miércoles, 10 de noviembre de 2021

 

“La hora”, de Juana de Ibarbourou









Tómame ahora que aún es temprano

y que llevo dalias nuevas en la mano.


Tómame ahora que aún es sombría

esta taciturna cabellera mía.


Ahora que tengo la carne olorosa

y los ojos limpios y la piel de rosa.


Ahora que calza mi planta ligera

la sandalia viva de la primavera.


Ahora que en mis labios repica la risa

como una campana sacudida aprisa.


Después..., ¡ah, yo sé

que ya nada de eso más tarde tendré!


Que entonces inútil será tu deseo,

como ofrenda puesta sobre un mausoleo.


¡Tómame ahora que aún es temprano

y que tengo rica de nardos la mano!


Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca

y se vuelva mustia la corola fresca.


Hoy, y no mañana. ¡Oh amante! ¿no ves

que la enredadera crecerá ciprés?


El tema

Desde el título, el poema presenta abundantes referencias al tiempo, en particular al paso del tiempo. La hora, dicho en singular, apunta a un momento concreto y no otro, e inevitablemente el lector sabe que una hora pasa con velocidad, pues el tiempo corre, como los antiguos latinos decían: “tempus fugit irreparabile” ( el tiempo huye irreparablemente). Por otro lado, todo ser humano conoce las consecuencias que el paso del tiempo tiene sobre la vida, y especialmente, sobre el cuerpo, pues es lo más evidente. En el yo lírico, parece preocupar por encima de todo lo vulnerable que es el cuerpo al paso del tiempo. Como si solo hubiera una hora, una escasa hora, para que se hallara en toda su plenitud, sin asomos de decadencia.

Como subtema, aparece la llamativa alusión a la belleza femenina como particularmente víctima de los estragos del tiempo, en una concepción del yo lírico que representa a la mujer como un ser cuyo máximo objetivo es ser hermoso, estado que al parecer solo se obtiene en la juventud, tal como insinúa el poema.



La voz que habla

El yo lírico es de carácter femenino. El lector puede percatarse de ello no gramaticalmente, sino por las concomitancias culturales con que el yo se asocia. En primer lugar, se habla de un cuerpo y una identidad que se puede identificar con el mundo vegetal en particular con las flores. La única referencia al árbol -símbolo genérico del ser humano por su verticalidad y su apariencia copa (cabeza), tronco(cuerpo) ramas (pies)-, es significativamente la mención del ciprés, el árbol que desde los romanos se planta en homenaje a los muertos y especie predilecta para ser plantada en cementerios.

Así que el yo lírico, si bien toma abundantes referencias a la Naturaleza para expresarse, selecciona en particular  a las flores que históricamente han sido símbolo de belleza, fragilidad, sensualidad y femineidad.

Las flores aludidas, como las dalias y las rosas, impactan por su hermosura, tersura y color cuando están frescas, pero al marchitarse producen repugnancia y rechazo.

Este yo lírico no es solo femenino sino que su concepción de lo femenino se asocia a estos estereotipos culturales firmemente arraigados: la mujer ha de ser bella, la mujer joven es más valiosa, la mujer ha de ser suave, la mujer está asociada a la fecundación, como las flores en una planta.

El yo lírico se dirige a un tú, es evidente esto a nivel gramatical, por cómo está construido el poema, con gran relevancia del verbo tomar en modo imperativo unido al pronombre “me” (a mí). 

Este tú se espera, por parte del yo lírico, activo y dueño del poder de decisión, como en la tradición cultural se ve el rol del hombre en la pareja. También el vocativo “amante”, entre signos de exclamación, muestra que el otro es el que hace, el que ama, mientras que el yo lírico parece ser la “amada”, la que se deja amar.


Estructura


La velocidad con que se plantea el poema es coherente con la temática. El poema tiene diez estrofas de solo dos versos (dísticos), lo que señala la brevedad de cada instancia. Los versos son casi siempre dodecasílabos (de doce sílabas), con rima consonante, pero las vocales y consonantes de la rima a lo largo del poema van cambiando para darle variedad al sonido del poema y por lo tanto la sensación de cambio, de paso del tiempo.

En cuanto a la estructura interna, se ven dos momentos bien diferenciados. Por un lado las cinco primeras estrofas donde se explica el estado de perfección que tiene el cuerpo del yo lírico en plena juventud y belleza, y a partir de la estrofa seis, y en particular de la palabra “después”, el poema se inunda de oscuros presagios. Los verbos en presente cambian por verbos en futuro: el cambio de ese cuerpo hacia la vejez será inexorable.

La última estrofa cierra con una pregunta retórica la gran antítesis entre juventud/vejez, belleza/fealdad, felicidad/tristeza: “¿no ves, que la enredadera crecerá ciprés?”, siendo símbolo la enredadera de vida irrefrenable y el ciprés de muerte, como ya se ha dicho.

Por último, llama la atención la abundancia de anáforas. El “tómame ahora” y el “ahora” se repiten al inicio de verso, señalando la urgencia que tiene el mandato del yo lírico, que en lugar de mandato bien puede ser un ruego. Parece que el poder de decisión de “tomarla” (es decir, poseerla físicamente),  estuviera solo en el otro, el amante, el agente masculino.

Es contradictoria esta pasividad con la que espera el yo lírico con su discurso vehemente que exige ser tomada sin pérdida de tiempo.



Figuras literarias


Son muy abundantes, porque la autora está fuertemente influida por el Modernismo que fue un movimiento que se desarrolló a comienzos del siglo XX y que señala una fuerte predilección por las metáforas y el uso de símbolos de la mitología.

Pueden observarse varias metáforas (representación de un elemento real -que no se menciona- por medio de  un elemento imaginario que se le parece):

“llevo dalias nuevas en la mano”

“los ojos limpios y la piel de rosa”

“rica de nardos la mano”

“se vuelva mustia la corola fresca”


También hay comparaciones, que a diferencia de las metáforas sí explicitan y aparece mencionado el elemento real. Poseen un nexo comparativo que equipara lo real y lo imaginario:

“en mis labios repica la risa/ como la campana sacudida a prisa”

“inútil será tu deseo/ como ofrenda puesta sobre un mausoleo”


Pueden hallarse también personificaciones, donde se le otorga a un objeto o a un ser no humano algo característico de las personas exclusivamente:

“aún es sombría/ esta taciturna cabellera mía”

“la sandalia viva de la primavera”


Aparecen también metonimias, muy relacionadas al concepto de metáfora, donde se de una parte por el todo:


“llevo dalias frescas en la mano”


En este caso, la mano es un elemento del cuerpo que representa a todo el cuerpo en su máximo esplendor.


Y el poema está lleno de símbolos, siendo estos representaciones muy visuales de elementos que todos asociamos en la cultura a algunos conceptos. Un símbolo, a diferencia de la metáfora, es algo muy habitual y que toda una sociedad tiene integrada a su imaginario. Por ejemplo, la cabellera, es en muchas culturas asociada a la fuerza, vitalidad, erotismo, belleza y en particular la cabellera larga a lo femenino. 

El mausoleo (monumento funerario) simboliza sea la religión que sea la muerte.

Las flores, en particular las corolas, son utilizadas por ejemplo por los pintores para simbolizar la sexualidad, en especial femenina.