jueves, 8 de junio de 2017

BIBLIA - Parábolas de la misericordia



Tres historias muy humanas

Aunque al parecer nunca Jesús de Nazareth escribió  sus poéticas y creativas ideas, puede entenderse que sí  fue el autor remoto de estos hermosos cuentos moralizadores. 
Lo que hoy llamamos "Parábolas de la misericordia"son tres breves relatos que guardan un paralelismo entre sí, y que se hallan en el capítulo 15 del evangelio de Lucas.
Los evangelios son cuatro libros que integran el Nuevo Testamento (la sección cristiana de la Biblia),. Se supone que fueron redactados a partir de la transmisión oral de la prédica de Jesús a sus apóstoles o discípulos. Narran la vida y los episodios memorables del hombre a quienes Lucas, Mateo, Marcos y Juan consideraron su maestro.
Y Jesús fue un gran maestro. Independientemente de que quien lea estos cuentos crea que fue el hijo de Dios (o Dios mismo) como piensan los cristianos, o no, sus palabras resultan bellas, escuetas y tienen un fuerte sentido pedagógico.
Aunque con la presencia de Jesús se hable de Nuevo Testamento (nueva alianza con Dios, esta vez no solo entre Yavé y el pueblo hebreo sino entre la humanidad y Dios), lo cierto es que Jesús fue un gran lector de  las sagradas escrituras, un conocedor profundo de la Biblia hebrea, del Tanaj. Jesús era un judío muy religioso, nacido en un pueblo de judíos muy pobres. Los apóstoles también lo eran en su mayoría.
Así, hay una continuidad entre el pensamiento de Jesús y la antigua biblia hebrea, y muchas de las palabras de Jesús están inspiradas en Job o en Moisés o en profetas como Isaías.
Las parábolas son historias con las que Jesús buscaba representar situaciones morales conflictivas adonde se arribaba a una decisión ética. En "La oveja perdida", "La moneda perdida"y "El hijo pródigo" hay una enseñanza común que se va afirmando a medida que se cuenta una historia tras otra.
Es verdad que las dos primeras finalizan con una explicación que se sale del realismo para atisbar la reacción de Dios (o del espacio divino del cielo) ante las acciones de los hombres. 
Pero "El hijo pródigo", que es el relato más completo y complejo, no necesita un "explicit", la aclaración o una moraleja. 
Es el propio personaje del padre quien explicita la verdad moral. En el diálogo con su hijo, su inmensa bondad nos convence a todos: al hijo mayor -que no replica- , a los sirvientes del padre, a los apóstoles de Jesús que compartirán esta historia y a nosotros, los lectores contemporáneos.


Parábolas de la misericordia II






El marco

La voz que narra en tercera persona la situación en la cual Jesús pronunció estas palabras es un narrador externo, sin protagonismo alguno. El narrador se limita a exponer los hechos y la voz de Jesús. Jesús es el centro del relato en los evangelios.
En este caso, en el capítulo 15 de Lucas, se deja claro que Jesús era un hombre que confraternizaba con los marginales de la sociedad. Las traducciones hablan de "publicanos"y "pecadores". Los publicanos eran aquellos hebreos que tenían una tarea con visos de traición: cobraban los impuestos para el ejército de ocupación romano. 
Los judíos siempre fueron un pueblo muy autónomo y rebelde a la sujeción romana, quien terminó masacrándolos y destruyendo su templo en el año 70 D.C.  Por eso las personas trataban de no hacer tareas de subordinación ante los poderosos ocupantes. 
Pero los publicanos eran seres humanos que Jesús no quería estigmatizar, al igual que los pecadores. La palabra " pecadores " es por cierto muy ambigua, porque hay diversos tipos de pecados, pero sabemos que Jesús era sumamente tolerante con las prostitutas y las adúlteras.
Los fariseos y escribas ven con fastidio que Jesús, un hombre religioso, un judío piadoso, c
"coma"con esa gente a la que la sociedad desprecia. 
Los fariseos pertenecían a la clase alta de los hebreos, y los escribas eran aquellos que debían copiar en forma manuscrita los textos sagrados siguiendo un ritual muy estricto (por ejemplo, si se equivocaban debían volver a empezar).
Pero Jesús era un hombre pobre, un obrero, un carpintero, y sus amigos eran pescadores. No creía en la división de castas de una sociedad. Era ideológicamente cercano a la secta de los esenios, un grupo de judíos que venían proponiendo una vida ascética y el menosprecio a las riquezas.
Cuando Jesús se percata de la condena que recibe por alternar con pecadores, entonces les dice una parábola.


La oveja perdida


La primera es la de la oveja perdida, una situación reconocible para cualquiera que estuviera allí, pues el pueblo hebreo originalmente fue un pueblo de pastores que debió luchar arduamente contra las inclemencias del desierto.
Jesús no dice de forma aseverativa la parábola, sino que interroga al auditorio y propone una situación hipotética en la que cualquiera se puede representar. Pregunta a los que escuchan  que si tuvieran cien ovejas y una se perdiera en el desierto, no dejaría las 99  e iría en busca de la perdida.
Una lógica implacable recorre el razonamiento de Jesús, las 99 ovejas dóciles esperarán al pastor, y temerosas no se separarán del grupo. Pero la ovejita díscola, que se ha aventurado por los campos, necesita que el pastor la encuentre y la salve, pues sola no podría sobrevivir.
Jesús hace énfasis en la alegría del pastor, y entonces aparece la aseveración. Con seguridad, explica la enseñanza implícita en el relato: habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepienta que por 99 justos que no necesiten el arrepentimiento.


La moneda perdida




Continuando con la idea de ayudar al pecador, de acompañarle e integrarlo al mundo de sus hermanos, Jesús explica otra parábola. Es muy sencilla, habla de una mujer que ha ahorrado diez dracmas, diez monedas. Y ha perdido una. No hace falta, para Jesús, describir lo que significa para una mujer pobre y trabajadora perder el fruto de sus esfuerzos.
El narrador aquí cede prácticamente la palabra por completo a Jesús, y este con unos pequeños detalles pinta la vida de una mujer del pueblo, hacendosa, trabajadora, que para encontrar su moneda enciende su lámpara de aceite. O sea, normalmente la tiene apagada, porque no es posible gastar el escaso aceite en luz.
Y el esfuerzo vale la pena. La mujer (al igual que el pastor anterior) comparte con sus amigas y seres queridos la alegría de haber encontrado la moneda.
Claramente, con la repetición, se comprende que la oveja y la moneda son metáforas de las personas que se pierden del camino del bien. Pero siempre debe haber un otro amoroso que las busque y no las abandone.
Aquí contrasta la humildad de la mujer con la visión del cielo, glorioso y lleno de ángeles,que también es descrito para explicar la felicidad de Dios y los seres que lo acompañan ante el triunfo del bien sobre alguien a quien se creía perdido.
La apoteosis de esta enseñanza (no debemos dejar solos jamás al prójimo que se pierde, que se equivoca, que peca), llega entonces con la tercera parábola, la del hijo pródigo.



El hijo pródigo



Es esta la parábola más extensa de la trilogía de la misericordia. Tal vez porque el ejemplo que utiliza Jesús para representar al pecador alejado de Dios es justamente un ser humano. Un hijo.
Lucas, el supuesto narrador en tercera persona, deja a Jesús hablar. sólo hay un "también dijo" introductorio.
La historia nos introduce en un universo conocido por aquellos que escuchan la voz de Jesús, (los publicanos y pecadores, pero también los fariseos y escribas). Todos conocen en la cultura hebrea la importancia de la familia. Se trata de un padre y dos hijos. Sin madre, tal vez ha muerto entonces la relación entre los tres es aún más estrecha.
Uno de los diez mandamientos es "Honrarás a tu padre y a tu madre".
Pero en esta historia, hay un hijo que quiere hacer una vida distinta, una vida para la que se necesita dinero, no trabajo.
Entonces se produce una situación atípica: el menor de los hijos pide la parte de la herencia, sin que el padre haya muerto. No es algo habitual en la cultura hebrea, donde el padre es respetado así como la unión familiar.
Es evidente que el hijo quiere ser otro. Más adelante veremos que el padre es un hombre que ha obtenido sus riquezas con el trabajo en el campo, de hecho, su hijo mayor, al final, vuelve de las tareas rurales como un trabajador más.
Entonces el padre accede. ¿Por qué no? El hijo debe ser libre. No puede obligarlo a reproducir su propia vida.
Y le da el dinero, como si fuera lo más natural del mundo.
El hijo se va a una provincia lejana. Son los años de ocupación de Israel por el Imperio Romano, y si pensamos en una provincia lejana puede ser al otro extremo del Mediterráneo, por ejemplo.
Pronto dilapida el dinero, No quería para sí una vida de sacrificio y privaciones. Quizás tome alcohol, frecuente prostitutas y se dedique al juego. Esto se inferirá más tarde de las palabras del hijo mayor.
Por sobre todo, en su vida solitaria no trabaja. Concomitantemente, el dinero que el padre le ha dado, se esfuma, como la calabacera de Jonás.
El hijo menor queda solo, pobre y extranjero, en un lugar con otras costumbres, con otra religión. Ello es evidente cuando el único trabajo que consigue para poder comer es cuidar cerdos. Para lo judíos (y para los musulmanes), el cerdo es un animal impuro y la ingesta de carne de cerdo está vetada.
Y este joven judío, que ha vivido una cómoda vida junto a su padre y su hermano, se ve de pronto obligado a dar de comer a estos animales, limpiar sus heces, y además, pasar hambre, pues los patrones lo explotan y maltratan. No le dan de comer, y su salario sea probablemente solo la comida prometida.
Entonces, en la soledad y el sufrimiento, el hijo que solo deseaba huir de su padre para ser él mismo y no depender de la autoridad de la familia y su cultura, comprende que el ser humano no puede vivir sin sus semejantes, El ser humano es un animal social, su raciocinio y su afectividad lo llevan a necesitar vivir con los otros, ajustarse a normas, convivir y ser amoroso con el resto.
Se percata de todo lo que ha perdido. Se percata del error que ha significado abandonar sus vínculos familiares. Comprende que su padre era un gran hombre, generoso, que trataba a sus empleados con dignidad.
Es en el hambre cuando se despierta la conciencia del hijo.
Y decide qué hacer. Ir hasta la tierra de su padre y proponer a este que lo acepte como jornalero, como empleado de campo. Él cree que después de haber despreciado a su padre este no lo volverá a sentir como hijo.
Y el hijo pródigo regresa: si antes habíamos escuchado la voz de su conciencia, ahora escuchamos las palabras que le dirige a su padre: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de llamarme tu hijo".
Es muy significativo que asocie en sus palabras al cielo y al padre, es evidente que hay una armonía entre ese anciano piadoso que corre al verlo desde lejos y la bondad de Dios.
El padre se le echa al cuello y lo besa. Puede imaginarse que el hijo menor estaba sucio y pestilente, parece un mendigo, ha cuidado cerdos, quizás esté muy delgado o enfermo.
Pero ese abrazo que le da el padre es incondicional, muestra el perdón. El padre da el perdón porque sabe que su hijo está arrepentido, pero no solo por eso.
Cuando convoca a los sirvientes a darle ropa y zapatos al hijo que pensaba perdido, y a su vez, propone una fiesta donde se ase al becerro más gordo, está feliz por algo más que el arrepentimiento del hijo.
La felicidad surge de la unión, del abrazo, de la restauración del amor. Y explica a todos que creía que su hijo estaba muerto (¿física o moralmente?) y en cambio está vivo.
La alegría se contagia: todo el grupo danza y come y festeja la reunión familiar, el triunfo de la armonía entre los hombres.
Pero de pronto regresa el hermano mayor. Seguramente ha sido un joven mucho más sumiso y respetuoso que su hermano. De hecho, regresa tarde, del campo, de trabajar. Es un hombre ordenado y fiel a las normas.
Y no comprende qué sucede, por qué se hace fiesta, si ese día es una jornada normal y no una fiesta tradicional judía.
Cuando se percata de que es su hermano el que ha vuelto y que el padre le rinde homenaje, además de perdonarlo, el hijo mayor se ofusca.
Él siempre ha cumplido la ley. No puede perdonar al hermano.
Pero el padre le da una formidable lección: "lo he hallado". El silencio del hermano mayor ante las sabias palabras del padre significa quizás reflexión, quizás aturdimiento, pero en todo caso, no se rebela, acepta las razones del padre.
El padre es un ser misericordioso y enseña al hermano mayor a serlo.


MISERICORDIA SIGNIFICA "PONER EL CORAZÓN EN EL LUGAR DEL OTRO" (CORD=CORAZÓN)


Para sentir misericordia es imprescindible renunciar al egoísmo y permitirse saltearse las rígidas normas sociales por momentos,
Jesús pide libertad de pensamiento para permitir hacer entrar el amor en las relaciones humanas.
Con esta parábola Jesús confirma la idea de la necesidad del arrepentimiento sí, pero también del perdón. El pecador puede perderse, pero también puede encontrarse: para eso necesita la ayuda del hermano, del prójimo, de Dios.



Las parábolas ¿son una alegoría?




La alegoría es un sistema coherente de metáforas. Podría decirse que las parábolas de la misericordia constituyen una alegoría.
En ellas encontramos los siguientes elementos:

1) alguien que pierde algo valioso y en función de su actitud lo recupera (pastor-mujer-padre)

2) algo que se separa del grupo (oveja, moneda, hijo)

3) reencuentro final y alegría (pastor con pastores, mujer con vecinas, padre con sirvientes)

Podemos interpretar a (1) como Dios, a (2) como el pecador que se pierde y se arrepiente y a (3) con el perdón.
En las dos primeras parábolas el festejo explícitamente se extiende al cielo. En la del hijo se finaliza con la voz del padre. Por lo que este padre es, más aún que el pastor y la mujer, identificable con Dios.
La gran diferencia entre las dos primeras parábolas y la última es que en esta es el propio pecador quien se arrepiente solo y retorna a Dios. Asimismo, el pecador es quien actúa, el hijo pródigo es el protagonista de la historia, que tiene un personaje ayudante (el padre) y personaje oponente (el hermano).
Al final, el objeto deseado (el perdón) se obtiene y la oposición del hermano parece desaparecer.
El hermano mayor podría ser una metáfora de los fariseos y escribas que se oponen al hecho de que Jesús se acerque a los pecadores.

lunes, 5 de junio de 2017

BIBLIA - Libro de Jonás




Introducción 

"El libro de Jonás" es literariamente un relato, una narración breve, pero al estar incluido en la Biblia, los creyentes lo interpretan como algo sucedido efectivamente: un hombre común, perteneciente al pueblo hebreo, Jonás, es interpelado por la voz de Dios y este le ordena convertirse en profeta. 
Un profeta es un ser humano que ha sido elegido para transmitir la palabra de Dios a los otros. 
No siempre los que deben escuchar al profeta son hebreos como él. El "Libro de Jonás", justamente, es un ejemplo de un profeta que debe predicar entre gente extraña, que tiene otra religión y otra cultura, los ninivitas. 
Nínive era la capital de un imperio muy poderoso, y muy agresivo. Conquistó la Mesopotamia durante el siglo VII y solía arrasar y saquear los pueblos que dominaba. 
Por lo tanto, es lógico que Yavé esté muy preocupado por la maldad de Nínive y exige a Jonás que les advierta. 
¿Qué debe transmitir Jonás? Algo muy difícil: los ninivitas deben creer que hay un Dios muy poderoso que conoce su crueldad y que la ve, un Dios al cual deben respetar. 
Pero Jonás quiere escapar de Dios. No acepta ser un profeta. Huye. 
Da la impresión de que es Jonás un hombre perezoso, incluso dentro del barco mientras sucede la terrible tormenta, él duerme y no se percata del enojo de Dios. 
Por lo tanto, este libro trata de la difícil relación entre el hombre (Jonás) y Dios. 
Dios exige tareas al ser humano y este a veces se rebela.


¿Es posible huir de Dios? 


No en la Biblia, donde Dios (Yavé o Jehová) es todopoderoso, omnisciente, nadie puede escapar de la mirada de Dios. 
Entonces Dios le pone obstáculos a la resistencia de Jonás, lo pone sucesivamente a prueba, lo reta, para que este finalmente acepte su destino, su condición de profeta que debe ayudar a Dios para guiar a la humanidad en el camino del bien y la justicia. 


Estructura 

Formalmente, el relato está dividido en cuatro capítulos. 
Pero en su interior hay dos partes: en la primera, Jonás huye de la palabra de Dios. Esta parte sucede básicamente en el espacio del mar. 
En la segunda parte, Jonás, que ha sido salvado por Dios gracias a la ballena, cumple, pero se arrepiente de haberle obedecido. 
Así surge el enojo de Jonás, aunque Dios termina dándole una lección mostrándole cuán poderoso y misericordioso es. Jonás tiene que creer en Dios realmente, confiar en él, porque todo lo que hace Dios es para el bien de los hombres. Tiene que tener fe.

Jonás  huye del mandato de Yavé




El personaje de Yavé (o Jehová), nunca es descrito por el narrador. Su voz suena, parece estar en todas partes y a la vez en el cielo, dado que dice que "la maldad de Nínive ha subido hasta mí".
Es usual que Yavé se dirija a los seres humanos -cuando los impulsa a la acción-  con el verbo "Levántante". En esta ocasión, el verbo coincide con la personalidad de Jonás, que parece dormir mucho y ser perezoso.
De hecho, cuando más tarde en la tormenta el capitán del barco descubra a Jonás durmiendo en la bodega mientras todos los marineros se esfuerzan por salvar la nave, le llamará "dormilón".
Y Jonás no parece ser en principio un hombre dispuesto a los sacrificios. De hecho, cuando siente la voz de Yavé dándole un encargo de profeta, Jonás huye. 
Quiere ir a lo más lejos del mundo conocido, al otro extremo del Mediterráneo. Aunque Tarsis puede designar distintos lugares del mundo antiguo en general se lo ha asociado con la zona sur de la actual España. De hecho, Jonás va a hasta Jope (actual Yaffo, contigua a Tel-Aviv en Israel), para tomarse un barco que resulta ser mercante. 
Los marineros que comparten con él el viaje, y que rezan a sus dioses cuando se desata la tormenta, probablemente sean fenicios, un pueblo que vivía en el actual Líbano y cuya profesión usual era ser grandes comerciantes que instalaron colonias por todo el Mediterráneo.
Jonás cree que se puede huir de Yavé tomándose un barco. Se olvida de Yavé cuando se pone a dormir en la bodega.
Pero Yavé no se ha olvidado de él ni del mandato que le ha ordenado. El narrador deja muy claro que es Yavé quien desata la tormenta. En esa frase vemos la inmensidad del poder de Yavé, y tal como luego confiesa Jonás a los marineros, Dios es el creador del cielo y de la tierra.
Ante la tormenta, surgen con nitidez los personajes marineros, que no son hebreos dado que cada uno rezará a su dios. Pero sin duda son más piadosos que Jonás, pues recurren a la religión cuando se ven expuestos al sufrimiento aunque parecen no conocer al verdadero Dios, Yavé.
Otro detalle que nos los muestra generosos es que tiran las mercancías al mar, para salvar la vida, lo más importante para un ser humano. También se los ve piadosos hacia Jonás cuando este les propone echarlo al mar para sosegar la tormenta.
Los marineros parecen convertirse a la religión de Jonás, el hebreo. De todas formas hacen todo lo posible por regresar a tierra a la nave porque no quieren matar "sangre inocente", es decir, intentan también salvar a Jonás.
Pero echaron suertes y la suerte cayó sobre Jonás. Así que hasta en las pequeñas cosas, en el mínimo azar, está presente Dios.
Entonces Jonás es echado al mar. Así acaba el primer capítulo.





La oración de Jonás. Jonás adentro del pez.



La oración de Jonás parece ser un salmo. Es un poema de alabanza a Dios. 
Pero el narrador en tercera persona ya nos ha dicho que Yavé había enviado un gran pez para que tragara a Jonás. El pez no lo salva azarosamente, SINO QUE ES PARTE DEL PLAN DE DIOS.
Todo parece corroborar la OMNIPOTENCIA Y LA OMNISCIENCIA DE YAVÉ.
Jonás se da cuenta de que ese pez, que lo tendrá tres días y tres noches en su vientre, es un auxilio que Dios le ha enviado. (En la Biblia el número tres es usado con frecuencia, como si fuera un símbolo).
Jonás conoce a Dios, y sabe que está allí, detrás de cada cosa que sucede en el mundo. También sabe que él mismo, Jonás, se ha arrepentido.
Este poema que tiene la función de un rezo acompaña el momento en que Jonás ha caído en el mar, y sin embargo, no muere.  O si muere, dios lo regresa a la vida. Verso a verso, el yo lírico describe las sensaciones de un espíritu al borde del abismo.
Si Jonás habla en su salmo al principio en tercera persona, pronto pasa a la segunda y ya se dirige a Dios directamente.
Es la voz del ser humano que habla a Dios para agradecerle por haberle salvado la vida. La ballena siempre es sentida como un auxilio que le envía Yavé, pero Jonás recuerda en su oración el momento en que, antes de ser salvado por el pez, estuvo en el abismo del mar, junto a la muerte.
Dice en forma muy bella cómo sintió que las corrientes corrían sobre su cabeza y que descendió hasta los cimientos de los montes. También que su rostro se enredó de algas.
A través de estas imágenes, el yo lírico transmite la sensación de haber pertenecido a un submundo no humano. El más allá. De hecho, se habla del Seol, que es la forma en que se mencionaba el mundo de los muertos en la cultura hebrea.
En medio de tanta oscuridad Jonás recuerda que hay un Dios misericordioso. Y que sabe escuchar al ser humano. Ello llena el espíritu de Jonás de gratitud y amor a Dios. Con gran emoción parece percatarse de la grandeza de su Dios.
Es casi un momento de conversión. Hasta entonces, Jonás pertenecía al pueblo hebreo, pero la religión para él no era más que una cáscara, un ritual. A partir de esta experiencia límite, Jonás se da cuenta de la importancia de Dios para su propia vida y de todo el amor que este siente por los hombres, aunque sean rebeldes, como él.
La historia de Jonás es una vez más la historia de la oposición entre Dios y el ser humano. Este se resiste a la inmensidad de Yavé, pero Yavé les demuestra que los seres humanos que son frágiles y perecederos y deben confiar en él.
Entonces el pez vomita a Jonás en tierra firme, una playa. Es un renacer: luego de haber pasado por los infiernos. Jonás vuelve siendo mucho más consciente de su deber en el mundo.
Y por lo tanto, ahora sí acepta el reto de Dios y acepta ser profeta.

Profetizando en Nínive



En el tercer capítulo el narrador explicita que POR SEGUNDA VEZ Yavé  le habla en forma imperativa a Jonás. Y vuelve a insistir sobre Nínive, que es definida como una gran ciudad, de tres días de andadura.
Allí un hebreo, un extranjero, deberá explicar el mensaje de un dios que en principio nadie conoce ni respeta.
Y el mensaje es desolador para los ninivitas: "De aquí a cuarenta días Nínive será destruida". No es exactamente el primer mensaje que debía entregar Jonás a los ninivitas. Es más grave. Hay un crescendo del enojo de Dios hacia Nínive, la ciudad imperial que se caracteriza por su crueldad, la ciudad desde donde parten guerreros que atacan y arrasan a los pueblos vecinos.
Pero, imprevistamente, los ninivitas creen en Jonás. Al igual que los marineros del barco, se produce un proceso de conversión. A estos seres humanos, que no son hebreos, se les hace claro que el verdadero Dios es Yavé, y que este es un dios ético, que exige bondad hacia el prójimo.
Entonces los culpables se arrepienten de sus horribles acciones. El narrador en tercera persona señala una serie de gestos de arrepentimiento, rituales de exorcización de la culpa: se enumera el ayuno, y el cambio de vestiduras. Abandonan las telas ricas (que les han llegado por su violencia y el saqueo) y se visten de cilicio, una tela rústica parecida a la arpillera.
Hasta el propio rey de Nínive  abandona su trono para vestirse de cilicio y para arrodillarse sobre ceniza. ¿Habrá brasas en esa ceniza? El fuego es señal de purificación. ¿Acaso se está autoflagelando el rey por todos los males que él ha cometido?
Nadie puede dudar del arrepentimiento del rey y su pueblo. Asimismo, el rey da órdenes para que todos ayunen, para que no tomen agua. El ayuno en varias religiones se asocia a la purificación y a la prescindencia de los placeres en favor del espíritu.
Y entonces Dios se arrepiente del castigo que les tenía preparado. No los destruirá.



Capítulo IV



   Jonás según Miguel Ángel. Capilla Sixtina. 


¿Cómo reacciona Jonás ante la actitud de Yavé? Este cuarto capítulo y desenlace de la historia, presenta por primera vez un verdadero diálogo entre Jonás y Dios.
Ahora el lector comprende más a Jonás. Es un hombre irascible y exige a Dios que sea como él es. No puede comprender la misericordia. Parece haber olvidado que estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena. Y que Dios lo perdonó y lo salvó.
Pero Jonás representa a la Humanidad, y esta siempre ha cuestionado a Dios. Jonás no concibe que gente tan malvada como los ninivitas queden impunes. No cree en el arrepentimiento del malvado. O si realmente el malvado se arrepiente, no cree que se lo deba exonerar de la culpa.
Considera que Dios es demasiado piadoso, tardo en castigar. Jonás prefiere al Dios del Génesis, el que echó a Adán y Eva del Paraíso, el que envió el diluvio y solo protegió a Noé, el que llevó las siete plagas a Egipto por haber sido un pueblo malvado e injusto que torturó a los hebreos.
Ese Dios del Tanaj concebido por Jonás es una imagen antigua de la divinidad,  una mirada que convierte a Dios en un juez en lugar de un misterioso ser lleno de amor, inescrutable.
Pero Jonás aún espera que Dios castigue a Nínive. Y se va al desierto a esperar que se produzca la destrucción de esta. Y entonces suena la voz de Yavé que con cierta ternura e ironía se dirige a Jonás: "¿Haces bien en enojarte tanto?"
Llega entonces el desenlace de esta historia y la lección que da Yavé a Jonás. Este, en el desierto, prepara un ramaje para cubrirse de los tremendos rayos del sol. Pero Dios hace crecer un árbol para que le dé sombra a Jonás, una calabacera o un ricino. Jonás no se percata de que la irrupción de ese fresco árbol en un día ardiente en el desierto es un milagro de Dios. Y parece sentirse feliz, aliviado.
Pero Dios tiene un plan mayor. Envía un gusano que destruye al árbol con la misma rapidez con que este había crecido. Y envía un viento caliente.
Jonás se está volviendo loco, se enoja tanto, que hasta desea la muerte. Está lleno de frustración y resentimiento. 
Y entonces el Libro termina con la voz de Yavé, que con extrema calma le da un discurso moral: Jonás tuvo lástima de la muerte de la calabacera. ¿Por qué? Porque le servía y le deba frescor. Solo por un impulso egoísta.
Pero Dios siente lástima por la muerte de todas sus creaturas, incluyendo los seres humanos que pecan, que han cometido actos impíos. Y Yavé le explica a Jonás que  él debe tener compasión por los pecadores, en este caso por los ninivitas, porque no saben distinguir  la mano derecha de la izquierda. Es decir: Yavé está convencido que la ignorancia es la fuente del mal. Que el ser humano debe comprender, reflexionar y arrepentirse. Esa es la vía para evitar males a la Humanidad, y no meros castigos.
Apuesta a la educación. Con Jonás  Dios ha sido un gran maestro. Y le ha dado oportunidades.  El silencio en que deja a Jonás señala que este queda pensativo, advirtiendo cuánta razón le asiste a Dios.
Y sí,  Yavé es misericordioso, no pretende venganzas. Se acabó la ley del Talión, el ojo por ojo, diente por diente.

El estilo de este relato es casi minimalista: apenas unas palabras, apenas unas imágenes, dan un panorama profundo de la convulsa alma humana y de la infinita bondad de Dios.