que estos individuos, cuando están por lograr un objetivo largamente acariciado, se hundan ellos mismos en el profundísimo abismo de una aparente desesperación, con el único propósito de incrementar el espacio de éxito por el que han decidido trepar”. No hace falta hilar muy fino para percatarse que, entre los dos bandos (los simples hombres del mundo y los genios  autodestructivos y ególatras), se pone en el segundo.

Laborioso

      La conciencia del propio valor es lo que llevó a Poe a tener esa constancia que lo sustrae de los pozos depresivos, de los episodios casi psicóticos, del alcohol profuso y vomitivo, del láudano, del opio. La desesperación nunca lo traga del todo, como los abismos se tragan a los personajes de sus cuentos, como se traga el lago a la casa de los Usher. En el prefacio a Tamerlan y otros poemas, su primer libro firmado bajo el seudónimo “Un bostoniano”, el jovencísimo Poe dice una frase profética: hablando de sí mismo en tercera persona declara que “el fracaso nunca lo hará desistir de ninguna decisión que haya tomado”.
        De hecho, el tesón con que una y otra vez intenta publicar los libros para los cuales el padre no ayuda con un dólar en su edición, se corresponde con el tesón con que intenta fundar revistas, revistas literarias que no significan sólo un artilugio para ganarse el pan, sino proyectos llenos de entusiasmo con severos lineamientos metódicos de cómo debe ejercerse el periodismo cultural y la crítica literaria.
     Despedido de su primer gran empleo como periodista en el Southern Literary Messenger, su energía lo llevaba a fantasear y programar una revista literaria donde pudiera hacer aquello que el Southern no le había permitido: “Me resultaba difícil imprimir a sus páginas esa individualidad que considero esencial para el éxito total de una publicación de ese tipo. (...) Me pareció que era de vital importancia mostrar un carácter definido y constante, con una marcada certeza de propósitos. (...) El principal objetivo de la revista que propongo será que se le reconozca como una publicación en la que siempre se podrá encontrar una opinión honesta y valiente sobre cualquier tema.(...) Su propósito principal será el de entretener, apelando a la versatilidad, la originalidad y la mordacidad”.
       Corría el año 1840 y Poe buscaría a lo largo de esa década publicar por fin esa revista, sin conseguirlo. Los nombres como Penn Magazine, o  The Stylus, se desvanecían en el aire. En cambio, Poe debía trabajar en publicaciones de otros –la mencionada Southern Literary Messenger, el Burton’s Gentleman Magazine, el Graham’s Lady’s and Gentleman’s Magazine, el Broadway Journal-  pujando siempre entre la conciencia de su propio valor y la mediocridad colectiva.
       En efecto, como contrapartida de la obsesión por el genio está la obsesión por la mediocridad. La pasión de Poe por denunciar un mundo de mediocres a su alrededor se ve en los numerosos artículos que pueden ser incluidos bajo el rótulo Miscelánea y que denuncian estupideces de otros autores, ya sean contemporáneos o de la Antigüedad. Mezclada con la necesidad de señalar la estupidez, Poe es un obsesivo rastreador de plagios. (Curiosamente, él también sería acusado de escribir plagios cuando  se descubrió que un ¡tratado sobre moluscos! que había aparecido bajo su firma, en verdad era un “levante” de un libro inglés).
       Poe, que era un hombre de una vastísima cultura y un lector contumaz (se dice que leía hasta quince libros en un mes y que se quedaba hasta la madrugada leyendo noche a noche), perseguía a los imitadores entre los clásicos y entre sus contemporáneos.  En el Graham’ s Magazine aparecieron una serie de análisis literario/grafológicos , donde Poe realizaba un irónico paralelo entre la producción literaria de los escritores de moda y su caligrafía. Artículos como estos dieron lugar a una feroz polémica y una guerra desatada entre Poe, pertrechado en sus publicaciones, y los literati, atacando desde cartas de protesta al periodista que cumplía con su ideal de “mordacidad”.

Buscador de plagios

      Del poeta consagrado en su tiempo H.W.Longfellow (profesor de Filosofía Moral de la Universidad de Harvard), dice irónicamente que  “merece ocupar el primer lugar entre los poetas de Estados Unidos, ciertamente el primer lugar entre quienes dicen ser poetas prominentes. Grandes son sus virtudes mientras que sus pecados son, principalmente, los de afectación e imitación (imitación a veces rayana directamente en plagio).”
      Su irreverencia asimismo muestra una prelidección por los insultos literarios, de los que evidentemente también él fue blanco furibundo cada vez que publicaba una de sus críticas “mordaces” y los autores escribían protestando para defenderse.       
     Como preámbulo a su serie de artículos La gente de letras de la ciudad de Nueva York, Poe realiza una declaración de principios sobre lo que debe ser la crítica literaria e insiste que el gran error de sus “colegas” contemporáneos está en que en lugar de juzgarse el libro, se juzga al autor del libro. “Así se construyen las “reputaciones” efímeras las cuales, en su mayor parte, cumplen el propósito para el que fueron diseñadas, es decir, llenar las billeteras del charlatán y del editor del charlatán.”
      La descripción que continúa realizando Poe en 1846 de las roscas literarias brilla por su lucidez ciento cincuenta años después: “Los charlatanes literarios buscan, especialmente, conectarse personalmente con quienes están relacionados con la prensa. Estos últimos, al escribir una crítica voluntaria sobre el libro escrito por un conocido, parecería que escriben no tanto para que la crítica sea leída por el público, sino por el conocido”.

Escribir para el mundo

      Así aparece en Poe la dicotomía público/rosca literaria que él tiene clarísima y por cuyo primer polo se inclina. Poe se sabía admirado por el público. De hecho, cada vez que comenzaba a trabajar en una publicación, cada vez que sus cuentos se publicaban en una revista, las ventas crecían. Los editores lo sabían, por eso aguantaban una y otra vez los problemas de Poe con el alcohol, sus depresiones y su ausentismo laboral. Pero a los editores no les convencía como periodista Poe. Les irritaba que fuera tan “mordaz”, que sintiera esa predilección por destrozar al escritor mediocre.
      Poe se defendía diciendo que si se hacía un recuento minucioso de sus reseñas literarias, la mayoría de ellas eran positivas y que sólo en una minoría había sido destructivo. Sin embargo, el perfil de Poe como crítico fue siempre cuestionado por sus jefes, que no querían llevarse mal con catedráticos y colegas de otros medios de prensa.
     Cuando planifica sus revistas literarias, cuando escribe el desideratum de lo que debe ser una revista literaria, se sabe un ciudadano de la República de las letras, a la cual hay que servir en sus intereses generales y no particulares, considerando “el mundo en general como el único adecuado para el autor”.
     Y fue justamente el mundo en general quien lo leerá con fruición, pues Poe constituye esos extraños casos de escritor refinado y culto, antiprogresista (como buen sureño), aristocratizante y decadente que sin embargo se ganó a las masas de lectores. Muchos de sus cuentos se harían sumamente populares. Ya en vida de Poe, el éxito de “El Cuervo” fue todo un aviso. También su conferencia El principio poético fue escuchada por un público que abarrotaba la sala.
     Su última gira literaria en 1849 es un éxito, ese éxito que su ego ardiente y a la vez autodestructivo buscaba. En Richmond, el rechazado por el padre adoptivo, el hijo de actores tuberculosos que nunca fue oficialmente adoptado por la acaudalada familia, el que no tenía dinero para derrochar como sus compañeros de la Universidad, ahora, tantos años después, da conferencias y gusta a todo el mundo. Lo escuchan y aplauden. Recita “El Cuervo” una y otra vez.
    Dicen que en esos últimos días de su existencia Edgar Allan Poe llegó a ser feliz, reencontrándose con el viejo amor de su adolescencia de  quienes intrigas familiares habían separado, Sarah Elmira Royster Shelton, viuda ya y libre de reiniciar una relación con él.
     El 24 de setiembre de 1849 da una última conferencia: los organizadores  han subido los precios de las entradas de la misma. Su propósito es casarse con Elmira, pero debe continuar su viaje hacia Baltimore, Filadelfia y Nueva York.
      Unos días más tarde, el rastro se pierde y comienzan las hipótesis. Lo cierto es que Edgar Allan Poe apareció en Baltimore tirado en la calle, con la ropa dura de tan sucia, cual “clochard” alcoholizado al extremo. Nadie sabe si se detuvo en alguna taberna para desembocar en un abismo de incontinencia frente a su viejo amigo y enemigo, el alcohol, o si fue víctima de ladrones o estafadores o cazadores de votos, que buscaban vagabundos para embutirlos de licor y hacerlos votar una y otra vez por su lema.  El 7 de octubre murió en un hospital, presa del delirio.




lunes, 17 de abril de 2017

FAUSTO, de Goethe


"La noche"

La obra Fausto, de Wolgfang Goethe, puede ser considerada una obra teatral. De hecho, está constituida enteramente por monólogos y diálogos, e incluso tiene acotaciones que informan a aquellos que la representarán el lugar y el tiempo de la acción.Sin embargo, hay quien percibe en Fausto una obra más para ser leída que actuada, dada la extensión de los parlamentos de los personajes.Tal vez el joven Goethe, que comenzó a escribir su Urfaust cuando formaba parte de un grupo de amigos que se autodenominaba Sturm und Drang, haya proyectado su obra para ser leída en voz alta.No obstante, las adaptaciones teatrales, cinematográficas y operísticas han proliferado desde que se publicó este libro. Goethe estuvo 60 años para escribirlo en su totalidad: el Fausto en sus dos tomos fue editado póstumamente, luego de la muerte de Goethe en 1832.Goethe, con el tiempo, realizó enmiendas y agregados a su obra, por ejemplo, le añadió un "Prólogo en el cielo"donde Dios y el diablo -Mefistófeles- realizan una apuesta sobre quién se va a quedar definitivamente con el alma de Fausto.Pero el verdadero inicio de la acción es el momento en que los lectores - o espectadores- nos hallamos en la escena "La noche". La acotación y el monólogo muestran un hombre solo, en una siniestra habitación abovedada, que en mitad de la noche y frente a su escritorio de estudio se cuestiona su vida.En efecto, el personaje hace una evaluación de aquello a lo que se ha abocado con "obstinado empeño" y que hoy siente como algo inútil. Realiza una sucinta enumeración de todas las disciplinas que ha estudiado: Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también Teología.La única conclusión que esos largos años de estudio le han brindado es la convicción de "nada es posible saber". A diferencia de Sócrates, con su famosa frase "solo sé que no sé nada", Fausto se presenta como un anciano inundado de pesimismo, solitario, que no siente empatía por sus discípulos, a quienes reconoce llevar de un lado a otro sin darles realmente conocimiento.También desprecia a sus colegas, a quienes llama "caterva de imbéciles", y a todo ese mundillo intelectual que, en el momento en que transcurre la obra -a fines de la Edad Media- se consideraban dueños de la verdad: doctores, maestros y curas que practicaban un conocimiento acientífico.Toda esa vida de estudio tampoco le ha brindado dinero ni éxito ni familia ni amor, pero sobre todo, sí le ha dado frustración. Se siente casi un traidor al enseñar, como profesor, conocimientos que está seguro de no saber exactamente. El mundo está lleno de misterios encerrados en sus entrañas, que a Fausto le atraen profundamente.Está harto de las palabras "vacías". En esta primera imagen Fausto parece un fracasado que está haciendo una evaluación muy negativa de su vida y que siente que todo lo que ha hecho es solo un "tráfico de palabras". Da la impresión de que las siente vacías.



La luna


Pero en este monólogo no todo en Fausto es dolor y desesperación. De pronto, la luz de la luna lo ilumina. La luna, símbolo de paz, femineidad y misterio en tantas culturas, parece ser una amiga que lo protege. Entonces le habla a ella, personificándola, como si fuera la única capaz de escuchar sus penas en ese mundo. La luna sustituye al Dios cristiano al que en este momento no se invoca. Fausto quisiera vagar por los campos a la luz de la luna, húmeda de rocío, como un espíritu. Se ha visto con frecuencia la asociación entre las ideas de este Goethe y el panteísmo de Spinoza, que consideraba a la Naturaleza como el verdadero Dios.
Pero ese momento de paz interior dura poco. Tras dirigirse a la luna, Fausto vuelve a autocompadecerse y entonces describe el lugar en donde ha pasado tantos años. Lo denomina "cárcel", metáfora que puede entenderse tanto como el gabinete de estudio como su cuerpo, su propia vida.


La renuncia a la ciencia


Vuelve entonces el Fausto violento y enfadado con la vida. Vuelve aquel hombre que había admitido no temerle al cielo ni al infierno. Ve los libros alrededor y los siente podridos y agusanados.
Ha llegado a un punto límite. Da la impresión que su soliloquio con la luna fue una despedida. ¿Estará a punto de suicidarse?
No, en lugar de suicidarse este Fausto desesperado abandona la ciencia y se deja llevar por la magia.
Entonces es cuando abre los libros del siniestro Nostradamus y comienza a actuar como un brujo.




Fausto II 
Invocación a los Espíritus 


El signo del Macrocosmos y el Espíritu de la Tierra

Cuando Fausto ya muy decepcionado de su fracaso como científico parece que solo le queda como alternativa el suicidio o la huida de su gabinete, vuelve los ojos a un libro muy especial. Se trata de un libro que se destaca entre los papeles agusanados. Es un libro de ocultismo escrito por el famoso astrólogo Nostradamus.
Al abrir el libro se le aparece un signo, el del Macrocosmos, que produce en Fausto una extrañísima reacción, como si entrase en un mundo desconocido. Se atreve entonces a invocar los espíritus, a quienes siente flotando alrededor.
Está incursionando en un territorio que siempre ha rechazado: lo sobrenatural. Ni la ciencia ni la religión cristiana le han brindado elementos para la cabal comprensión del universo, pero ese simple signo en ese libro maldito le abre las puertas a sentimientos insospechados.
Fausto, mirando el signo, siente que las fuerzas ocultas de la vida se le manifiestan frente a él. Deja atrás su angustia y parece sentirse fascinado por ese espectáculo que se le manifiesta.
La gran pregunta es : ¿el signo verdaderamente hace efecto sobre él o es enorme la sugestión y el delirio del viejo Fausto que necesita creer en algo nuevo?
Pronto otra vez lo gana la depresión. Este personaje, típico del Sturm und Drang, y un pionero del Romanticismo, se muestra a merced del torrente de pasiones. La desesperación lo embarga a pesar de que acaba de preguntarse ; "¿SOY YO MISMO UN DIOS?"
Claro que no le sirve tan solo observar. Quiere actuar. Quiere ser partícipe de las fuerzas del universo. Se cree un titán.
Entonces sigue avanzando en el peligroso libro de Nostradamus. Ahora en lugar de conformarse con el espectáculo del todo del cosmos, invoca al Espíritu de la Tierra,
Hasta entonces, todo cuanto sucedía podía ser parte de la imaginación de Fausto. Pero a través de sus palabras nos percatamos de que, efectivamente, algo tremendo está sucediendo alrededor.
Si Fausto se representa como obra de teatro, esta escena deberá ser descollante. Una imagen aterradora se le presenta entre luces y fulgores en el gabinete. Tan exorbitante es, que Fausto se llena de miedo y exclama : "Horrrible visión" y enseguida "¡Infeliz de mí!"
El espíritu lo desprecia entonces. ¿Por qué invocarlo si Fausto es a su criterio un pobre gusano muerto de miedo?
Pero pronto Fausto se recupera y le grita al Espíritu: "¡ Yo soy Fausto, Fausto, tu igual!"Por fin nos encontramos ante un nuevo Fausto, ha dejado atrás las dudas y está dispuesto a todo.
Pero en ese momento interrumpe Wagner, su asistente, que con su inocencia, su gorro de dormir y su mediocridad corta la magia en que se veía hundido Fausto, y nuevamente se impone la condición humana, limitada y a merced del hambre y el dinero.


Avanza la noche - Aparición del Espíritu de la Tierra



 Incursión en la Magia

“¡Vosotros, espíritus que estáis flotando junto a mí, respondedme si me oís!”, invoca el doctor Fausto en mitad de la noche, encerrado en su gabinete.
Acaba de abrir el libro de Nostradamus y ha visto el signo del Macrocosmos. Por lo tanto, en lugar de huir al amplio campo bajo la luz de la luna - como había anhelado- huye al amplio campo de la magia. Es el abandono definitivo DEL ESPÍRITU RACIONALISTA QUE ESPERA ENCONTRAR LA FELICIDAD HUMANA EN LOS PROGRESOS DE LA CIENCIA Y EL CONOCIMIENTO.
Los libros agusanados que ha dejado de lado son los de “Filosofia, Medicina, Jurisprudencia, y también Teología”,  las disciplinas que han ocupado sus días y lo que nos ha dicho ha estudiado toda la vida.

Nostradamus.

Se zambulle en el libro de Nostradamus, un misterioso astrólogo, pensador y promotor de profecías que escribió exitosos libros en el siglo XVI, siendo acusado de hereje.
Aunque Goethe escribe su obra en el siglo XVIII, la historia del personaje se desarrolla a fines de la Edad Media, pues hubo un auténtico Fausto en el siglo XVI que dio origen a la leyenda que retoma Goethe del “sabio que vendió su alma al diablo”.
Por lo tanto, es natural que el personaje de Fausto conociera los libros de Nostradamus. Como astrólogo, los libros de Nostradamus presentaban signos de carácter críptico, esotérico. El primero que Fausto descubre es el del Macrocosmos, que por un rato lo fascina y lo envuelve en una extraña voluptuosidad, como si se estuviera desprendiéndose de su realidad cotidiana rutinaria y se acercara a las fuerzas vivas del universo.
NO OLVIDEMOS QUE ESTO ES TEATRO, por lo tanto, a través de un monólogo, es el propio personaje de Fausto el que explica a los receptores qué es lo que verdaderamente ve: y ve, por ejemplo, cómo la energía del universo circula como a través de cubiletes de oro.
Mirando el signo del Macrocosmos Fausto se pregunta “¿Soy yo mismo un dios?”. El titanismo se le ha despertado, su soberbia que lo ha llevado a pretender ser el hombre más sabio del mundo ahora lo lleva a pretender estar en contacto con la energía del universo y tener la clave para su comprensión.
PERO FAUSTO ES UN TÍPICO PERSONAJE DEL STURM UND DRANG (Tormenta y pasión) y su personalidad cambia constantemente de registro, de la euforia y el trance pasa a la depresión y al sentimiento de fracaso.
Porque evidentemente mirando el signo del Macrocosmos no hace más que ser un espectador. Y Fausto quiere intervenir, actuar, tener poder.
Entonces, simbólicamente, da vuelta la página. Y el siguiente signo que se le presenta es el del Espíritu de la Tierra.

Un paso más allá

 Este es un signo al parecer mucho más poderoso, pues no se trata solo de contemplar, sino de traer a espíritus de lo más recóndito del universo junto al propio Fausto. El conjuro parece hacer efecto. Fausto dice: “Mis fuerzas se multiplican”. Nuevamente se siente un coloso, un titán y es capaz de convocar a algo mucho más terrible. Está dispuesto a “lanzarse al mundo”. Se produce entonces, según las palabras de Fausto –y no una acotación- un cambio en el escenario. Se habla de luces, ruidos, un viento frío, un  fulgor rojizo.
Es la aparición del Espíritu de la Tierra, que lo hace por detrás de Fausto, quien se da vuelta y sufre un enorme impacto hasta gritar: ¡Horrible visión!
FAUSTO OSCILA PERMANENTEMENTE ENTRE SUS LÍMITES HUMANOS Y SU DESEO DE EXTRALIMITARSE. ES UN HOMBRE, SOLO UN HOMBRE, PERO SU AMBICIÓN POR CONTACTAR CON LAS FUERZAS SOBRENATURALES QUE LO SUPERAN ES MUCHA.
El espíritu, salido de un mundo fantástico, dice ´ "¿Quién llama?" Y es verdad: Fausto ha realizado una invocación.
(El director y escenógrafo que lleven a escena este episodio deberán usar efectos especiales para mostrar a este nuevo personaje, que parece salir de las profundidades de la Tierra.)



Pero Fausto quizás aún no esté preparado para ello. Porque al ver al terrible Espíritu y aterrarse, el Espíritu de la Tierra lo percibe como un hombre cobarde, como un “gusano” que se ha atrevido a movilizar fuerzas potentes siendo él un débil. El parlamento del Espíritu además de degradarlo le exhorta  A DEFINIRSE: “¿QUIÉN ERES?”, le grita.
Es mucho más que preguntar un nombre. Fausto debe decidir qué quiere ser en la vida: si un pobre anciano al borde de la muerte luego de haber desperdiciado toda su vida en los libros, O UN SUPERHOMBRE, EL MÁS PODEROSO DE LOS HOMBRES, UN SEMIDIOS, UN TITÁN.
Y, efectivamente, le contesta al Espíritu: “SOY FAUSTO, TU IGUAL”.


El Espíritu de la Tierra y Fausto hablan...
de igual a igual.
Fausto se siente herido en su amor propio ante los reproches del Espíritu de la Tierra, que lo acusa de haberlo invocado y de aterrorizarse ante su presencia. Sin embargo, el Espíritu parece extrañado de la reacción temerosa de Fausto, ya que también le llama SUPERHOMBRE.
Parece que las fuerzas oscuras del universo hubiesen detectado en Fausto un ser excepcional, capaz de dar la espalda a los valores cristianos para introducirse en un mundo sobrenatural donde rigen otras leyes.
El Espíritu menciona la poderosa voz que usó Fausto para llamar, la fuerza de un hombre que "creaba un mundo dentro de sí" pero que ahora parece un tembloroso  y "acurrucado"gusano.
Fausto reacciona y revierte su horror: se coloca al mismo nivel del Espíritu, como si él no fuera un hombre común, limitado. Y entonces el enojo del ser llegado de las entrañas de la tierra parece ceder.
El Espíritu se dispone a declamar la esencia del universo: "el oleaje de la vida" y declara: "trabajo en el zumbante telar del tiempo y urdo el ropaje viviente de la divinidad".
Por lo tanto, Goethe parece crear en esta escena la representación de las ideas panteístas de Spinoza". Dios, ese misterioso Dios que nada tiene que ver con las prédicas de los curas, está al parecer en el mundo secreto de la naturaleza, la Tierra y los espíritus.
El lenguaje del personaje es completamente exaltado, no tiene nada de humano, cada palabra trasunta grandeza. Y Fausto escucha, asombrado y fascinado.
Si hasta este momento podría verse en Fausto un pobre viejo loco que invoca espíritus y se deja llevar por el brujo Nostradamus, aquí Goethe pretende mostrar que ese mundo terrible existe y que muy pocos tienen acceso a él.
Por eso Fausto se siente ya muy cerca de la divinidad, y él mismo, que presiente su fuerza, dice que es LA VIVA IMAGEN DE LA DIVINIDAD. La idea de que el hombre es igual a Dios atraviesa al personaje de Fausto, que no se conforma con ser un hombre.
En ese momento, la obra presenta un ANTICLIMAX, con humor, por cierto. El ayudante Wagner, golpea y entra en la alcoba de Fausto, pues lo ha escuchado gritar.
La presentación del personaje es burlona, aparece en gorro de dormir, en bata y con una vela en la mano. Su propuesta es ridícula: ha creído que su amo estaba declamando una tragedia griega y quiere que le enseñe los trucos de la oratoria así luego le da clases a curas y gana un poco de dinero.
WAGNER REPRESENTA EL ASPECTO MEDIOCRE DEL MUNDO, POBRE Y MISERABLE, DEL CUAL FAUSTO DESEA ESCAPAR.
FAUSTO ES TERRENO PROPICIO PARA QUE EL DIABLO INTENTE LLEVARSE SU ALMA. ES UN HOMBRE QUE NO ACEPTA LOS LÍMITES IMPUESTOS POR DIOS. NO ACEPTA LA DEBILIDAD, LA POBREZA.
POR LO TANTO, PRONTO LLEGARÁ EL MOMENTO EN QUE MEFISTÓFELES SE LANCE EN SU ASEDIO.


Síntesis de los sucesos anteriores al pacto

Luego que penetra de golpe Wagner en la habitación, el Espíritu de la Tierra se desvanece. Entonces se produce un diálogo entre Fausto y Wagner, su asistente. Se produce  una presentación indirecta del personaje protagónico, pues Wagner, en su mediocridad, siente devoción por él y le dirige alabanzas.
Pero, al retirarse Wagner, Fausto queda nuevamente sumido en sus propios pensamientos. Se produce el segundo monólogo de Fausto, aunque hay quien ve en este la continuación del primero.
El personaje se ve inundado otra vez por el peso del fracaso, y  nos informa que en su gabinete (al que describe largamente en sus palabras), está escondido un frasquito que contiene un licor para procurarse su muerte. Es veneno, veneno que él mismo ha producido.
Está a punto de beberlo cuando un coro de ángeles suena, y recuerda al personaje que es la Pascua, y se festeja en el mundo de afuera la resurrección de Jesucristo.
Entonces Fausto se decide a salir al mundo a ver la festividad cristiana, Wagner lo acompaña. Se cruzan entonces con turbas de seres humanos que parecen contradecir los preceptos de la religión. Los jóvenes aprovechan la fiesta y la multitud para ir detrás de las mujeres. Una joven de la clase media desprecia a las criadas. Se ve una Humanidad llena de defectos, aunque se escuchan los coros angélicos que parecen observarlo todo y controlarlo.
Y en la multitud, la gente lo reconoce porque él es un famoso médico que junto a su padre intentó curar la peste cuando esta se propagó por la ciudad. Fausto cree que sus medicinas mataron personas en vez de curarlas.
Pero Fausto se deja llevar por el gentío y confiesa a Wagner una famosa frase: "Dos almas habitan en mi pecho, tendiendo una de ellas a separarse incesantemente de la otra". Se refiere a un alma que persigue los placeres carnales y otra que tiende al encuentro con Dios.
Fausto regresa a su gabinete  seguido por un perro de aguas, que realiza extraños círculos alrededor.
Se produce entonces la primera de las escenas denominadas "En el gabinete de estudio".
Fausto entonces se dispone a traducir el Nuevo Testamento a la "bella lengua alemana", pero en cuanto comienza a pronunciar las palabras sagradas, el perro se agita. El perro resulta francamente extraño,  adopta sucesivas metamorfosis, hasta que finalmente se convierte en estudiante.
Mientras tanto, Fausto dialoga con este lábil personaje y comprende que se trata del diablo. El diablo se define a sí mismo como un ser que siempre persigue el mal y siempre termina haciendo el bien. En realidad en esta definición se intuye la fe cristiana del propio Goethe, que plantea que en definitiva el diablo es un instrumento de Dios para que los seres humanos sean dueños de su destino y su libertad.
El diablo desea irse del gabinete pero ya ha comenzado el proceso de tentación de Fausto. Este se sume en un profundo sueño y el demonio consigue escapar pese a un símbolo que había en la puerta y que se lo impedía.
Cuando Fausto despierta cree que su encuentro con Mefistófeles solo ha sido un sueño, pero da la impresión que el encuentro con el diablo lo ha dejado fascinado por este personaje.


El pacto entre Fausto y Mefistófeles


La escena inolvidable donde Fausto acepta entregar su alma al diablo comienza con la segunda incursión de Mefistófeles en el gabinete de estudio del viejo doctor.  Por una acotación el dramaturgo indica que el personaje de Mefistófeles aparece vestido de hidalgo, es decir, de un noble de buena posición económica. Pero, sin embargo, viene vestido de rojo. Aquí hay una antítesis clara: no puede esperarse nobleza en el diablo, y Goethe lo imagina con algún detalle de la ICONOGRAFÍA TRADICIONAL CON QUE SE REPRESENTA AL DEMONIO Y SU ASOCIACIÓN CON EL COLOR ROJO.
A DIFERENCIA DE OTRAS REPRESENTACIONES ESTEREOTIPADAS DEL DIABLO, GOETHE OPTA POR HUMANIZAR A MEFISTÓFELES, QUIEN ENTONCES RESULTA MUCHO MÁS VEROSÍMIL COMO PERSONAJE.
FAUSTO Y MEFISTÓFELES SON EN ESTA OBRA DRAMÁTICA PROTAGONISTA Y ANTAGONISTA RESPECTIVAMENTE, PERO AQUÍ EL DIABLO SE PRESENTA COMO UN AYUDANTE DE FAUSTO.


Estudio de personajes

a) Fausto

Estamos ante a una obra de teatro. El género dramático no solo se caracteriza por la acción, sino también por el conflicto.
El conflicto de Fausto ya ha sido definido por él anteriormente; "DOS ALMAS HABITAN EN MI PECHO". Una que tiende a la pasión del cuerpo , y otra que lo acerca a Dios.
Pero la primera vez que vimos al personaje, en su gabinete de estudio, no se divisaban ambas almas.
Solo veíamos un anciano que meditaba sobre el fracaso del conocimiento.
Sin embargo, en esta escena (Gabinete de Estudio II), Fausto parece CONFESARSE frente a Mefistófeles y advertimos una serie de aspectos de su psicología que no lograba haberse confiado ni a sí mismo en sus largos monólogos.
Empieza, en su diálogo con Mefistófeles, explicando que es viejo pero no como para haber perdido el DESEO. Y así se abre una faceta insólita en este viejo profesor, en este científico frustrado: está lleno de ganas de vivir.
Ha desistido de los placeres porque los ha postergado por su ansia de conocimientos y sus horas abocadas al estudio. Pero ahora, que los libros lo han decepcionado, se percata de cuánta necesidad hay en él de sentir PLACER.
No han sido solo los libros quienes se lo han arrebatado. Ha sido EL MUNDO. La sociedad, la cultura, la religión, parecen haberle ordenado "DEBES PRIVARTE". Toda la vida se ha reprimido y no solo para abocarse a los estudios. Ha tenido miedo de dejarse llevar por las pasiones.
"Lleno de angustia me despierto cada mañana", confiesa. A continuación, también explica que al dormirse lo atormentan espantosos sueños. POR DENTRO SE SIENTE UN TITAN, COMO SI HUBIERA UN DIOS ADENTRO DE SU PECHO, pero su cuerpo no ha logrado alcanzar la altura del disfrute, sino que se ha consumido. 
Fausto es un desesperado que ha visto pasar la vida sin acceder a la FELICIDAD. Envidia a aquellos que han muerto en una batalla heroica o en los brazos de una muchacha, en una cama.
Su vida de represión no le ha permitido dar rienda suelta A LAS PASIONES.
Ante Mefistófeles, lanza una SERIE DE MALDICIONES, cada una más grave que la otra. En su LARGA IMPRECACIÓN HACE UN RESUMEN DE LOS PRINCIPALES HITOS DE LA VIDA HUMANA,  aspectos normales,como tener un oficio, un trabajo y una familia, pero también maldice la riqueza y hasta el vino,  pero sobre todo, culmina maldiciendo la fe y la paciencia.
FAUSTO AQUÍ PARECE CONVERTIRSE EN UN HEREJE, UN RENEGADO QUE DESTRUYE LA CREACIÓN, EL UNIVERSO CONCEBIDO POR DIOS PARA QUE EL SER HUMANO HABITE EN ÉL.
Cuando Fausto desiste de todos los valores de la civilización es el momento oportuno para que Mefistófeles se lance a conquistar su alma. Fausto comienza a pactar con el diablo, quien le ofrece ser su criado con la condición de que ALLÁ sea completamente su esclavo.
Fausto contesta que no le importa el "allá", es decir, la vida ultraterrena, la vida después de la muerte, la eternidad del alma que propone el cristianismo. Está muy cerca de renegar de Dios. Es esencial en el cristianismo la convicción de que la vida ultraterrena es el premio o el castigo del camino que en la Tierra se haya transitado.
En una clara INTERTEXTUALIDAD CON EL GÉNESIS BÍBLICO, le propone a Mefistófeles ser su socio a cambio de obtener "EL FRUTO QUE NO SE PUDRE " y "árboles que todos los días reverdezcan". Eso significa que está anhelando, como Adán y Eva, probar el fruto que lo lleve al placer y a sentirse Dios. Pero también desea ser eternamente joven, como pensaban Adán y Eva que lo serían en el Paraíso, de no haber aparecido el demonio con forma de serpiente a tentarlos con el fruto prohibido.
Entonces acepta el pacto y choca las manos con Mefistófeles. Su condición es que el demonio le permita experimentar un instante en el que él pueda exclamar  al tiempo; ""!DETENTE, ERES TAN BELLO!




b) Mefistófeles


En esta escena puede hallarse un recurso frecuente en el teatro, que es el contraste de caracteres.
Mientras que Fausto se ha presentado como un desesperado, Mefistófeles aparece como un ser muy seguro de sí mismo.
Sus primeras palabras al llamar a la puerta son: "Soy yo", como si fuera un viejo amigo de Fausto. En realidad, el demonio ha estado siempre rondando las vidas humanas, y Fausto no es una excepción.
Inmediatamente se lo ve poniendo condiciones. Le exige a Fausto que le diga "Adelante" tres veces, como si fuera un número mágico, o tal vez, un conjuro pero al revés.
Lo primero que le propone a Fausto una vez adentro es vestirse como él para lanzarse a disfrutar el mundo. Ha venido vestido de hidalgo, con gran suntuosidad, pero de color rojo. Pretende que Fausto se mimetice con él. Parece contradictorio, ya que Fausto es un viejo. Pero Mefistófeles ya está deslizando lo que será la gran sorpresa del resultado del pacto: rejuvenecerá a Fausto.
En todo momento Mefistófeles le habla de un mundo de afuera que está esperando para que el viejo sabio disfrute los placeres de la vida.
MEFISTÓFELES HABLA POCO Y DE FORMA CONCISA, a diferencia del verborrágico Fausto.
Se caracteriza por su gran frialdad al hablar de temas que perturban al ser humano, como por ejemplo, la muerte.
Cuando Fausto exclama que  "la existencia es una pesada carga y deseo la muerte", Mefistófeles lo contradice con una breve metáfora y también personificación:  "jamás la muerte es el  huésped bienvenido". Parece conocer muy bien el alma humana. Sabe que la pulsión de vida es mucho más importante en el ser humano que la pulsión de muerte. Y hace referencia a cierto licorcillo que Fausto no se ha animado a probar.
En efecto, los espectadores ya saben por una escena anterior, que Fausto tiene preparado un veneno con el cual quiere suicidarse como forma de terminar con su fracaso y su sufrimiento.
¿Cómo lo sabe Mefistófeles? Fausto deduce que lo ha estado espiando, lo cual es verosímil con el espíritu maligno del personaje que tiene enfrente. Pero Mefistófeles le contesta : "No soy omnisciente, pero sé muchas cosas". El diablo que desde sus orígenes ha querido igualarse a Dios, sabe más que los seres humanos, pero no puede ser omnisciente como el Creador. Se sabe siempre en un nivel inferior a Dios, aunque usa sus poderes (relativos) para seducir a Fausto.
Entonces arremete otra vez. Le propone a Fausto "huir hacia el anchuroso mundo" y cesar de 'jugar con esta podredumbre" que cual buitre le devora las entrañas. Aquí Goethe realiza una referencia al mito griego de Prometeo, que quiso robar el fuego a los dioses, es decir,igualarse a ellos, y fue condenado a estar encadenado a una roca mientras un buitre le devoraba las entrañas.
El diablo insinúa que Fausto ha querido ser Dios a través del conocimiento, pero  que sin embargo, debe convertirse en un SER HUMANO COMÚN A MERCED DE TENTACIONES Y EN BUSCA DE PLACERES.
Le propone ser su COMPAÑERO, INCLUSO SU SIERVO, SU CRIADO.
Algo suena extraño en esta propuesta y Fausto se percata: nunca da el diablo sus servicios sin pedir algo a cambio.
Entonces comienzan los términos del pacto. Mefistófeles le propone ser su compañero ACÁ,  pero el alma de Fausto debe pertenecerle ALLÁ. 
Hay algo que oculta Mefistófeles,que no puede pasar desapercibido para ningún cristiano. Los cristianos creen que haciendo el bien en este mundo se determina la vida de ultratumba. El alma irá junto a Dios y los ángeles si se ha tenido una vida recta .
No es posible dividir el acá y el allá como está pretendiendo Mefistófeles. Así ya lo vemos como un ser manipulador, que dice su verdad oculta en adornos.
Cuando suscriben el pacto, Mefistófeles se ofrece a mostrarle lo que a ningún hombre le es permitido, tanto Fausto como los espectadores suponemos que se está refiriendo al placer, pero lo que el resto de la obra nos demostrará es que el placer a costa de la moral (como propone Mefistófeles) conduce inexorablemente al dolor.
El diablo entonces es engañoso, y en su seducción oculta información.
Simbólicamente, Mefistófeles le exige a Fausto firmar el contrato, pero no con tinta, sino con sangre.
Él parece restarle importancia al asunto, pero el uso de la sangre demuestra el horror en el que se introducirá Fausto de ahora en más.

lunes, 3 de abril de 2017

ILÍADA, de Homero

Canto I

Inicio de la cólera de Aquiles.




Esta imagen corresponde a un fresco de Pompeya, conservado casi intacto debido a que
la ciudad romana fue cubierta por las cenizas del temible volcán Vesubio, en el siglo I
A C. Esto demuestra que casi ocho siglos después de componerse la Ilíada, sus escenas seguían siendo capitales en la cultura grecolatina.
La pintura representa el momento en que Aquiles, en plena disputa con Agamenón, está desenvainando su espada para castigar la terrible acusación que acaba de inferirle el rey: "Huye pues si tu ánimo a ello te incita". Aquiles no puede soportar que se le acuse de cobarde, pero llega del Olimpo Minerva, la diosa de la sabiduría y de la guerra, que tiene entre todos los guerreros aqueos como favorito a Aquiles, y lo detiene tirándole del pelo.



Inicio de La Ilíada


En el Canto I, desde el primer párrafo, la voz narradora muestra la gravedad de los hechos a contar, pidiéndole ayuda a una diosa, -la musa- para contar una narración monumental, donde murieron tantos hombres de forma indigna. Hombres cuyas almas fueron precipitadas al Hades pero cuyos bellos cuerpos de guerreros no recibieron los rituales fúnebres esperados, sino que fueron devorados por perros y aves de rapiña.
El narrador enseguida advierte que el gran suceso que precipitó el desenlace de la guerra de Troya y el momento extremo de violencia y muerte fue la cólera de Aquiles, ira que se desató luego de la separación, disputando, de los guerreros y héroes Agamenón y Aquiles.
Inmediatamente pone a quienes escuchan -o leen- La Ilíada en antecedentes de tal pelea.
Los aqueos mientras asedian la ciudad de Troya, amurallada, han saqueado ciudades vecinas. Acampan a la orilla del mar, en tiendas.
De pronto, llega un anciano, un sacerdote de Apolo, dios que se venera en Troya. Se llama Crises y no es un simple anciano, sino que viene con las ínfulas del dios, con el símbolo de que Apolo le ha conferido poder.
Crises viene a exhortar a los aqueos a que devuelvan a su hija Criseida, raptada en uno de los saqueos por los griegos. Pero ofrece a cambio un espléndido rescate, que los dioses les permitan ganar la guerra y volver a casa felices y vivos.
Agamenón reacciona con violencia: "Que yo no te encuentre, anciano, cerca de las cóncavas naves", le grita amenazador.
Él es el rey, el jefe del enorme ejército aqueo, y por ahora nadie osa a contradecirlo. Defiende su derecho a quedarse con Criseida, ya que es su botín de guerra. Pero públicamente expresa su pasión por ella: prevé que le vendrá la vejez en su cama, en Argos. Eso significa que se piensa quedar con ella como concubina por el resto de sus días.
El sacerdote no contesta y se va por la orilla, su furia se advierte con el paralelismo de la imagen del "estruendoso mar", pero su llanto y su súplicas a Apolo son significativas: "paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas".




El liderazgo de Aquiles


Pronto los guerreros aqueos (los dánaos) empiezan a morir. Bajo el símbolo de las flechas del terrible dios Apolo, (dios de la belleza, del sol y de la música), caen los hombres uno tras otro. Los aqueos creen que se trata de una peste, pero el narrador nos informa que es la venganza de Apolo por el ultraje hacia Crises.
Pasados nueve días de muerte y horror, el griego que toma la iniciativa para buscar una solución es Aquiles. Ante la situación de emergencia, quien debería haberlo hecho es el rey jefe, es decir, Agamenón, pero al parecer Aquiles es un espíritu libertario y no acepta las jerarquías ni la injusticia.
Llama a junta, a asamblea, porque sabe que hay que tomar una decisión. Tal vez tengan que regresar a su patria, pero antes tienen que averiguar si el dios Apolo está ofendido por alguna hecatombe o sacrificio ritual que los griegos no han cumplido. Aquiles en este momento parece un hombre sutil, que con mucho tacto evita hablar de lo que todos deben intuir. Apolo está indignado por la deshonra realizada a Crises, su sacerdote.
No obstante, propone consultarle a un adivino. Quien inmediatamente se da por aludido es Calcas, quien tiene un historial terrible de vaticinios con Agamenón. 
Él fue quien interpretó el deseo de los dioses de que Agamenón optara por llegar a Troya con vientos favorables a cambio de que sacrificara a su hija Ifigenia. Y Calcas dice la verdad: el origen de la peste que diezma a los soldados aqueos es la negativa de Agamenón de entregar a Criseida.
Cuando Calcas habla, y cuenta el verdadero motivo de la peste, la reacción del temible Agamenón no se hace esperar: "Adivino de males, jamás me has deparado nada bueno".
Sin embargo, luego de realizar una loa a Criseida, donde compara a esta bella joven con su madura esposa que ha quedado en Argos, la reina Clitemnestra, anuncia que está dispuesto a entregar a Criseida.
Pero antes anuncia que le vayan preparando otra recompensa. Tácitamente, está esperando que los aqueos le entreguen una de sus mujeres/trofeo que se han traído de palacios y templos.
"Ved cómo se me va de las manos aquello que me correspondía", dice Agamenón. Sí, es verdad, en esta sociedad jerárquica, viril y guerrera, el rey tenía derecho a la mejor recompensa.
Pero los dioses se lo impidieron. ¿Acaso los hombres podrán subsanarlo?

Explota la cólera de Aquiles





Los héroes pelean en la batalla y en el Ágora.

Cuando Aquiles escucha la réplica de Agamenón a Calcas, inmediatamente reacciona con indignación. La propuesta del rey le parece injusta. Si bien Agamenón aceptó devolver a Criseida a su padre, ha dejado bien claro que se llevará otra recompensa. Por ahora no ha mencionado que se llevará a  la mujer raptada que desee, aunque tenga que sacarla del lecho de otro jefe. Pero está implícita la posibilidad.
Agamenón con ello ha dejado claro que es el amo del poder, que todos los aqueos deben aceptar sus decisiones. Pero Aquiles no cree en las jerarquías sociales. Aquiles es joven y rebelde, profundamente individualista. Repudia la decisión de Agamenón con una lógica casi democrática donde explica que si el botín ya está repartido, no es posible volverlo a reunir y distribuirlo otra vez. Le propone esperar a saquear nuevas tierras y riquezas, es decir, tomar la amurallada Troya. Es una propuesta algo frustrante para  un hombre como Agamenón.
Aquiles no comprende exactamente la dinámica del poder. El rey Agamenón estaba enamorado de Criseida, y en verdad no le interesan las mujeres raptadas de los otros jefes, pero no quiere quedar frente a los hombres como el único que se ha quedado sin concubina.
Agamenón le espeta a Aquiles un retorcido pensamiento: parece, según él, que el gran guerrero quiere conservar su recompensa y quiere dejarlo al
Atrida, nada menos que el rey, sin la suya.
Entonces por fin pronuncia la perturbadora amenaza: su poder le permitirá dirigirse a cualquiera de las tiendas de los hombres que lo acompañan y arrebatarle la mujer. Hace una enumeración de aquellos a los que podría quitarles el botín, y entre esos posibles candidatos está Aquiles.

La cuestión de la GLORIA

La respuesta exasperada de Aquiles no se hace esperar. Acusa a los gritos a Agamenón de ser imprudente y codicioso. Y cuestiona que los hombres sigan a las órdenes de un rey tan poco merecedor del cargo que ostenta. Luego se refiere a sí mismo, a su personal historia. Él no ha venido a esta guerra por venganza, ni porque los troyanos hagan cometido ninguna clase de “robo” contra él. Alude al rapto de Helena y a la vergüenza de Menelao. Habla en plural, como si fuera un verdadero representante de todos los aqueos. “Hemos venido para darte el gusto de vengaros a Menelao y a ti, grandísimo insolente.” Los insultos muestran la furia de Aquiles: “cara de perro”. Y menciona un elemento esencial: él es quien sostiene la parte más pesada de la guerra, él  es el guerrero más fuerte y valiente, pero el gran botín se lo queda Agamenón. Esto, aunque injusto, no sería un problema para Aquiles, pues él no ha venido a buscar riquezas a la guerra de Troya, sino gloria.
Al ofenderlo Agamenón, ante la posibilidad del ultraje de que se lleven su recompensa, Aquiles anuncia que se retira del campo de batalla. No quiere permanecer sin honra.
Entonces Agamenón, que no es solo poderoso sino habilidoso en sus palabras, encuentra la mejor forma para humillar a Aquiles: “Huye pues, si tu ánimo a ello te incita”.
Aquiles ha amenazado con abandonar la guerra no por cobardía, por cierto, sino porque ya no quiere estar a las órdenes de un hombre al que desprecia, Agamenón. Pero para Aquiles que se le llame cobarde es terriblemente hiriente.
Él supo elegir, tiempo atrás, entre dos posibilidades que le dieron los dioses: una vida anónima, larga y pacífica, que no dejará rastros en la Humanidad, o una vida corta y con gloria, por la que Aquiles será inolvidable en la memoria de los griegos. Por eso él está en Troya, asediándola, para convertirse en el líder de una gesta sin igual en la Historia.
Pero ante el desprecio público de Agamenón, quien además señala que nadie es insustituible  y que Aquiles no es imprescindible para ganar la guerra,  el fuerte guerrero experimenta una furia sin par. Se sabe que para los griegos dejarse llevar por las pasiones, no respetar ningún límite,  es un pecado peligroso: el PECADO DE HYBRIS. Contrariamente, la SOFROSINE, es la virtud más esperable para un griego. Se trata de la mesura y de la capacidad de no perder el control sobre sí mismo.
Pero lo que ha dicho Agamenón sobre Aquiles es demasiado hiriente. Entonces Aquiles, desenvaina la espada, aunque aún en su velludo pecho están sus sentimientos confusos. Sus deseos de matar  a Agamenón chocan con la realidad de que ese hombre abominable es el rey de todos los guerreros que miran con expectación la escena.


Llega Minerva para limitar el odio.

De pronto sucede algo inesperado… Minerva, la diosa de la guerra y de la sabiduría, que se halla a favor de Aquiles, baja del Olimpo y le tira de la rubia cabellera, para detener el impulso asesino de Aquiles. Lo curioso es que sólo la ve Aquiles, sorprendido, puede mirar sus terribles ojos y escucharla: la diosa le da consejos. Lo detiene en su furia. No debe matar a Agamenón, porque es el rey y gobierna sobre mayor número de hombres. Le ordena envainar la espada y refrenar la cólera, aunque le permite insultarlo de palabra. Si la obedece, algún día será muy recompensado.
Aquiles, que en definitiva representa como héroe el alma y la escala de valores de los griegos, acata a la diosa y dice “Quien a los dioses obedece es por ellos muy atendido”. ¿Es acaso la presencia de la diosa Minerva una representación simbólica de la conciencia humana?
Entonces llueven una catarata  de insultos y descalificaciones sobre Agamenón. De la boca de Aquiles salen reproches que delatan un Agamenón ambicioso que no está a la altura del cargo que detenta en esa guerra. 
Y el joven guerrero reafirma su decisión de apartarse de la batalla. Pronuncia una profecía, por cierto, que ya Minerva le había prometido. Algún día los griegos lo echarán de menos, sin Aquiles la guerra resultará desfavorable y Héctor,  el gran héroe troyano, matará un gran número de hombres. Entonces los griegos irán hasta la tienda de Aquiles y le rogarán que vuelva a la batalla. Y así sucederá.
Pero solo con la muerte de Patroclo en manos de Héctor en el canto XVI Aquiles depondrá su cólera  y se transformará en una verdadera máquina de matar. La cólera se sustituye por el gran dolor por la muerte de su amado amigo Patroclo y el deseo de vengarlo.
En esta escena  con la que prácticamente comienza La Ilíada se ve con claridad el ideal griego de ser humano: se debía ser fuerte, diestro y valiente en la batalla y en el arte del combate. Pero también se debía ser locuaz, inteligente y persuasivo. La palabra, la lógica, el discurso y el razonamiento, ocupaban un lugar privilegiado en la cultura griega.





Canto VI. Coloquio de Héctor y Andrómaca.
Encuentro de los esposos

LA ILÍADA ES UNA EPOPEYA Y POR LO TANTO LA SUSTANCIA NARRATIVA ES BÉLICA. SUS HÉROES SON GUERREROS Y SE ESPERA DE ELLOS ACCIONES DONDE SE DEMUESTRE SU VALOR Y DESTREZA.
Pero los troyanos, además de guerreros, pertenecen a una exquisita civilización. Les conceden un rol a las mujeres y a la familia mucho más elevado de lo que el narrador ha mostrado en el mundo de los aqueos, donde Agamenón era capaz de despreciar a su esposa Clitemnestra delante del ejército y prometer que quien compartiría su lecho hasta la vejez sería la esclava raptada como botín de guerra, Criseida.
En Troya las mujeres usan “hermosos peplos”, es decir, mantos bordados de gran belleza y siempre se las ve en grupo, en relación con otros.
Cuando Héctor hace un alto en la batalla, en el Canto VI, se dirige inmediatamente a ver a su esposa y a su pequeño hijo, a quien los troyanos llaman Astianacte, que equivale a decir salvador. El narrador usa una comparación para explicar la singularidad del niño: “hermoso como una estrella”.
Pero Andrómaca no está en el palacio y Héctor sale a buscarla por las “bien trazadas calles”, lo cual es una metonimia de la enorme ciudad construida por sabios arquitectos.
El héroe viene de un mundo viril, de guerreros ensangrentados y heridos, con escudos de metal y espadas filosas, y recorre así la ciudad.  Las esclavas le han dicho que su esposa se había ido a la torre más alta de la muralla para divisar la batalla.
Y efectivamente, allí se la encuentra Héctor a su mujer junto a las puertas Esceas, las puertas que junto a las murallas impiden que caiga Troya.
Sin embargo, su mujer se acerca a él llorosa, “como loca”. El narrador, que usa muy dosificadamente las comparaciones, con esta tan breve y sencilla muestra el horror de las mujeres ante la guerra.
Héctor advierte el dolor que su amada esposa experimenta, sabe que esa guerra puede perderse y en ese caso todos morirán. Por eso, Héctor, que está lleno de amor hacia su mujer y su bebé, “SONRÍE SILENCIOSAMENTE”. La ternura que le inspiran le hace sonreír, pero los oscuros presentimientos le dan un tono de melancolía a su gesto.
ESTA ES LA PRIMERA DE LAS TRES SONRISAS QUE PAUTAN ESTE EMOTIVO DIÁLOGO QUE RESULTA SER LA DESPEDIDA ENTRE LOS ESPOSOS.

Canto VI


Continúa el coloquio de Héctor y Andrómaca


Cuando Andrómaca se enfrenta a su esposo lo recibe con una sarta de reproches. Le suplica que no haga desgraciados a una esposa y a un tierno hijo, por lo tanto, que no salga a batallar. Algo inverosímil dado que Héctor es el líder del ejército teucro.
LO QUE ANDRÓMACA DICE ES UN PARLAMENTO. SE TRATA DE UNA FORMA DE ESTILO DIRECTO, INCLUIDA DENTRO DE UN DIÁLOGO, DONDE EL PERSONAJE SE EXPLAYA Y HABLA LARGAMENTE FRENTE AL OTRO QUE LO ESCUCHA. EN LA ILÍADA, LOS PARLAMENTOS SIEMPRE TIENEN UNA LÓGICA Y UNA CAPACIDAD ARGUMENTATIVA MUY FUERTE.
Andrómaca inicia su súplica a Héctor con reproches, pero inmediatamente le recuerda todo el daño que le ha infligido Aquiles, la sombra que se cierne sobre Héctor. Aunque Aquiles en este momento se ha retirado del combate, ofendido por la afrenta de Agamenón, los esposos tienen claro que algún día volverá y su regreso será terrible.
Aquiles ha destruido toda la familia de Andrómaca. Entonces ella realiza una ENUMERACIÓN de todos los seres amados a los que ha asesinado Aquiles. El padre fue muerto por Aquiles cuando tomó la ciudad de Tebas. Sus siete hermanos, fueron todos masacrados por Aquiles el mismo día mientras estaban pacíficamente junto a sus ovejas, símbolo de inocencia. A la madre de Andrómaca la tomó como botín y murió como esclava.
La súplica de Andrómaca llega a su punto máximo cuando le declara a Héctor que ahora él es su padre, su hermano y su madre. Es una mujer que ha perdido todo y lo único que le queda es ese  venerable esposo, quien también protege a su hijo. Entonces, paradójicamente, le da un consejo de guerra: “pon el ejército junto al cabrahigo”, un lugar por donde la ciudad amurallada resulta más vulnerable. Puede resultar absurdo que una mujer le indique cómo hacer la guerra al militar, pero el presentimiento de Andrómaca es perturbador. Son vulnerables pese a las murallas.
El discurso de Héctor le da la razón: “Todo esto me preocupa, mujer”, pero a continuación le explica que nunca podrá renunciar al rol que el destino le ha encomendado, ser el guerrero más valiente que defiende a su pueblo. No puede retroceder, ni  ponerse a la defensiva, porque entonces sería una vergüenza frente a los troyanos. Su padre fue un hombre glorioso y valiente, y él también debe serlo.
Pero comparte el presentimiento de Andrómaca, y sabe que llegará el día en que perezca Ilión a manos de los aqueos. Sin embargo, prefiere morir antes que ver  a Andrómaca apresada como botín de guerra y enviada como esclava a tejer en Argos, o  convertida en una pobre mujer que debe ir a buscar el agua a la fuente.
En  ese momento, Héctor desea tomar a su bebé en brazos, pero el niño, asustado por el casco de bronce y crines que lleva en la cabeza su padre, llora. Entonces los padres, instintivamente se miran y se sonríen ante la inocencia del niño, que no reconoce a su padre.
ES LA SEGUNDA SONRISA DE ESTA ESCENA, UNA SONRISA DE UNIÓN Y COMPLICIDAD.
Héctor se quita el casco y a continuación toma el bebé en brazos, imagen extraordinaria en una epopeya cuyo tema central es el combate entre guerreros que se juegan la gloria.
El héroe meciendo al bebé resulta intensamente conmovedor. Héctor es mucho más humano que Aquiles, que ha elegido morir con gloria joven, en lugar de vivir anónimamente rodeado de su familia.
Héctor invoca a los dioses con su hijo en brazos, y les pide que continúen la estirpe de guerreros valientes en él. Por lo tanto, les ruega que su hijo crezca, que sea un hombre, que sea un guerrero, que haya un futuro para él. Es una forma de suplicar que no pierdan la guerra.
Pero el coloquio termina con el héroe consolando a su mujer: “¡Esposa querida!”, exclama. Y a continuación expresa un concepto que está tácitamente en el destino de todos los personajes de La Ilíada. No morirá ni su alma se precipitará al Orco antes de que el HADO, el destino, lo indique. Antes de que lo dispongan los dioses. Hay una posición fatalista en Héctor, pero ello no significa que renuncie a sus valores, como el compromiso con su pueblo y el valor en la defensa de la ciudad.
La muerte es inevitable PERO HÉCTOR CUMPLIRÁ CON SU DEBER. Entonces vuelve a la batalla, y se despide de su esposa e hijo, tal vez para siempre.
Cuando se alejan, Andrómaca se da vuelta cada tanto para mirar a su esposo con una SONRISA BAÑADA EN LÁGRIMAS. ES LA TERCERA SONRISA DEL EPISODIO QUE NOS MUESTRA UNA HERMOSA ANTÍTESIS. A PESAR DEL DOLOR, EL AMOR QUE HA RECIBIDO ANDRÓMACA DE SU ESPOSO LE DA FELICIDAD. ES UNA SONRISA TAMBIÉN DE ESPERANZA, PORQUE HÉCTOR HA PROMETIDO QUE CUMPLIRÁ CON LA MEJOR OPCIÓN: LUCHAR POR ELLA Y POR EL NIÑO. LO QUE EL HADO Y LOS DIOSES DISPONGAN NO DEPENDE DE NINGUNO DE ELLOS.




Canto VI
Aquiles y Héctor frente a frente.







La diosa Atenea, metamorfoseada en el hermano de Héctor, Deífobo, convence al héroe para que este detenga su huida y enfrente a Aquiles. Héctor se deja persuadir y efectivamente, ya no le da la espalda y exclama que está dispuesto a dar batalla, muera quien muera, o muera quien así decidan los dioses. 
Pero  así como declara que está dispuesto a morir también le propone un pacto a Aquiles. Algo insólito  si se piensa en las características de Aquiles, pero no desatinado si se tienen en cuenta el respeto a las normas y a la sociedad por parte de Héctor.
El pacto se refiere a qué hará cada uno con el cuerpo del otro. En primer lugar, Héctor propone no insultar  al otro que haya muerto. En segundo lugar, plantea que el cuerpo sea entregado a los familiares para que se realicen los ritos fúnebres.
Héctor está proponiendo respetar el honor de los guerreros. Para los griegos, la peor muerte posible de un batallador era ser ultrajado y su cuerpo comido por las fieras. Los griegos creían que la grandeza de un guerrero se manifestaba en la belleza de su cuerpo atlético y fornido. Si este es despreciado y despedazado al morir, toda gloria habría sido en vano.
Y es evidente que Aquiles no acepta pactos. Está lleno de deseos de venganza, el pecado de hybris anida en su alma y no puede aceptar límites a su odio. “¡Héctor a quien no puedo olvidar!”, exclama. Ante él tiene el asesino de su amigo Patroclo, que era el ser más amado por Aquiles. No concibe estar haciendo acuerdos con él, del mismo modo que no es posible que haya acuerdos entre los lobos y los corderos, lo los leones y los hombres.
Todo el episodio está perlado de comparaciones que señalan la desproporción de fuerzas entre el semidiós Aquiles y el ser humano Héctor, un héroe, pero hombre al fin. 
Y Aquiles  le vaticina, con crueldad, que mientras que a Héctor lo comerán los perros,  Patroclo  recibirá sus correspondientes honras fúnebres.
Sin embargo, Héctor es valiente y está dispuesto a luchar por su gloria, no a  morir por la espalda huyendo. El combate comienza y Aquiles erra: si bien es muy fuerte, también comete errores. Entonces Héctor se alegra. Él no erró su tiro, aunque Aquiles lo contuvo con su escudo.  “¡Erraste el tiro, deiforme Aquiles!” Héctor se llena de confianza, porque  percibe sus fortalezas (tiene una extraordinaria puntería, sin ser un dios).
Pero ambos no están solos. Los dioses, y el destino, se inmiscuyen en la vida de los humanos. Atenea le entrega otra lanza a Aquiles y en cambio desaparece como figura de Deífobo. Héctor llama a este y al ver que no está, comprende el ardid de la diosa. Entonces reconoce “Ya los dioses me llaman a la muerte”. Y dado que ha de morir, prefiere hacerlo con gloria y realizando algo que llegue a oídos de los venideros. Está previendo el porvenir, donde en la cultura Occidental Héctor, héroe de Troya, es un paradigma de valor y honradez.
Entonces los roles se invierten y es Héctor el que se lanza sobre Aquiles, como un águila. Ambos cuerpos se embisten, pero Aquiles soporta los embates de Héctor, mientras busca la forma de clavarle la pica, la lanza que le volvió a entregar Atenea, en ese cuerpo tan  bien pertrechado por la armadura de Patroclo que ahora protege a Héctor. Sin embargo, hay un espacio por el cual es posible atravesar el cuerpo de Héctor, que es la garganta. Por allí le clava la lanza, y mientras lo hiere, lo insulta, tal como temía Héctor: “¡Necio!”, le grita. Y le recrimina la muerte de Patroclo, advirtiéndole que su venganza continuará más allá de la muerte. Efectivamente, le asegura que el cuerpo de Héctor será mancillado por los perros.
Héctor ha quedado herido de muerte, pero aún puede hablar. Agonizante, le suplica a su matador que no permita que se ensañen con su cuerpo los perros en campamento aqueo. En los últimos momentos de su vida piensa en los suyos. Quiere estar muerto en los rituales fúnebres rodeados de sus seres queridos.
Aquiles es inflexible: “¡No me supliques, perro!” Y pronuncia un deseo que es el paradima del hybris: “ojalá mi deseo me llevara a comer tus carnes crudas”. Comer al otro por odio es un tabú para la humanidad. Y repite, una y otra vez, que no entregará el cadáver a los familiares de Héctor y que este será destrozado por las aves de rapiña.
Esto es lo último que escucha Héctor vivo, la imagen terrible de sí mismo contraria a la bella muerte del héroe que cae glorioso en la batalla.  Pero aún tiene un soplo de vida para profetizar a Aquiles la muerte de este según la decisión del destino. Incluso, anuncia quién lo matará, su hermano Paris, el que tiene fama de cobarde, pero que es un gran flechador como el dios que lo protege, Apolo.
Aquiles desprecia la profecía del moribundo, porque cree que morirá cuando los dioses lo llamen. Pero Héctor estaba señalándole algo más que una fecha cercana de muerte: el odio y la furia de Aquiles, su cólera, su pecado de hybris, no es algo bienvenido por los dioses, que esperan del ser humano sofrosine, mesura y equilibrio.
La muerte, personificada, se cierne sobre Héctor: “lo cubrió con su manto”. Mientras todos lloran por un fuerte que desaparecía –los troyanos-, los soldados aqueos vienen a herir el cadáver del adversario, como para comprobar que efectivamente está muerto.
Aquiles, que se halla desconsolado por la muerte de Patroclo, pero quien también intuye oscuramente la suya propia, ya no tiene límites. Ata por los pies a su carro a Héctor y lo arrastra para que el cuerpo quede ultrajado por el polvo.
Sin embargo, este no es el desenlace de La Ilíada. El verdadero desenlace se produce en el Canto XXIV cuando el rey Príamo se acerca a las naves aqueas a pedirle el cadáver de su hijo y Aquiles, al devolvérselo, depone su cólera.

Ya presiente su muerte muy cerca, pues ha alcanzado el máximo de gloria, que es la muerte del contrincante absoluto. Ya es el gran triunfador de la guerra. Y él eligió morir con gloria, pero morir en plena juventud.






Canto XXII: Muerte de Héctor

Importancia del canto

Este canto es el desenlace de La Ilíada, pues aquí parece resolverse el gran conflicto que recorre todo el largo relato: la  cólera de Aquiles.
Aquiles en principio monta en cólera por haber sido despreciado por su propio jefe militar, Agamenón. Ello sucede en el Canto I. Se retira del combate pero no se va a su patria,  Ptía, como aparentemente había prometido. Se queda en su campamento, expectante, pero entonces los aqueos, sin su gran guerrero, llevan la peor parte.
Esta tendencia se interrumpe cuando en el Canto XVI el gran amigo de Aquiles -el amigo amado-, es muerto por Héctor en combate. Como Patroclo se ha vestido con las armas de Aquiles, Héctor supone que ha logrado abatir al gran líder aqueo. Pero, por el contrario, al morir Patroclo en manos de Héctor, Aquiles regresa a la batalla  para vengarlo, con infinito más odio que antes aún. 
Pues que le hayan quitado a Briseida -su mujer esclava- no ha sido más que una humillación. En cambio, la muerte de su amado Patroclo lo ha sumido en el dolor y la desesperación.
Solo en el Canto XXII, cuando Aquiles mata a Héctor, esperamos que la cólera del héroe se aplaque de una vez. Pero sin embargo, Aquiles sigue furioso hasta con el cadáver de Héctor y ultraja a este.
Será en el Canto XXIV en el que Aquiles depondrá verdaderamente su cólera, al entregarle el cuerpo del hijo al Rey Príamo, quien se le presenta en la tienda a rogarle que le devuelva a el cadáver para hacerle los rituales funerarios correspondientes.


Preparación del combate

La primera escena muestra a los troyanos o teucros como cervatillos que huyen ante la avalancha de violencia que produce Aquiles. Instintivamente, los guerreros se refugian en las murallas de su hermosa ciudad. Solo queda Héctor fuera, como inmovilizado. ¿Por qué no huye también Héctor?
La voz narradora atribuye al HADO FUNESTO esta decisión de Héctor de no guarecerse ante el peligro que significa Aquiles, lleno de cólera.
Pero como en toda La Ilíada los dioses participan de la vida humana y sus vicisitudes. Apolo, dios del sol, que apoya totalmente a los troyanos, confunde a Aquiles y le hace pensar que es un guerrero teucro. Aquiles lo persigue para darle muerte, pero ello es imposible, y el dios se burla de él.
No obstante, si bien el dios Apolo es inmortal, Héctor no. Y Héctor ha quedado paralizado ante el destino que todos presienten.
Entonces, primero Príamo y luego Hécuba,, los padres de Héctor, le lanzan desde la muralla sendos discursos para que su hijo recapacite y entre en la ciudad antes de que lo alcance Aquiles, el "de los pies ligeros".
Príamo apela a la sensibilidad y a la inteligencia de Héctor, le recomienda apoyarse en sus otros guerreros, pues  sin estos, no podrá vencer a Aquiles,  "que es mucho más vigoroso". Luego, para conmoverlo, le recuerda todas las muertes de seres queridos que Aquiles le ha infringido a él, el rey Príamo. 
Pero Héctor es el hijo más querido, y Príamo sabe que lo puede convencer previendo el terrible futuro que le espera: la derrota. La derrota implica la muerte desgarradora del rey y del pueblo. El cuerpo del rey muerto será comido por sus propios perros. Apela a su ancianidad para que Héctor acepte entrar a las murallas.
Luego suenan las palabras de Hécuba, la madre de Héctor. Su discurso es más corto y más emotivo. Le suplica, mostrándole los senos que años atrás lo supieron amamantar, que cuide su vida. En  las palabras de Hécuba no cabe la menor duda. Héctor no tiene posibilidades de triunfar frente a Aquiles, que es un semidiós, invencible.
Estos discursos son anticipos, prolepsis, que presagian la suerte que correrá el pueblo de Troya.
Pero Héctor sabe mejor que ellos lo que se juega allí. Todos son conscientes de la inmensa trascendencia de este momento.


El duelo interno de Héctor

En su yo íntimo, se escucha un monólogo de Héctor donde se lo advierte escindido, dudoso. No sabe qué hacer. Si se dirige hacia Troya y se refugia o no. Hasta ahora hemos visto a Héctor como un valioso y temible héroe, pero en este monólogo se lo advierte como cualquier ser humano lleno de miedo.
Teme no solo a Aquiles. Teme quedar como un cobarde frente a sus guerreros.  Se siente culpable por haber confiado demasiado en sí mismo y no haber seguido los consejos de Polidamante, que le había advertido acerca del peligro del retorno de Aquiles a la batalla.
Luego, Héctor, el héroe, comprende que hay otra salida a la situación, que es la de enfrentar a Aquiles, no huir, y si así debe ser, morir gloriosamente. Es la opción más lógica llegado este punto.
Pero Héctor es un ser humano lleno de contradicciones, y en ese momento de quietud y de espera, donde el tiempo parece detenerse mientras Aquiles se acerca inevitablemente, deja correr su fantasía. Imagina que cuando se enfrente a Aquiles podrá proponerle un acuerdo, que incluya la devolución de Helena y  todas las riquezas de Ilión.
Pronto se da cuenta de que esta hipótesis es disparatada. Sabe que no puede ir a pedir a Aquiles, respeto y compasión. En ese caso el terrible guerrero lo mataría "como una mujer". Pronto Héctor se avergüenza de sí mismo y se imagina con sarcasmo la escena, donde él sería equiparable a una doncella y Aquiles a un mancebo. Entonces prefiere, con libertad de conciencia, ser valiente.


Huida de Héctor

Pero de pronto se produce la llegada inevitable de Aquiles, Relumbra su escudo como si fuera el sol naciente, símbolo de comienzo, de victoria.
Héctor al verlo se echa a temblar. La narración, si bien describe con minucia los estados de ánimo de Héctor ante la inminencia de su muerte, jamás lo descalifica ni lo degrada.
El héroe troyano, aterrorizado, corre con una fuerza casi sobrenatural. Aquiles lo persigue y corre porque los dioses le han dado una fuerza descomunal, pero es tal el miedo de Héctor que es capaz de igualarlo en velocidad. Dan tres vueltas a las murallas, y la escena resulta muy angustiante. ¿Hasta cuándo un ser humano podrá resistir si es Aquiles quien lo persigue?
La huida se transforma en una suerte de espectáculo siniestro. Todos los troyanos miran desde las murallas, ellos saben que la vida del pueblo y de la ciudad depende de Héctor. 
Pero también miran los dioses. Los poderosos, desde el Olimpo contemplaban pasivamente. Júpiter propone que en asamblea los dioses deliberen sobre si Héctor debe vivir o morir. Entonces se produce un debate entre Minerva y su padre, Zeus. Minerva, que es la diosa de la inteligencia y de la guerra, sabe que lo que sucede es absurdo. Héctor no puede escapar de un guerrero superdotado como Aquiles. No es razonable. Lo esperable es que gane el más fuerte,  y la diosa indica que el destino o el "hado", hace tiempo que condenó a morir a Héctor. Entonces Zeus acepta que Minerva participe en el combate. 
Los dos héroes continúan corriendo alrededor de las murallas como si fuera una pesadilla.
Se produce entonces una escena que deja en el lector una sensación de injusticia.  Zeus usa la balanza del destino, y el hado determina que el alma de Héctor baje hasta el Orco, es decir, que llegue al mundo de los muertos. Así se ve a los dioses supeditados a una fuerza mayor, el hado.
Minerva baja a la pelea metamorfoseada en Deífobo, un hermano de Héctor, y finge ser un ayudante para el combate. Incita a Héctor a detenerse y a pelear con Aquiles, dado que ahora tendrá ayuda.
¿Es una vil traición... o los dioses en La Ilíada no son más que una representación de las dificultades de la vida humana? Si Héctor se enfrenta a Aquiles, será más débil. No habrá quien pueda ayudar al gran héroe troyano.
Tal vez la cruel intervención de Minerva explique las desigualdades entre los hombres, de una forma poética.
Porque Minerva, disfrazada de Deífobo, no solo no ayuda a Héctor sino que cuando este necesita una lanza, desaparece.