lunes, 4 de junio de 2018

EL HOMBRE PÁLIDO, de Paco Espínola


Un paisaje nocturno pintado por José Cúneo



"El hombre pálido"

Se trata de un cuento típicamente criollista, o regionalista. Su autor, Francisco Espínola, fue un intelectual oriundo de San José. En este cuento, como en toda su literatura, presenta un Uruguay específico, con su cultura, tradiciones y hasta su particular forma de hablar, vivo todavía en el medio rural en pleno siglo XX.
Este cuento se desarrolla en medio de una estancia -la estancia de don Clemente Farías- en el Departamento de San José, en el campo profundo. El lector puede reconocer que los personajes son uruguayos, que los topónimos (nombres propios de lugares) dan indicios de la ubicación
geográfica del cuento.
Pero es muy probable que los receptores del texto desconozcan una buena parte del mundo representado en el relato, seres humanos que habitan ranchos de adobe y que usan para iluminarse y cocinar el fuego.  Porque Uruguay, en la primera mitad del siglo XX, se modernizó y urbanizó con velocidad. Y se olvidó u ocultó un aspecto de su identidad. La vida del hombre y la mujer de campo permaneció en las sombras en el discurso público. Son tiempos en que han llegado gran cantidad de inmigrantes europeos empujados por las hambrunas y guerras, y Uruguay se ve a sí mismo y  ante los otros como "la Suiza de América".

El título

"El hombre pálido" se trata de un título epónimo, dado que menciona un personaje, que es central en la historia. Pero no lo llama por su nombre propio, que desconoceremos durante todo el cuento, sino por una grafopeya que llama la atención: la palidez de su rostro. Más adelante, otra grafopeya  va a contrastar con ese detalle de la piel del personaje. Tiene la barba negrísima, los ojos negros, el poncho y el sombrero negros. Desde el título se envuelve al personaje en una imagen de misterio.
La palidez puede ser resultado de su etnia (en ese mundo mestizo habitado alguna vez por guaraníes hay personas que aún tienen el rostro de un español o un portugués), o puede estar pálido por su estado de ánimo, apagado, introvertido, un hombre que no parece conectar con los demás.

Estructura y narrador

Es importante en el relato la larga introducción que realiza el narrador  sobre la naturaleza: primero  sobre el tiempo (tanto cronológico como en su sinónimo de estado climático), como del espacio, el campo inmenso donde solo se divisan vacas, árboles y  un rancho aislado.
El marco del cuento es un atardecer de tormenta, de diluvio. El narrador describe las actitudes de los animales ante la borrasca. Los pajaritos se refugian en sus nidos, las vacas (hacienda), dan sus
ancas al viento y la lluvia. Toda la naturaleza intenta protegerse de la tormenta. La oscuridad es creciente. El narrador habla en tercera persona, es externo, y por el momento objetivo, pero utiliza el lenguaje de los personajes, el español del Uruguay rural, coloquial, afectivo. Esto se ve en el uso del diminutivo.
Más adelante, el narrador pondrá el foco de la narración en los personajes, en primer lugar, cuando el hombre pálido recorre a Elvira con su mirada, y en segundo lugar, cuando Elvira en la oscuridad el dormitorio escucha los sonidos que vienen de la cocina y deduce que el hombre pálido ha salido en mitad de la noche y la lluvia, y que por lo tanto es un mentiroso. Pero no lo sabe absolutamente todo, no parece
un narrador omnisciente, sino que la historia se va descubriendo a medida que avanza: podría ser un narrador equisciente. (¿Sabe el narrador  lo mismo que el lector, sabe lo mismo que los personajes?)

Presentación



En la PRESENTACIÓN  de la historia, luego de la mención detallada del entorno rural se dan a conocer los personajes. Son pocos, como en cualquier cuento. El hombre pálido, que es protagonista de la acción, llega al rancho de Tiburcio (el padre, que al no aparecer en el cuento es un personaje silueta). Allí se encuentra con Carmen, la madre vieja, que le ofrece hospedaje, y  con Elvira, la hija de Carmen y de Tiburcio, una muchacha de pocas palabras muy obediente de sus padres y de las reglas del respeto y el decoro. Carmen, aunque es la que más habla porque es la que curiosea sobre el forastero y le ofrece pasar la noche en su casa, dada la tradición, es un personaje secundario.

La coprotagonista del cuento es Elvira. Con su belleza, sus trenzas, sus curvas, su dulzura ( se la compara con una torcaza, con el plumón de un pichón) , parece ejercer un poder inexplicable sobre aquel hombre. Aún algo tan sencillo como pasar un mate, se convierte en un momento de extrema tensión entre ambos.
La información de los personajes surge a través de las palabras del narrador y de los DIÁLOGOS.
Pero el narrador observa el cambio que se va produciendo en las personajes, y detecta que al hombre los ojos le brillan “como chispas”. A través del estilo indirecto, el narrador cuenta qué es lo que siente el hombre pálido al mirar a Elvira.
Y de pronto empieza la complicación. Algo nuevo e inesperado. Algo de Elvira le hace poner älitas de ángel” a las “malas pasiones” de aquel hombre.

Complicación



Desde el momento en que ese hombre rudo siente que le tiembla la mano al recibir el mate que le ofrece Elvira el lector empieza a presentir que algo va a cambiar en él.

Y en efecto, algo inesperado sucede.
El hombre se echa a dormir luego que las mujeres se meten en el cuarto. Pero, arrebujado con el perro León, del cual se ha hecho amigo, y entre las mantas o cacharpas, el narrador insinúa que el hombre en verdad no duerme.
Lo que en realidad sucede lo sabemos a través de la conciencia de Elvira, que, del otro lado de la puerta del dormitorio, sentada en la cama, en medio de la total oscuridad, escucha claramente ruidos y siente frío: sus sentidos le indican que el hombre pálido salió de la cocina hacia el patio en mitad del diluvio.
Elvira se aterroriza, y no es para menos.

Desenlace 



El desenlace es totalmente inesperado, para el lector, pero sobre todo lo será al día siguiente para Elvira, cuando concurra a la manguera (el pozo) a buscar agua.
Allí habrá quedado el cuerpo de un hombre que solo conocemos cuando el cuento ya está casi finalizando.
Se trata del compinche del hombre pálido. A esa altura ni el lector ni Elvira lo dudan: el hombre pálido ha mentido, no va a trabajar “pa’la estancia de Molina”, sino que es un ladrón, un asesino y quizás un violador.
Pero esa noche el amigo del hombre pálido, un negro que lo está esperando en mitad del aguacero,  no espera lo que va a suceder.
Ante sus primeras palabras "¿Están las mujeres solas?", es claro que tenían un plan para asaltar el rancho de Tiburcio.
Pero el diálogo entre los viejos compinches nos trae una sorpresa. El hombre pálido no quiere “hacerlo”. Hoy no, dice, y menos aquí. ¿Qué es lo que no quiere hacer? No lo explica el narrador, pero sí el otro personaje, quien a través de un lenguaje metafórico y divertido hace alusión a todos los muertos que el otro carga sobre sí.
Pero el hombre pálido ha decidido que esa noche no va a actuar como hasta ahora. Y ante el enojo del negro, solo queda el duelo. Un típico duelo criollo, con el poncho en el brazo enrollado como escudo y las dagas esperando abrir el vientre hasta el tórax.
El que vence es el hombre pálido, quien no tiene piedad de su amigo, a quien insulta y destripa.
Luego se va, como si no hubiera acontecido nada grave. Parece un hombre impasible.
Solo Elvira, con sus grandes ojos tristes, parece haberlo conmovido, parece haberle hecho entender que quizás otra vida es posible, con otros sentimientos.
De todas formas, en este final cerrado, el hombre pálido perdona la vida de Elvira y su madre pero es implacable con su ex compañero, que muere con una muerte terrible, llamando a su madre, desamparado y traicionado en medio de la lluvia.