Romance del enamorado y la muerte
Se trata de un romance novelesco, pues cuenta una historia, aunque su fuerte tono lírico lo ha convertido en uno de los poemas más famosos de la literatura española.
Llamamos “romance” a un tipo de poema que se cantaba y transmitía oralmente en el siglo XV en España, ya en el último siglo de la Edad Media. Está compuesto en versos octosílabos y su rima es asonante en los versos pares.
Los artistas llamados juglares realizaban con ellos verdaderos espectáculos para el pueblo, que se acercaba a las plazas a escucharlos con deleite y luego aprendía los poemas y los cantaba mientras trabajaba.
Este poema tiene un fuerte componente sobrenatural, con la personificación de la muerte, no ya como una horrenda calavera sino como una mujer misteriosa que irrumpe en la alcoba de un joven enamorado que “sueña” con la amada.
La fantasía en los romances era algo frecuente y esperado por el público. Sin duda la proliferación de imágenes de la muerte en el arte medieval tiene que ver con el pánico que quedó en las sociedades europeas luego de la terrible “peste negra” que arrasó con tantas vidas humanas. Pero la belleza y originalidad de este poema surge de descartar el tópico de la representación de la muerte como Parca, y sustituirla por un personaje inquietante que en principio es confundido por el enamorado con la deseada amada.
Se trata de un romance que se mueve en un territorio onírico (de deseo, de sueño, de pesadilla). La historia es fuertemente ambigua, pues el personaje del enamorado (el yo lírico) nos habla desde un presente en el que se recuerda lo sucedido o lo soñado “anoche”.
Yo me estaba reposando,
Anoche, como solía,
Soñaba con mis amores
Que en mis brazos se dormían.
Vi entrar señora tan blanca
Muy más que la nieve fría.
Desde el momento en que escuchamos la voz del personaje da la impresión de que aún vive.
Desde un punto absolutamente racional todo lo que se cuenta parece ser una pesadilla.
Pero la poesía tiene el don de evocar en quien escucha sentimientos contradictorios. La impresión que da el verbo “Vi” es de que efectivamente hubo un cambio perceptivo, que el personaje ya no sueña sino que vive esa realidad misteriosa.
Presentación de la historia
En primer lugar se presenta al enamorado, alguien sin duda joven que anhela completar un amor que probablemente sea prohibido, aunque sí correspondido.
La ambigüedad surge de la propia palabra “soñar”, que en español se refiere a las imágenes que surgen espontáneamente mientras dormimos pero también es sinónimo de fantasear, imaginar despierto.
El enamorado sueña o desea tener a su amada (la niña de “sus amores”) entre sus brazos dormida, anhela tener una noche de amor con esa doncella que, como luego veremos, está celosamente vigilada por sus padres.
Cuando parece que el personaje ya ha despertado, irrumpe en la historia esa presencia blanca y helada que el personaje solo puede identificar con la amada. ¿Será por su belleza? ¿La blancura y pureza de la amada parece repetirse en esa mujer misteriosa en su habitación? ¿O acaso quiere que su deseo de dormir con ella se haga posible?
Hay un obstáculo, un símbolo que se va a repetir en el poema: las puertas cerradas. Algo separa al enamorado de su deseo. Pero esta noche tan especial, las puertas, ventanas y celosías no son un obstáculo para alguien que se define así:
No soy el amor, amante
La muerte que Dios te envía.
Complicación
A la grafopeya de la muerte blanca y helada (a través de la hipérbole y comparación “muy más que la nieve fría”) le sigue esa voz tremenda que le aclara al confundido enamorado que no se trata del amor, sino que ella llega como enviada de Dios a cumplir una sentencia inexorable.
Sin embargo, se entabla un diálogo entre ambos donde él suplica con vehemencia una prórroga a su condena a muerte. Aparentemente, la muerte consiente, pero tal vez con crueldad le niega el día que el enamorado le pide, y solo le da una hora.
A partir de entonces el ritmo del poema se acelera, surge la voz de un narrador en tercera persona que cuenta las apresuradas acciones del enamorado a través de verbos.
Se abandona el espacio íntimo de la habitación del protagonista y éste parece correr por las calles para llegar a tiempo de ver por última vez a su amada. La velocidad se da también por la anáfora “muy de prisa” con que comienzan dos versos.
La ansiedad del enamorado se manifiesta en el paralelismo: “Ábreme la puerta, blanca/ ábreme la puerta, niña.”
Entonces surge un personaje que hasta entonces solo era una silueta. Pero ahora es la verdadera coprotagonista, la muchacha que es llamada tiernamente por el enamorado no por su nombre sino por palabras dulces y amorosas: “niña”, “blanca”, “mi vida”.
La voz de la hermosa doncella que anhela al hombre que los padres no le permiten amar se escucha a través de (otra) puerta cerrada. Pero aunque esta puerta pertenece a la casa señorial de sus padres, la muchacha encerrada sabe transgredir las prohibiciones sociales: esta vez sin embargo entiende que el momento no es el adecuado, pues su padre (seguramente un noble) no ha ido esa noche al palacio, y su madre está despierta, alerta.
La bella de una familia de la aristocracia estaba predestinada a casarse con un cónyuge elegido por los padres para promover la riqueza y la ascensión social de la familia.
Pero el ser humano busca la libertad. Esta muchacha probablemente ha abierto la puerta a su amado cuando su padre está en el palacio y la madre está dormida. Él conoce por dentro la casa de su amada, conoce el espacio donde ella pasaba sus horas encerrada, bordando, con tan solo una ventana para conectarse con el mundo exterior.
Pero el enamorado le habla con total sinceridad: está a punto de morir. Sin embargo, en las palabras del personaje hay una paradoja. Él cree que morir en brazos de su amada es una forma extrema de vida, de felicidad.
Cuando la amada comprende instantáneamente el riesgo que corre su amado, es capaz de sacrificar muchas cosas. Por ejemplo, que la descubran en sus amores prohibidos. Es capaz de idear un plan: cree que si le lanza un cordón de seda desde su ventana él podrá ascender y llegar a sus brazos. Pero sabe que quizás el cordón no es suficiente: entonces es capaz de ofrecer sus trenzas como cuerdas.
Un fuerte componente simbólico se oye en sus palabras: la riqueza de la seda, la fragilidad del hilo que representa la vida que puede partirse en cualquier momento, el ofrecimiento del pelo como don sagrado lleno de energía y fuerza para alcanzar el objeto deseado, reunirse con el amado antes de que este muera, abrazarse por última vez…
Pero el narrador con su estilo neutro cuenta hechos desnudos: “la fina seda se rompe/la muerte que allí venía”.
En un final abierto y lleno de sugerencias, la voz de la muerte culmina el poema queriendo arrebatar al enamorado de este mundo, terminante y rigurosa, y convence a quien escucha de que, efectivamente, el enamorado en su acción desesperada de treparse a la ventana encuentra su propia muerte. La cuerda era demasiado fina.
¿Quién es el responsable de esta muerte? ¿Realmente la muerte consigue su objetivo, y se trata de un obvio final trunco? ¿El enamorado se rompe su cabeza llena de sueños? ¿O fue la imprudencia e ignorancia de la amada echándole tan solo un cordón de seda para que soporte su cuerpo la verdadera causante de la muerte del enamorado?
Todo es posible y esto es parte de la belleza del poema, pero si se recuerda la palabra “anoche” del inicio del poema, se sugiere que tal vez todo se trate de un sueño, de una terrible pesadilla.