viernes, 27 de septiembre de 2024

ROMANCE DE "EL ENAMORADO Y LA MUERTE"

Romance del enamorado y la muerte




Se trata de un romance novelesco, pues cuenta una historia, aunque su fuerte tono lírico lo ha convertido en uno de los poemas más famosos de la literatura española.
Llamamos “romance” a un tipo de poema que se cantaba y transmitía oralmente en el siglo XV en España, ya en el último siglo de la Edad Media. Está compuesto en versos octosílabos y su rima es asonante en los versos pares.
Los artistas llamados juglares realizaban con ellos verdaderos espectáculos para el pueblo, que se acercaba a las plazas a escucharlos con deleite y luego aprendía los poemas y los cantaba mientras trabajaba.
Este poema tiene un fuerte componente sobrenatural, con la personificación de la muerte, no ya como una horrenda calavera sino como una mujer misteriosa que irrumpe en la alcoba de un joven enamorado que “sueña” con la amada.
La fantasía en los romances era algo frecuente y esperado por el público. Sin duda la proliferación de imágenes de la muerte en el arte medieval tiene que ver con el pánico que quedó en las sociedades europeas luego de la terrible “peste negra” que arrasó con tantas vidas humanas. Pero la belleza y originalidad de este poema surge de descartar el tópico de la representación de la muerte como Parca, y sustituirla por un personaje inquietante que en principio es confundido por el enamorado con la deseada amada.
Se trata de un romance que se mueve en un territorio onírico (de deseo, de sueño, de pesadilla). La historia es fuertemente ambigua, pues el personaje del enamorado (el yo lírico) nos habla desde un presente en el que se recuerda lo sucedido o lo soñado “anoche”.

Yo me estaba reposando,
Anoche, como solía,
Soñaba con mis amores
Que en mis brazos se dormían.
Vi entrar señora tan blanca
Muy más que la nieve fría.

Desde el momento en que escuchamos la voz del personaje da la impresión de que aún vive.
Desde un punto absolutamente racional todo lo que se cuenta parece ser una pesadilla.
Pero la poesía tiene el don de evocar en quien escucha sentimientos contradictorios. La impresión que da el verbo “Vi” es de que efectivamente hubo un cambio perceptivo, que el personaje ya no sueña sino que vive esa realidad misteriosa.


Presentación de la historia

En primer lugar se presenta al enamorado, alguien sin duda joven que anhela completar un amor que probablemente sea prohibido, aunque sí correspondido.
La ambigüedad surge de la propia palabra “soñar”, que en español se refiere a las imágenes que surgen espontáneamente mientras dormimos pero también es sinónimo de fantasear, imaginar despierto.
El enamorado sueña o desea tener a su amada (la niña de “sus amores”) entre sus brazos dormida, anhela tener una noche de amor con esa doncella que, como luego veremos, está celosamente vigilada por sus padres.
Cuando parece que el personaje ya ha despertado, irrumpe en la historia esa presencia blanca y helada que el personaje solo puede identificar con la amada. ¿Será por su belleza? ¿La blancura y pureza de la amada parece repetirse en esa mujer misteriosa en su habitación? ¿O acaso quiere que su deseo de dormir con ella se haga posible?
Hay un obstáculo, un símbolo que se va a repetir en el poema: las puertas cerradas. Algo separa al enamorado de su deseo. Pero esta noche tan especial, las puertas, ventanas y celosías no son un obstáculo para alguien que se define así:
No soy el amor, amante
La muerte que Dios te envía.


Complicación

A la grafopeya de la muerte blanca y helada (a través de la hipérbole y comparación “muy más que la nieve fría”) le sigue esa voz tremenda que le aclara al confundido enamorado que no se trata del amor, sino que ella llega como enviada de Dios a cumplir una sentencia inexorable.
Sin embargo, se entabla un diálogo entre ambos donde él suplica con vehemencia una prórroga a su condena a muerte. Aparentemente, la muerte consiente, pero tal vez con crueldad le niega el día que el enamorado le pide, y solo le da una hora.
A partir de entonces el ritmo del poema se acelera, surge la voz de un narrador en tercera persona que cuenta las apresuradas acciones del enamorado a través de verbos.
Se abandona el espacio íntimo de la habitación del protagonista y éste parece correr por las calles para llegar a tiempo de ver por última vez a su amada. La velocidad se da también por la anáfora “muy de prisa” con que comienzan dos versos.
La ansiedad del enamorado se manifiesta en el paralelismo: “Ábreme la puerta, blanca/ ábreme la puerta, niña.”
Entonces surge un personaje que hasta entonces solo era una silueta. Pero ahora es la verdadera coprotagonista, la muchacha que es llamada tiernamente por el enamorado no por su nombre sino por palabras dulces y amorosas: “niña”, “blanca”, “mi vida”.
La voz de la hermosa doncella que anhela al hombre que los padres no le permiten amar se escucha a través de (otra)  puerta cerrada. Pero aunque esta puerta pertenece a la casa señorial de sus padres, la muchacha encerrada sabe transgredir las prohibiciones sociales: esta vez sin embargo entiende que el momento no es el adecuado, pues su padre (seguramente un noble) no ha ido esa noche al palacio, y su madre está despierta, alerta.
La bella de una familia de la aristocracia estaba predestinada a casarse con un cónyuge elegido por los padres para promover la riqueza y la ascensión social de la familia.
Pero el ser humano busca la libertad. Esta muchacha probablemente ha abierto la puerta a su amado cuando su padre está en el palacio y la madre está dormida. Él conoce por dentro la casa de su amada, conoce el espacio donde ella pasaba sus horas encerrada, bordando, con tan solo una ventana para conectarse con el mundo exterior.
Pero el enamorado le habla con total sinceridad: está a punto de morir. Sin embargo, en las palabras del personaje hay una paradoja. Él cree que morir en brazos de su amada es una forma extrema de vida, de felicidad.


Desenlace

Cuando la amada comprende instantáneamente el riesgo que corre su amado, es capaz de sacrificar muchas cosas. Por ejemplo, que la descubran en sus amores prohibidos. Es capaz de idear un plan: cree que si le lanza un cordón de seda desde su ventana él podrá ascender y llegar a sus brazos. Pero sabe que quizás el cordón no es suficiente: entonces es capaz de ofrecer sus trenzas como cuerdas.
Un fuerte componente simbólico se oye en sus palabras: la riqueza de la seda, la fragilidad del hilo que representa la vida que puede partirse en cualquier momento, el ofrecimiento del pelo como don sagrado lleno de energía y fuerza para alcanzar el objeto deseado, reunirse con el amado antes de que este muera, abrazarse por última vez…
Pero el narrador con su estilo neutro cuenta hechos desnudos: “la fina seda se rompe/la muerte que allí venía”.
En un final abierto y lleno de sugerencias, la voz de la muerte culmina el poema queriendo arrebatar al enamorado de este mundo, terminante y rigurosa, y convence a quien escucha de que, efectivamente, el enamorado en su acción desesperada de treparse a la ventana encuentra su propia muerte. La cuerda era demasiado fina.
¿Quién es el responsable de esta muerte? ¿Realmente la muerte consigue su objetivo, y se trata de un obvio final trunco? ¿El enamorado se rompe su cabeza llena de sueños? ¿O fue la imprudencia e ignorancia de la amada echándole tan solo un cordón de seda para que soporte su cuerpo la verdadera causante de la muerte del enamorado?
Todo es posible y esto es parte de la belleza del poema, pero si se recuerda la palabra “anoche” del inicio del poema, se sugiere que tal vez todo se trate de un sueño, de una terrible pesadilla.





ILÍADA, de Homero

Canto I

Inicio de la cólera de Aquiles.




Esta imagen corresponde a un fresco de Pompeya, conservado casi intacto debido a que
la ciudad romana fue cubierta por las cenizas del temible volcán Vesubio, en el siglo I
A C. Esto demuestra que casi ocho siglos después de componerse la Ilíada, sus escenas seguían siendo capitales en la cultura grecolatina.
La pintura representa el momento en que Aquiles, en plena disputa con Agamenón, está desenvainando su espada para castigar la terrible acusación que acaba de inferirle el rey: "Huye pues si tu ánimo a ello te incita". Aquiles no puede soportar que se le acuse de cobarde, pero llega del Olimpo Minerva, la diosa de la sabiduría y de la guerra, que tiene entre todos los guerreros aqueos como favorito a Aquiles, y lo detiene tirándole del pelo.



Inicio de La Ilíada


En el Canto I, desde el primer párrafo, la voz narradora muestra la gravedad de los hechos a contar, pidiéndole ayuda a una diosa, -la musa- para contar una narración monumental, donde murieron tantos hombres de forma indigna. Hombres cuyas almas fueron precipitadas al Hades pero cuyos bellos cuerpos de guerreros no recibieron los rituales fúnebres esperados, sino que fueron devorados por perros y aves de rapiña.
El narrador enseguida advierte que el gran suceso que precipitó el desenlace de la guerra de Troya y el momento extremo de violencia y muerte fue la cólera de Aquiles, ira que se desató luego de la separación, disputando, de los guerreros y héroes Agamenón y Aquiles.
Inmediatamente pone a quienes escuchan -o leen- La Ilíada en antecedentes de tal pelea.
Los aqueos mientras asedian la ciudad de Troya, amurallada, han saqueado ciudades vecinas. Acampan a la orilla del mar, en tiendas.
De pronto, llega un anciano, un sacerdote de Apolo, dios que se venera en Troya. Se llama Crises y no es un simple anciano, sino que viene con las ínfulas del dios, con el símbolo de que Apolo le ha conferido poder.
Crises viene a exhortar a los aqueos a que devuelvan a su hija Criseida, raptada en uno de los saqueos por los griegos. Pero ofrece a cambio un espléndido rescate, que los dioses les permitan ganar la guerra y volver a casa felices y vivos.
Agamenón reacciona con violencia: "Que yo no te encuentre, anciano, cerca de las cóncavas naves", le grita amenazador.
Él es el rey, el jefe del enorme ejército aqueo, y por ahora nadie osa a contradecirlo. Defiende su derecho a quedarse con Criseida, ya que es su botín de guerra. Pero públicamente expresa su pasión por ella: prevé que le vendrá la vejez en su cama, en Argos. Eso significa que se piensa quedar con ella como concubina por el resto de sus días.
El sacerdote no contesta y se va por la orilla, su furia se advierte con el paralelismo de la imagen del "estruendoso mar", pero su llanto y su súplicas a Apolo son significativas: "paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas".




El liderazgo de Aquiles


Pronto los guerreros aqueos (los dánaos) empiezan a morir. Bajo el símbolo de las flechas del terrible dios Apolo, (dios de la belleza, del sol y de la música), caen los hombres uno tras otro. Los aqueos creen que se trata de una peste, pero el narrador nos informa que es la venganza de Apolo por el ultraje hacia Crises.
Pasados nueve días de muerte y horror, el griego que toma la iniciativa para buscar una solución es Aquiles. Ante la situación de emergencia, quien debería haberlo hecho es el rey jefe, es decir, Agamenón, pero al parecer Aquiles es un espíritu libertario y no acepta las jerarquías ni la injusticia.
Llama a junta, a asamblea, porque sabe que hay que tomar una decisión. Tal vez tengan que regresar a su patria, pero antes tienen que averiguar si el dios Apolo está ofendido por alguna hecatombe o sacrificio ritual que los griegos no han cumplido. Aquiles en este momento parece un hombre sutil, que con mucho tacto evita hablar de lo que todos deben intuir. Apolo está indignado por la deshonra realizada a Crises, su sacerdote.
No obstante, propone consultarle a un adivino. Quien inmediatamente se da por aludido es Calcas, quien tiene un historial terrible de vaticinios con Agamenón. 
Él fue quien interpretó el deseo de los dioses de que Agamenón optara por llegar a Troya con vientos favorables a cambio de que sacrificara a su hija Ifigenia. Y Calcas dice la verdad: el origen de la peste que diezma a los soldados aqueos es la negativa de Agamenón de entregar a Criseida.
Cuando Calcas habla, y cuenta el verdadero motivo de la peste, la reacción del temible Agamenón no se hace esperar: "Adivino de males, jamás me has deparado nada bueno".
Sin embargo, luego de realizar una loa a Criseida, donde compara a esta bella joven con su madura esposa que ha quedado en Argos, la reina Clitemnestra, anuncia que está dispuesto a entregar a Criseida.
Pero antes anuncia que le vayan preparando otra recompensa. Tácitamente, está esperando que los aqueos le entreguen una de sus mujeres/trofeo que se han traído de palacios y templos.
"Ved cómo se me va de las manos aquello que me correspondía", dice Agamenón. Sí, es verdad, en esta sociedad jerárquica, viril y guerrera, el rey tenía derecho a la mejor recompensa.
Pero los dioses se lo impidieron. ¿Acaso los hombres podrán subsanarlo?

Explota la cólera de Aquiles





Los héroes pelean en la batalla y en el Ágora.

Cuando Aquiles escucha la réplica de Agamenón a Calcas, inmediatamente reacciona con indignación. La propuesta del rey le parece injusta. Si bien Agamenón aceptó devolver a Criseida a su padre, ha dejado bien claro que se llevará otra recompensa. Por ahora no ha mencionado que se llevará a  la mujer raptada que desee, aunque tenga que sacarla del lecho de otro jefe. Pero está implícita la posibilidad.
Agamenón con ello ha dejado claro que es el amo del poder, que todos los aqueos deben aceptar sus decisiones. Pero Aquiles no cree en las jerarquías sociales. Aquiles es joven y rebelde, profundamente individualista. Repudia la decisión de Agamenón con una lógica casi democrática donde explica que si el botín ya está repartido, no es posible volverlo a reunir y distribuirlo otra vez. Le propone esperar a saquear nuevas tierras y riquezas, es decir, tomar la amurallada Troya. Es una propuesta algo frustrante para  un hombre como Agamenón.
Aquiles no comprende exactamente la dinámica del poder. El rey Agamenón estaba enamorado de Criseida, y en verdad no le interesan las mujeres raptadas de los otros jefes, pero no quiere quedar frente a los hombres como el único que se ha quedado sin concubina.
Agamenón le espeta a Aquiles un retorcido pensamiento: parece, según él, que el gran guerrero quiere conservar su recompensa y quiere dejarlo al
Atrida, nada menos que el rey, sin la suya.
Entonces por fin pronuncia la perturbadora amenaza: su poder le permitirá dirigirse a cualquiera de las tiendas de los hombres que lo acompañan y arrebatarle la mujer. Hace una enumeración de aquellos a los que podría quitarles el botín, y entre esos posibles candidatos está Aquiles.

La cuestión de la GLORIA

La respuesta exasperada de Aquiles no se hace esperar. Acusa a los gritos a Agamenón de ser imprudente y codicioso. Y cuestiona que los hombres sigan a las órdenes de un rey tan poco merecedor del cargo que ostenta. Luego se refiere a sí mismo, a su personal historia. Él no ha venido a esta guerra por venganza, ni porque los troyanos hagan cometido ninguna clase de “robo” contra él. Alude al rapto de Helena y a la vergüenza de Menelao. Habla en plural, como si fuera un verdadero representante de todos los aqueos. “Hemos venido para darte el gusto de vengaros a Menelao y a ti, grandísimo insolente.” Los insultos muestran la furia de Aquiles: “cara de perro”. Y menciona un elemento esencial: él es quien sostiene la parte más pesada de la guerra, él  es el guerrero más fuerte y valiente, pero el gran botín se lo queda Agamenón. Esto, aunque injusto, no sería un problema para Aquiles, pues él no ha venido a buscar riquezas a la guerra de Troya, sino gloria.
Al ofenderlo Agamenón, ante la posibilidad del ultraje de que se lleven su recompensa, Aquiles anuncia que se retira del campo de batalla. No quiere permanecer sin honra.
Entonces Agamenón, que no es solo poderoso sino habilidoso en sus palabras, encuentra la mejor forma para humillar a Aquiles: “Huye pues, si tu ánimo a ello te incita”.
Aquiles ha amenazado con abandonar la guerra no por cobardía, por cierto, sino porque ya no quiere estar a las órdenes de un hombre al que desprecia, Agamenón. Pero para Aquiles que se le llame cobarde es terriblemente hiriente.
Él supo elegir, tiempo atrás, entre dos posibilidades que le dieron los dioses: una vida anónima, larga y pacífica, que no dejará rastros en la Humanidad, o una vida corta y con gloria, por la que Aquiles será inolvidable en la memoria de los griegos. Por eso él está en Troya, asediándola, para convertirse en el líder de una gesta sin igual en la Historia.
Pero ante el desprecio público de Agamenón, quien además señala que nadie es insustituible  y que Aquiles no es imprescindible para ganar la guerra,  el fuerte guerrero experimenta una furia sin par. Se sabe que para los griegos dejarse llevar por las pasiones, no respetar ningún límite,  es un pecado peligroso: el PECADO DE HYBRIS. Contrariamente, la SOFROSINE, es la virtud más esperable para un griego. Se trata de la mesura y de la capacidad de no perder el control sobre sí mismo.
Pero lo que ha dicho Agamenón sobre Aquiles es demasiado hiriente. Entonces Aquiles, desenvaina la espada, aunque aún en su velludo pecho están sus sentimientos confusos. Sus deseos de matar  a Agamenón chocan con la realidad de que ese hombre abominable es el rey de todos los guerreros que miran con expectación la escena.


Llega Minerva para limitar el odio.

De pronto sucede algo inesperado… Minerva, la diosa de la guerra y de la sabiduría, que se halla a favor de Aquiles, baja del Olimpo y le tira de la rubia cabellera, para detener el impulso asesino de Aquiles. Lo curioso es que sólo la ve Aquiles, sorprendido, puede mirar sus terribles ojos y escucharla: la diosa le da consejos. Lo detiene en su furia. No debe matar a Agamenón, porque es el rey y gobierna sobre mayor número de hombres. Le ordena envainar la espada y refrenar la cólera, aunque le permite insultarlo de palabra. Si la obedece, algún día será muy recompensado.
Aquiles, que en definitiva representa como héroe el alma y la escala de valores de los griegos, acata a la diosa y dice “Quien a los dioses obedece es por ellos muy atendido”. ¿Es acaso la presencia de la diosa Minerva una representación simbólica de la conciencia humana?
Entonces llueven una catarata  de insultos y descalificaciones sobre Agamenón. De la boca de Aquiles salen reproches que delatan un Agamenón ambicioso que no está a la altura del cargo que detenta en esa guerra. 
Y el joven guerrero reafirma su decisión de apartarse de la batalla. Pronuncia una profecía, por cierto, que ya Minerva le había prometido. Algún día los griegos lo echarán de menos, sin Aquiles la guerra resultará desfavorable y Héctor,  el gran héroe troyano, matará un gran número de hombres. Entonces los griegos irán hasta la tienda de Aquiles y le rogarán que vuelva a la batalla. Y así sucederá.
Pero solo con la muerte de Patroclo en manos de Héctor en el canto XVI Aquiles depondrá su cólera  y se transformará en una verdadera máquina de matar. La cólera se sustituye por el gran dolor por la muerte de su amado amigo Patroclo y el deseo de vengarlo.
En esta escena  con la que prácticamente comienza La Ilíada se ve con claridad el ideal griego de ser humano: se debía ser fuerte, diestro y valiente en la batalla y en el arte del combate. Pero también se debía ser locuaz, inteligente y persuasivo. La palabra, la lógica, el discurso y el razonamiento, ocupaban un lugar privilegiado en la cultura griega.





Canto VI. Coloquio de Héctor y Andrómaca.
Encuentro de los esposos

LA ILÍADA ES UNA EPOPEYA Y POR LO TANTO LA SUSTANCIA NARRATIVA ES BÉLICA. SUS HÉROES SON GUERREROS Y SE ESPERA DE ELLOS ACCIONES DONDE SE DEMUESTRE SU VALOR Y DESTREZA.
Pero los troyanos, además de guerreros, pertenecen a una exquisita civilización. Les conceden un rol a las mujeres y a la familia mucho más elevado de lo que el narrador ha mostrado en el mundo de los aqueos, donde Agamenón era capaz de despreciar a su esposa Clitemnestra delante del ejército y prometer que quien compartiría su lecho hasta la vejez sería la esclava raptada como botín de guerra, Criseida.
En Troya las mujeres usan “hermosos peplos”, es decir, mantos bordados de gran belleza y siempre se las ve en grupo, en relación con otros.
Cuando Héctor hace un alto en la batalla, en el Canto VI, se dirige inmediatamente a ver a su esposa y a su pequeño hijo, a quien los troyanos llaman Astianacte, que equivale a decir salvador. El narrador usa una comparación para explicar la singularidad del niño: “hermoso como una estrella”.
Pero Andrómaca no está en el palacio y Héctor sale a buscarla por las “bien trazadas calles”, lo cual es una metonimia de la enorme ciudad construida por sabios arquitectos.
El héroe viene de un mundo viril, de guerreros ensangrentados y heridos, con escudos de metal y espadas filosas, y recorre así la ciudad.  Las esclavas le han dicho que su esposa se había ido a la torre más alta de la muralla para divisar la batalla.
Y efectivamente, allí se la encuentra Héctor a su mujer junto a las puertas Esceas, las puertas que junto a las murallas impiden que caiga Troya.
Sin embargo, su mujer se acerca a él llorosa, “como loca”. El narrador, que usa muy dosificadamente las comparaciones, con esta tan breve y sencilla muestra el horror de las mujeres ante la guerra.
Héctor advierte el dolor que su amada esposa experimenta, sabe que esa guerra puede perderse y en ese caso todos morirán. Por eso, Héctor, que está lleno de amor hacia su mujer y su bebé, “SONRÍE SILENCIOSAMENTE”. La ternura que le inspiran le hace sonreír, pero los oscuros presentimientos le dan un tono de melancolía a su gesto.
ESTA ES LA PRIMERA DE LAS TRES SONRISAS QUE PAUTAN ESTE EMOTIVO DIÁLOGO QUE RESULTA SER LA DESPEDIDA ENTRE LOS ESPOSOS.

Canto VI


Continúa el coloquio de Héctor y Andrómaca


Cuando Andrómaca se enfrenta a su esposo lo recibe con una sarta de reproches. Le suplica que no haga desgraciados a una esposa y a un tierno hijo, por lo tanto, que no salga a batallar. Algo inverosímil dado que Héctor es el líder del ejército teucro.
LO QUE ANDRÓMACA DICE ES UN PARLAMENTO. SE TRATA DE UNA FORMA DE ESTILO DIRECTO, INCLUIDA DENTRO DE UN DIÁLOGO, DONDE EL PERSONAJE SE EXPLAYA Y HABLA LARGAMENTE FRENTE AL OTRO QUE LO ESCUCHA. EN LA ILÍADA, LOS PARLAMENTOS SIEMPRE TIENEN UNA LÓGICA Y UNA CAPACIDAD ARGUMENTATIVA MUY FUERTE.
Andrómaca inicia su súplica a Héctor con reproches, pero inmediatamente le recuerda todo el daño que le ha infligido Aquiles, la sombra que se cierne sobre Héctor. Aunque Aquiles en este momento se ha retirado del combate, ofendido por la afrenta de Agamenón, los esposos tienen claro que algún día volverá y su regreso será terrible.
Aquiles ha destruido toda la familia de Andrómaca. Entonces ella realiza una ENUMERACIÓN de todos los seres amados a los que ha asesinado Aquiles. El padre fue muerto por Aquiles cuando tomó la ciudad de Tebas. Sus siete hermanos, fueron todos masacrados por Aquiles el mismo día mientras estaban pacíficamente junto a sus ovejas, símbolo de inocencia. A la madre de Andrómaca la tomó como botín y murió como esclava.
La súplica de Andrómaca llega a su punto máximo cuando le declara a Héctor que ahora él es su padre, su hermano y su madre. Es una mujer que ha perdido todo y lo único que le queda es ese  venerable esposo, quien también protege a su hijo. Entonces, paradójicamente, le da un consejo de guerra: “pon el ejército junto al cabrahigo”, un lugar por donde la ciudad amurallada resulta más vulnerable. Puede resultar absurdo que una mujer le indique cómo hacer la guerra al militar, pero el presentimiento de Andrómaca es perturbador. Son vulnerables pese a las murallas.
El discurso de Héctor le da la razón: “Todo esto me preocupa, mujer”, pero a continuación le explica que nunca podrá renunciar al rol que el destino le ha encomendado, ser el guerrero más valiente que defiende a su pueblo. No puede retroceder, ni  ponerse a la defensiva, porque entonces sería una vergüenza frente a los troyanos. Su padre fue un hombre glorioso y valiente, y él también debe serlo.
Pero comparte el presentimiento de Andrómaca, y sabe que llegará el día en que perezca Ilión a manos de los aqueos. Sin embargo, prefiere morir antes que ver  a Andrómaca apresada como botín de guerra y enviada como esclava a tejer en Argos, o  convertida en una pobre mujer que debe ir a buscar el agua a la fuente.
En  ese momento, Héctor desea tomar a su bebé en brazos, pero el niño, asustado por el casco de bronce y crines que lleva en la cabeza su padre, llora. Entonces los padres, instintivamente se miran y se sonríen ante la inocencia del niño, que no reconoce a su padre.
ES LA SEGUNDA SONRISA DE ESTA ESCENA, UNA SONRISA DE UNIÓN Y COMPLICIDAD.
Héctor se quita el casco y a continuación toma el bebé en brazos, imagen extraordinaria en una epopeya cuyo tema central es el combate entre guerreros que se juegan la gloria.
El héroe meciendo al bebé resulta intensamente conmovedor. Héctor es mucho más humano que Aquiles, que ha elegido morir con gloria joven, en lugar de vivir anónimamente rodeado de su familia.
Héctor invoca a los dioses con su hijo en brazos, y les pide que continúen la estirpe de guerreros valientes en él. Por lo tanto, les ruega que su hijo crezca, que sea un hombre, que sea un guerrero, que haya un futuro para él. Es una forma de suplicar que no pierdan la guerra.
Pero el coloquio termina con el héroe consolando a su mujer: “¡Esposa querida!”, exclama. Y a continuación expresa un concepto que está tácitamente en el destino de todos los personajes de La Ilíada. No morirá ni su alma se precipitará al Orco antes de que el HADO, el destino, lo indique. Antes de que lo dispongan los dioses. Hay una posición fatalista en Héctor, pero ello no significa que renuncie a sus valores, como el compromiso con su pueblo y el valor en la defensa de la ciudad.
La muerte es inevitable PERO HÉCTOR CUMPLIRÁ CON SU DEBER. Entonces vuelve a la batalla, y se despide de su esposa e hijo, tal vez para siempre.
Cuando se alejan, Andrómaca se da vuelta cada tanto para mirar a su esposo con una SONRISA BAÑADA EN LÁGRIMAS. ES LA TERCERA SONRISA DEL EPISODIO QUE NOS MUESTRA UNA HERMOSA ANTÍTESIS. A PESAR DEL DOLOR, EL AMOR QUE HA RECIBIDO ANDRÓMACA DE SU ESPOSO LE DA FELICIDAD. ES UNA SONRISA TAMBIÉN DE ESPERANZA, PORQUE HÉCTOR HA PROMETIDO QUE CUMPLIRÁ CON LA MEJOR OPCIÓN: LUCHAR POR ELLA Y POR EL NIÑO. LO QUE EL HADO Y LOS DIOSES DISPONGAN NO DEPENDE DE NINGUNO DE ELLOS.




Canto VI
Aquiles y Héctor frente a frente.







La diosa Atenea, metamorfoseada en el hermano de Héctor, Deífobo, convence al héroe para que este detenga su huida y enfrente a Aquiles. Héctor se deja persuadir y efectivamente, ya no le da la espalda y exclama que está dispuesto a dar batalla, muera quien muera, o muera quien así decidan los dioses. 
Pero  así como declara que está dispuesto a morir también le propone un pacto a Aquiles. Algo insólito  si se piensa en las características de Aquiles, pero no desatinado si se tienen en cuenta el respeto a las normas y a la sociedad por parte de Héctor.
El pacto se refiere a qué hará cada uno con el cuerpo del otro. En primer lugar, Héctor propone no insultar  al otro que haya muerto. En segundo lugar, plantea que el cuerpo sea entregado a los familiares para que se realicen los ritos fúnebres.
Héctor está proponiendo respetar el honor de los guerreros. Para los griegos, la peor muerte posible de un batallador era ser ultrajado y su cuerpo comido por las fieras. Los griegos creían que la grandeza de un guerrero se manifestaba en la belleza de su cuerpo atlético y fornido. Si este es despreciado y despedazado al morir, toda gloria habría sido en vano.
Y es evidente que Aquiles no acepta pactos. Está lleno de deseos de venganza, el pecado de hybris anida en su alma y no puede aceptar límites a su odio. “¡Héctor a quien no puedo olvidar!”, exclama. Ante él tiene el asesino de su amigo Patroclo, que era el ser más amado por Aquiles. No concibe estar haciendo acuerdos con él, del mismo modo que no es posible que haya acuerdos entre los lobos y los corderos, lo los leones y los hombres.
Todo el episodio está perlado de comparaciones que señalan la desproporción de fuerzas entre el semidiós Aquiles y el ser humano Héctor, un héroe, pero hombre al fin. 
Y Aquiles  le vaticina, con crueldad, que mientras que a Héctor lo comerán los perros,  Patroclo  recibirá sus correspondientes honras fúnebres.
Sin embargo, Héctor es valiente y está dispuesto a luchar por su gloria, no a  morir por la espalda huyendo. El combate comienza y Aquiles erra: si bien es muy fuerte, también comete errores. Entonces Héctor se alegra. Él no erró su tiro, aunque Aquiles lo contuvo con su escudo.  “¡Erraste el tiro, deiforme Aquiles!” Héctor se llena de confianza, porque  percibe sus fortalezas (tiene una extraordinaria puntería, sin ser un dios).
Pero ambos no están solos. Los dioses, y el destino, se inmiscuyen en la vida de los humanos. Atenea le entrega otra lanza a Aquiles y en cambio desaparece como figura de Deífobo. Héctor llama a este y al ver que no está, comprende el ardid de la diosa. Entonces reconoce “Ya los dioses me llaman a la muerte”. Y dado que ha de morir, prefiere hacerlo con gloria y realizando algo que llegue a oídos de los venideros. Está previendo el porvenir, donde en la cultura Occidental Héctor, héroe de Troya, es un paradigma de valor y honradez.
Entonces los roles se invierten y es Héctor el que se lanza sobre Aquiles, como un águila. Ambos cuerpos se embisten, pero Aquiles soporta los embates de Héctor, mientras busca la forma de clavarle la pica, la lanza que le volvió a entregar Atenea, en ese cuerpo tan  bien pertrechado por la armadura de Patroclo que ahora protege a Héctor. Sin embargo, hay un espacio por el cual es posible atravesar el cuerpo de Héctor, que es la garganta. Por allí le clava la lanza, y mientras lo hiere, lo insulta, tal como temía Héctor: “¡Necio!”, le grita. Y le recrimina la muerte de Patroclo, advirtiéndole que su venganza continuará más allá de la muerte. Efectivamente, le asegura que el cuerpo de Héctor será mancillado por los perros.
Héctor ha quedado herido de muerte, pero aún puede hablar. Agonizante, le suplica a su matador que no permita que se ensañen con su cuerpo los perros en campamento aqueo. En los últimos momentos de su vida piensa en los suyos. Quiere estar muerto en los rituales fúnebres rodeados de sus seres queridos.
Aquiles es inflexible: “¡No me supliques, perro!” Y pronuncia un deseo que es el paradima del hybris: “ojalá mi deseo me llevara a comer tus carnes crudas”. Comer al otro por odio es un tabú para la humanidad. Y repite, una y otra vez, que no entregará el cadáver a los familiares de Héctor y que este será destrozado por las aves de rapiña.
Esto es lo último que escucha Héctor vivo, la imagen terrible de sí mismo contraria a la bella muerte del héroe que cae glorioso en la batalla.  Pero aún tiene un soplo de vida para profetizar a Aquiles la muerte de este según la decisión del destino. Incluso, anuncia quién lo matará, su hermano Paris, el que tiene fama de cobarde, pero que es un gran flechador como el dios que lo protege, Apolo.
Aquiles desprecia la profecía del moribundo, porque cree que morirá cuando los dioses lo llamen. Pero Héctor estaba señalándole algo más que una fecha cercana de muerte: el odio y la furia de Aquiles, su cólera, su pecado de hybris, no es algo bienvenido por los dioses, que esperan del ser humano sofrosine, mesura y equilibrio.
La muerte, personificada, se cierne sobre Héctor: “lo cubrió con su manto”. Mientras todos lloran por un fuerte que desaparecía –los troyanos-, los soldados aqueos vienen a herir el cadáver del adversario, como para comprobar que efectivamente está muerto.
Aquiles, que se halla desconsolado por la muerte de Patroclo, pero quien también intuye oscuramente la suya propia, ya no tiene límites. Ata por los pies a su carro a Héctor y lo arrastra para que el cuerpo quede ultrajado por el polvo.
Sin embargo, este no es el desenlace de La Ilíada. El verdadero desenlace se produce en el Canto XXIV cuando el rey Príamo se acerca a las naves aqueas a pedirle el cadáver de su hijo y Aquiles, al devolvérselo, depone su cólera.

Ya presiente su muerte muy cerca, pues ha alcanzado el máximo de gloria, que es la muerte del contrincante absoluto. Ya es el gran triunfador de la guerra. Y él eligió morir con gloria, pero morir en plena juventud.






Canto XXII: Muerte de Héctor

Importancia del canto

Este canto es el desenlace de La Ilíada, pues aquí parece resolverse el gran conflicto que recorre todo el largo relato: la  cólera de Aquiles.
Aquiles en principio monta en cólera por haber sido despreciado por su propio jefe militar, Agamenón. Ello sucede en el Canto I. Se retira del combate pero no se va a su patria,  Ptía, como aparentemente había prometido. Se queda en su campamento, expectante, pero entonces los aqueos, sin su gran guerrero, llevan la peor parte.
Esta tendencia se interrumpe cuando en el Canto XVI el gran amigo de Aquiles -el amigo amado-, es muerto por Héctor en combate. Como Patroclo se ha vestido con las armas de Aquiles, Héctor supone que ha logrado abatir al gran líder aqueo. Pero, por el contrario, al morir Patroclo en manos de Héctor, Aquiles regresa a la batalla  para vengarlo, con infinito más odio que antes aún. 
Pues que le hayan quitado a Briseida -su mujer esclava- no ha sido más que una humillación. En cambio, la muerte de su amado Patroclo lo ha sumido en el dolor y la desesperación.
Solo en el Canto XXII, cuando Aquiles mata a Héctor, esperamos que la cólera del héroe se aplaque de una vez. Pero sin embargo, Aquiles sigue furioso hasta con el cadáver de Héctor y ultraja a este.
Será en el Canto XXIV en el que Aquiles depondrá verdaderamente su cólera, al entregarle el cuerpo del hijo al Rey Príamo, quien se le presenta en la tienda a rogarle que le devuelva a el cadáver para hacerle los rituales funerarios correspondientes.


Preparación del combate

La primera escena muestra a los troyanos o teucros como cervatillos que huyen ante la avalancha de violencia que produce Aquiles. Instintivamente, los guerreros se refugian en las murallas de su hermosa ciudad. Solo queda Héctor fuera, como inmovilizado. ¿Por qué no huye también Héctor?
La voz narradora atribuye al HADO FUNESTO esta decisión de Héctor de no guarecerse ante el peligro que significa Aquiles, lleno de cólera.
Pero como en toda La Ilíada los dioses participan de la vida humana y sus vicisitudes. Apolo, dios del sol, que apoya totalmente a los troyanos, confunde a Aquiles y le hace pensar que es un guerrero teucro. Aquiles lo persigue para darle muerte, pero ello es imposible, y el dios se burla de él.
No obstante, si bien el dios Apolo es inmortal, Héctor no. Y Héctor ha quedado paralizado ante el destino que todos presienten.
Entonces, primero Príamo y luego Hécuba,, los padres de Héctor, le lanzan desde la muralla sendos discursos para que su hijo recapacite y entre en la ciudad antes de que lo alcance Aquiles, el "de los pies ligeros".
Príamo apela a la sensibilidad y a la inteligencia de Héctor, le recomienda apoyarse en sus otros guerreros, pues  sin estos, no podrá vencer a Aquiles,  "que es mucho más vigoroso". Luego, para conmoverlo, le recuerda todas las muertes de seres queridos que Aquiles le ha infringido a él, el rey Príamo. 
Pero Héctor es el hijo más querido, y Príamo sabe que lo puede convencer previendo el terrible futuro que le espera: la derrota. La derrota implica la muerte desgarradora del rey y del pueblo. El cuerpo del rey muerto será comido por sus propios perros. Apela a su ancianidad para que Héctor acepte entrar a las murallas.
Luego suenan las palabras de Hécuba, la madre de Héctor. Su discurso es más corto y más emotivo. Le suplica, mostrándole los senos que años atrás lo supieron amamantar, que cuide su vida. En  las palabras de Hécuba no cabe la menor duda. Héctor no tiene posibilidades de triunfar frente a Aquiles, que es un semidiós, invencible.
Estos discursos son anticipos, prolepsis, que presagian la suerte que correrá el pueblo de Troya.
Pero Héctor sabe mejor que ellos lo que se juega allí. Todos son conscientes de la inmensa trascendencia de este momento.


El duelo interno de Héctor

En su yo íntimo, se escucha un monólogo de Héctor donde se lo advierte escindido, dudoso. No sabe qué hacer. Si se dirige hacia Troya y se refugia o no. Hasta ahora hemos visto a Héctor como un valioso y temible héroe, pero en este monólogo se lo advierte como cualquier ser humano lleno de miedo.
Teme no solo a Aquiles. Teme quedar como un cobarde frente a sus guerreros.  Se siente culpable por haber confiado demasiado en sí mismo y no haber seguido los consejos de Polidamante, que le había advertido acerca del peligro del retorno de Aquiles a la batalla.
Luego, Héctor, el héroe, comprende que hay otra salida a la situación, que es la de enfrentar a Aquiles, no huir, y si así debe ser, morir gloriosamente. Es la opción más lógica llegado este punto.
Pero Héctor es un ser humano lleno de contradicciones, y en ese momento de quietud y de espera, donde el tiempo parece detenerse mientras Aquiles se acerca inevitablemente, deja correr su fantasía. Imagina que cuando se enfrente a Aquiles podrá proponerle un acuerdo, que incluya la devolución de Helena y  todas las riquezas de Ilión.
Pronto se da cuenta de que esta hipótesis es disparatada. Sabe que no puede ir a pedir a Aquiles, respeto y compasión. En ese caso el terrible guerrero lo mataría "como una mujer". Pronto Héctor se avergüenza de sí mismo y se imagina con sarcasmo la escena, donde él sería equiparable a una doncella y Aquiles a un mancebo. Entonces prefiere, con libertad de conciencia, ser valiente.


Huida de Héctor

Pero de pronto se produce la llegada inevitable de Aquiles, Relumbra su escudo como si fuera el sol naciente, símbolo de comienzo, de victoria.
Héctor al verlo se echa a temblar. La narración, si bien describe con minucia los estados de ánimo de Héctor ante la inminencia de su muerte, jamás lo descalifica ni lo degrada.
El héroe troyano, aterrorizado, corre con una fuerza casi sobrenatural. Aquiles lo persigue y corre porque los dioses le han dado una fuerza descomunal, pero es tal el miedo de Héctor que es capaz de igualarlo en velocidad. Dan tres vueltas a las murallas, y la escena resulta muy angustiante. ¿Hasta cuándo un ser humano podrá resistir si es Aquiles quien lo persigue?
La huida se transforma en una suerte de espectáculo siniestro. Todos los troyanos miran desde las murallas, ellos saben que la vida del pueblo y de la ciudad depende de Héctor. 
Pero también miran los dioses. Los poderosos, desde el Olimpo contemplaban pasivamente. Júpiter propone que en asamblea los dioses deliberen sobre si Héctor debe vivir o morir. Entonces se produce un debate entre Minerva y su padre, Zeus. Minerva, que es la diosa de la inteligencia y de la guerra, sabe que lo que sucede es absurdo. Héctor no puede escapar de un guerrero superdotado como Aquiles. No es razonable. Lo esperable es que gane el más fuerte,  y la diosa indica que el destino o el "hado", hace tiempo que condenó a morir a Héctor. Entonces Zeus acepta que Minerva participe en el combate. 
Los dos héroes continúan corriendo alrededor de las murallas como si fuera una pesadilla.
Se produce entonces una escena que deja en el lector una sensación de injusticia.  Zeus usa la balanza del destino, y el hado determina que el alma de Héctor baje hasta el Orco, es decir, que llegue al mundo de los muertos. Así se ve a los dioses supeditados a una fuerza mayor, el hado.
Minerva baja a la pelea metamorfoseada en Deífobo, un hermano de Héctor, y finge ser un ayudante para el combate. Incita a Héctor a detenerse y a pelear con Aquiles, dado que ahora tendrá ayuda.
¿Es una vil traición... o los dioses en La Ilíada no son más que una representación de las dificultades de la vida humana? Si Héctor se enfrenta a Aquiles, será más débil. No habrá quien pueda ayudar al gran héroe troyano.
Tal vez la cruel intervención de Minerva explique las desigualdades entre los hombres, de una forma poética.
Porque Minerva, disfrazada de Deífobo, no solo no ayuda a Héctor sino que cuando este necesita una lanza, desaparece.









jueves, 26 de septiembre de 2024

BIBLIA - Libro de Jonás




Introducción 

"El libro de Jonás" es literariamente un relato, una narración breve, pero al estar incluido en la Biblia, los creyentes lo interpretan como algo sucedido efectivamente: un hombre común, perteneciente al pueblo hebreo, Jonás, es interpelado por la voz de Dios y este le ordena convertirse en profeta. 
Un profeta es un ser humano que ha sido elegido para transmitir la palabra de Dios a los otros. 
No siempre los que deben escuchar al profeta son hebreos como él. El "Libro de Jonás", justamente, es un ejemplo de un profeta que debe predicar entre gente extraña, que tiene otra religión y otra cultura, los ninivitas. 
Nínive era la capital de un imperio muy poderoso, y muy agresivo. Conquistó la Mesopotamia durante el siglo VII y solía arrasar y saquear los pueblos que dominaba. 
Por lo tanto, es lógico que Yavé esté muy preocupado por la maldad de Nínive y exige a Jonás que les advierta. 
¿Qué debe transmitir Jonás? Algo muy difícil: los ninivitas deben creer que hay un Dios muy poderoso que conoce su crueldad y que la ve, un Dios al cual deben respetar. 
Pero Jonás quiere escapar de Dios. No acepta ser un profeta. Huye. 
Da la impresión de que es Jonás un hombre perezoso, incluso dentro del barco mientras sucede la terrible tormenta, él duerme y no se percata del enojo de Dios. 
Por lo tanto, este libro trata de la difícil relación entre el hombre (Jonás) y Dios. 
Dios exige tareas al ser humano y este a veces se rebela.


¿Es posible huir de Dios? 


No en la Biblia, donde Dios (Yavé o Jehová) es todopoderoso, omnisciente, nadie puede escapar de la mirada de Dios. 
Entonces Dios le pone obstáculos a la resistencia de Jonás, lo pone sucesivamente a prueba, lo reta, para que este finalmente acepte su destino, su condición de profeta que debe ayudar a Dios para guiar a la humanidad en el camino del bien y la justicia. 


Estructura 

Formalmente, el relato está dividido en cuatro capítulos. 
Pero en su interior hay dos partes: en la primera, Jonás huye de la palabra de Dios. Esta parte sucede básicamente en el espacio del mar. 
En la segunda parte, Jonás, que ha sido salvado por Dios gracias a la ballena, cumple, pero se arrepiente de haberle obedecido. 
Así surge el enojo de Jonás, aunque Dios termina dándole una lección mostrándole cuán poderoso y misericordioso es. Jonás tiene que creer en Dios realmente, confiar en él, porque todo lo que hace Dios es para el bien de los hombres. Tiene que tener fe.

Jonás  huye del mandato de Yavé




El personaje de Yavé (o Jehová), nunca es descrito por el narrador. Su voz suena, parece estar en todas partes y a la vez en el cielo, dado que dice que "la maldad de Nínive ha subido hasta mí".
Es usual que Yavé se dirija a los seres humanos -cuando los impulsa a la acción-  con el verbo "Levántante". En esta ocasión, el verbo coincide con la personalidad de Jonás, que parece dormir mucho y ser perezoso.
De hecho, cuando más tarde en la tormenta el capitán del barco descubra a Jonás durmiendo en la bodega mientras todos los marineros se esfuerzan por salvar la nave, le llamará "dormilón".
Y Jonás no parece ser en principio un hombre dispuesto a los sacrificios. De hecho, cuando siente la voz de Yavé dándole un encargo de profeta, Jonás huye. 
Quiere ir a lo más lejos del mundo conocido, al otro extremo del Mediterráneo. Aunque Tarsis puede designar distintos lugares del mundo antiguo en general se lo ha asociado con la zona sur de la actual España. De hecho, Jonás va a hasta Jope (actual Yaffo, contigua a Tel-Aviv en Israel), para tomarse un barco que resulta ser mercante. 
Los marineros que comparten con él el viaje, y que rezan a sus dioses cuando se desata la tormenta, probablemente sean fenicios, un pueblo que vivía en el actual Líbano y cuya profesión usual era ser grandes comerciantes que instalaron colonias por todo el Mediterráneo.
Jonás cree que se puede huir de Yavé tomándose un barco. Se olvida de Yavé cuando se pone a dormir en la bodega.
Pero Yavé no se ha olvidado de él ni del mandato que le ha ordenado. El narrador deja muy claro que es Yavé quien desata la tormenta. En esa frase vemos la inmensidad del poder de Yavé, y tal como luego confiesa Jonás a los marineros, Dios es el creador del cielo y de la tierra.
Ante la tormenta, surgen con nitidez los personajes marineros, que no son hebreos dado que cada uno rezará a su dios. Pero sin duda son más piadosos que Jonás, pues recurren a la religión cuando se ven expuestos al sufrimiento aunque parecen no conocer al verdadero Dios, Yavé.
Otro detalle que nos los muestra generosos es que tiran las mercancías al mar, para salvar la vida, lo más importante para un ser humano. También se los ve piadosos hacia Jonás cuando este les propone echarlo al mar para sosegar la tormenta.
Los marineros parecen convertirse a la religión de Jonás, el hebreo. De todas formas hacen todo lo posible por regresar a tierra a la nave porque no quieren matar "sangre inocente", es decir, intentan también salvar a Jonás.
Pero echaron suertes y la suerte cayó sobre Jonás. Así que hasta en las pequeñas cosas, en el mínimo azar, está presente Dios.
Entonces Jonás es echado al mar. Así acaba el primer capítulo.





La oración de Jonás. Jonás adentro del pez.



La oración de Jonás parece ser un salmo. Es un poema de alabanza a Dios. 
Pero el narrador en tercera persona ya nos ha dicho que Yavé había enviado un gran pez para que tragara a Jonás. El pez no lo salva azarosamente, SINO QUE ES PARTE DEL PLAN DE DIOS.
Todo parece corroborar la OMNIPOTENCIA Y LA OMNISCIENCIA DE YAVÉ.
Jonás se da cuenta de que ese pez, que lo tendrá tres días y tres noches en su vientre, es un auxilio que Dios le ha enviado. (En la Biblia el número tres es usado con frecuencia, como si fuera un símbolo).
Jonás conoce a Dios, y sabe que está allí, detrás de cada cosa que sucede en el mundo. También sabe que él mismo, Jonás, se ha arrepentido.
Este poema que tiene la función de un rezo acompaña el momento en que Jonás ha caído en el mar, y sin embargo, no muere.  O si muere, dios lo regresa a la vida. Verso a verso, el yo lírico describe las sensaciones de un espíritu al borde del abismo.
Si Jonás habla en su salmo al principio en tercera persona, pronto pasa a la segunda y ya se dirige a Dios directamente.
Es la voz del ser humano que habla a Dios para agradecerle por haberle salvado la vida. La ballena siempre es sentida como un auxilio que le envía Yavé, pero Jonás recuerda en su oración el momento en que, antes de ser salvado por el pez, estuvo en el abismo del mar, junto a la muerte.
Dice en forma muy bella cómo sintió que las corrientes corrían sobre su cabeza y que descendió hasta los cimientos de los montes. También que su rostro se enredó de algas.
A través de estas imágenes, el yo lírico transmite la sensación de haber pertenecido a un submundo no humano. El más allá. De hecho, se habla del Seol, que es la forma en que se mencionaba el mundo de los muertos en la cultura hebrea.
En medio de tanta oscuridad Jonás recuerda que hay un Dios misericordioso. Y que sabe escuchar al ser humano. Ello llena el espíritu de Jonás de gratitud y amor a Dios. Con gran emoción parece percatarse de la grandeza de su Dios.
Es casi un momento de conversión. Hasta entonces, Jonás pertenecía al pueblo hebreo, pero la religión para él no era más que una cáscara, un ritual. A partir de esta experiencia límite, Jonás se da cuenta de la importancia de Dios para su propia vida y de todo el amor que este siente por los hombres, aunque sean rebeldes, como él.
La historia de Jonás es una vez más la historia de la oposición entre Dios y el ser humano. Este se resiste a la inmensidad de Yavé, pero Yavé les demuestra que los seres humanos que son frágiles y perecederos y deben confiar en él.
Entonces el pez vomita a Jonás en tierra firme, una playa. Es un renacer: luego de haber pasado por los infiernos. Jonás vuelve siendo mucho más consciente de su deber en el mundo.
Y por lo tanto, ahora sí acepta el reto de Dios y acepta ser profeta.

Profetizando en Nínive



En el tercer capítulo el narrador explicita que POR SEGUNDA VEZ Yavé  le habla en forma imperativa a Jonás. Y vuelve a insistir sobre Nínive, que es definida como una gran ciudad, de tres días de andadura.
Allí un hebreo, un extranjero, deberá explicar el mensaje de un dios que en principio nadie conoce ni respeta.
Y el mensaje es desolador para los ninivitas: "De aquí a cuarenta días Nínive será destruida". No es exactamente el primer mensaje que debía entregar Jonás a los ninivitas. Es más grave. Hay un crescendo del enojo de Dios hacia Nínive, la ciudad imperial que se caracteriza por su crueldad, la ciudad desde donde parten guerreros que atacan y arrasan a los pueblos vecinos.
Pero, imprevistamente, los ninivitas creen en Jonás. Al igual que los marineros del barco, se produce un proceso de conversión. A estos seres humanos, que no son hebreos, se les hace claro que el verdadero Dios es Yavé, y que este es un dios ético, que exige bondad hacia el prójimo.
Entonces los culpables se arrepienten de sus horribles acciones. El narrador en tercera persona señala una serie de gestos de arrepentimiento, rituales de exorcización de la culpa: se enumera el ayuno, y el cambio de vestiduras. Abandonan las telas ricas (que les han llegado por su violencia y el saqueo) y se visten de cilicio, una tela rústica parecida a la arpillera.
Hasta el propio rey de Nínive  abandona su trono para vestirse de cilicio y para arrodillarse sobre ceniza. ¿Habrá brasas en esa ceniza? El fuego es señal de purificación. ¿Acaso se está autoflagelando el rey por todos los males que él ha cometido?
Nadie puede dudar del arrepentimiento del rey y su pueblo. Asimismo, el rey da órdenes para que todos ayunen, para que no tomen agua. El ayuno en varias religiones se asocia a la purificación y a la prescindencia de los placeres en favor del espíritu.
Y entonces Dios se arrepiente del castigo que les tenía preparado. No los destruirá.



Capítulo IV



   Jonás según Miguel Ángel. Capilla Sixtina. 


¿Cómo reacciona Jonás ante la actitud de Yavé? Este cuarto capítulo y desenlace de la historia, presenta por primera vez un verdadero diálogo entre Jonás y Dios.
Ahora el lector comprende más a Jonás. Es un hombre irascible y exige a Dios que sea como él es. No puede comprender la misericordia. Parece haber olvidado que estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena. Y que Dios lo perdonó y lo salvó.
Pero Jonás representa a la Humanidad, y esta siempre ha cuestionado a Dios. Jonás no concibe que gente tan malvada como los ninivitas queden impunes. No cree en el arrepentimiento del malvado. O si realmente el malvado se arrepiente, no cree que se lo deba exonerar de la culpa.
Considera que Dios es demasiado piadoso, tardo en castigar. Jonás prefiere al Dios del Génesis, el que echó a Adán y Eva del Paraíso, el que envió el diluvio y solo protegió a Noé, el que llevó las siete plagas a Egipto por haber sido un pueblo malvado e injusto que torturó a los hebreos.
Ese Dios del Tanaj concebido por Jonás es una imagen antigua de la divinidad,  una mirada que convierte a Dios en un juez en lugar de un misterioso ser lleno de amor, inescrutable.
Pero Jonás aún espera que Dios castigue a Nínive. Y se va al desierto a esperar que se produzca la destrucción de esta. Y entonces suena la voz de Yavé que con cierta ternura e ironía se dirige a Jonás: "¿Haces bien en enojarte tanto?"
Llega entonces el desenlace de esta historia y la lección que da Yavé a Jonás. Este, en el desierto, prepara un ramaje para cubrirse de los tremendos rayos del sol. Pero Dios hace crecer un árbol para que le dé sombra a Jonás, una calabacera o un ricino. Jonás no se percata de que la irrupción de ese fresco árbol en un día ardiente en el desierto es un milagro de Dios. Y parece sentirse feliz, aliviado.
Pero Dios tiene un plan mayor. Envía un gusano que destruye al árbol con la misma rapidez con que este había crecido. Y envía un viento caliente.
Jonás se está volviendo loco, se enoja tanto, que hasta desea la muerte. Está lleno de frustración y resentimiento. 
Y entonces el Libro termina con la voz de Yavé, que con extrema calma le da un discurso moral: Jonás tuvo lástima de la muerte de la calabacera. ¿Por qué? Porque le servía y le deba frescor. Solo por un impulso egoísta.
Pero Dios siente lástima por la muerte de todas sus creaturas, incluyendo los seres humanos que pecan, que han cometido actos impíos. Y Yavé le explica a Jonás que  él debe tener compasión por los pecadores, en este caso por los ninivitas, porque no saben distinguir  la mano derecha de la izquierda. Es decir: Yavé está convencido que la ignorancia es la fuente del mal. Que el ser humano debe comprender, reflexionar y arrepentirse. Esa es la vía para evitar males a la Humanidad, y no meros castigos.
Apuesta a la educación. Con Jonás  Dios ha sido un gran maestro. Y le ha dado oportunidades.  El silencio en que deja a Jonás señala que este queda pensativo, advirtiendo cuánta razón le asiste a Dios.
Y sí,  Yavé es misericordioso, no pretende venganzas. Se acabó la ley del Talión, el ojo por ojo, diente por diente.

El estilo de este relato es casi minimalista: apenas unas palabras, apenas unas imágenes, dan un panorama profundo de la convulsa alma humana y de la infinita bondad de Dios.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

BIBLIA - Parábolas de la misericordia



Tres historias muy humanas

Aunque al parecer nunca Jesús de Nazareth escribió  sus poéticas y creativas ideas, puede entenderse que sí  fue el autor remoto de estos hermosos cuentos moralizadores. 
Lo que hoy llamamos "Parábolas de la misericordia"son tres breves relatos que guardan un paralelismo entre sí, y que se hallan en el capítulo 15 del evangelio de Lucas.
Los evangelios son cuatro libros que integran el Nuevo Testamento (la sección cristiana de la Biblia),. Se supone que fueron redactados a partir de la transmisión oral de la prédica de Jesús a sus apóstoles o discípulos. Narran la vida y los episodios memorables del hombre a quienes Lucas, Mateo, Marcos y Juan consideraron su maestro.
Y Jesús fue un gran maestro. Independientemente de que quien lea estos cuentos crea que fue el hijo de Dios (o Dios mismo) como piensan los cristianos, o no, sus palabras resultan bellas, escuetas y tienen un fuerte sentido pedagógico.
Aunque con la presencia de Jesús se hable de Nuevo Testamento (nueva alianza con Dios, esta vez no solo entre Yavé y el pueblo hebreo sino entre la humanidad y Dios), lo cierto es que Jesús fue un gran lector de  las sagradas escrituras, un conocedor profundo de la Biblia hebrea, del Tanaj. Jesús era un judío muy religioso, nacido en un pueblo de judíos muy pobres. Los apóstoles también lo eran en su mayoría.
Así, hay una continuidad entre el pensamiento de Jesús y la antigua biblia hebrea, y muchas de las palabras de Jesús están inspiradas en Job o en Moisés o en profetas como Isaías.
Las parábolas son historias con las que Jesús buscaba representar situaciones morales conflictivas adonde se arribaba a una decisión ética. En "La oveja perdida", "La moneda perdida"y "El hijo pródigo" hay una enseñanza común que se va afirmando a medida que se cuenta una historia tras otra.
Es verdad que las dos primeras finalizan con una explicación que se sale del realismo para atisbar la reacción de Dios (o del espacio divino del cielo) ante las acciones de los hombres. 
Pero "El hijo pródigo", que es el relato más completo y complejo, no necesita un "explicit", la aclaración o una moraleja. 
Es el propio personaje del padre quien explicita la verdad moral. En el diálogo con su hijo, su inmensa bondad nos convence a todos: al hijo mayor -que no replica- , a los sirvientes del padre, a los apóstoles de Jesús que compartirán esta historia y a nosotros, los lectores contemporáneos.


Parábolas de la misericordia II






El marco

La voz que narra en tercera persona la situación en la cual Jesús pronunció estas palabras es un narrador externo, sin protagonismo alguno. El narrador se limita a exponer los hechos y la voz de Jesús. Jesús es el centro del relato en los evangelios.
En este caso, en el capítulo 15 de Lucas, se deja claro que Jesús era un hombre que confraternizaba con los marginales de la sociedad. Las traducciones hablan de "publicanos"y "pecadores". Los publicanos eran aquellos hebreos que tenían una tarea con visos de traición: cobraban los impuestos para el ejército de ocupación romano. 
Los judíos siempre fueron un pueblo muy autónomo y rebelde a la sujeción romana, quien terminó masacrándolos y destruyendo su templo en el año 70 D.C.  Por eso las personas trataban de no hacer tareas de subordinación ante los poderosos ocupantes. 
Pero los publicanos eran seres humanos que Jesús no quería estigmatizar, al igual que los pecadores. La palabra " pecadores " es por cierto muy ambigua, porque hay diversos tipos de pecados, pero sabemos que Jesús era sumamente tolerante con las prostitutas y las adúlteras.
Los fariseos y escribas ven con fastidio que Jesús, un hombre religioso, un judío piadoso, c
"coma"con esa gente a la que la sociedad desprecia. 
Los fariseos pertenecían a la clase alta de los hebreos, y los escribas eran aquellos que debían copiar en forma manuscrita los textos sagrados siguiendo un ritual muy estricto (por ejemplo, si se equivocaban debían volver a empezar).
Pero Jesús era un hombre pobre, un obrero, un carpintero, y sus amigos eran pescadores. No creía en la división de castas de una sociedad. Era ideológicamente cercano a la secta de los esenios, un grupo de judíos que venían proponiendo una vida ascética y el menosprecio a las riquezas.
Cuando Jesús se percata de la condena que recibe por alternar con pecadores, entonces les dice una parábola.


La oveja perdida


La primera es la de la oveja perdida, una situación reconocible para cualquiera que estuviera allí, pues el pueblo hebreo originalmente fue un pueblo de pastores que debió luchar arduamente contra las inclemencias del desierto.
Jesús no dice de forma aseverativa la parábola, sino que interroga al auditorio y propone una situación hipotética en la que cualquiera se puede representar. Pregunta a los que escuchan  que si tuvieran cien ovejas y una se perdiera en el desierto, no dejaría las 99  e iría en busca de la perdida.
Una lógica implacable recorre el razonamiento de Jesús, las 99 ovejas dóciles esperarán al pastor, y temerosas no se separarán del grupo. Pero la ovejita díscola, que se ha aventurado por los campos, necesita que el pastor la encuentre y la salve, pues sola no podría sobrevivir.
Jesús hace énfasis en la alegría del pastor, y entonces aparece la aseveración. Con seguridad, explica la enseñanza implícita en el relato: habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepienta que por 99 justos que no necesiten el arrepentimiento.


La moneda perdida




Continuando con la idea de ayudar al pecador, de acompañarle e integrarlo al mundo de sus hermanos, Jesús explica otra parábola. Es muy sencilla, habla de una mujer que ha ahorrado diez dracmas, diez monedas. Y ha perdido una. No hace falta, para Jesús, describir lo que significa para una mujer pobre y trabajadora perder el fruto de sus esfuerzos.
El narrador aquí cede prácticamente la palabra por completo a Jesús, y este con unos pequeños detalles pinta la vida de una mujer del pueblo, hacendosa, trabajadora, que para encontrar su moneda enciende su lámpara de aceite. O sea, normalmente la tiene apagada, porque no es posible gastar el escaso aceite en luz.
Y el esfuerzo vale la pena. La mujer (al igual que el pastor anterior) comparte con sus amigas y seres queridos la alegría de haber encontrado la moneda.
Claramente, con la repetición, se comprende que la oveja y la moneda son metáforas de las personas que se pierden del camino del bien. Pero siempre debe haber un otro amoroso que las busque y no las abandone.
Aquí contrasta la humildad de la mujer con la visión del cielo, glorioso y lleno de ángeles,que también es descrito para explicar la felicidad de Dios y los seres que lo acompañan ante el triunfo del bien sobre alguien a quien se creía perdido.
La apoteosis de esta enseñanza (no debemos dejar solos jamás al prójimo que se pierde, que se equivoca, que peca), llega entonces con la tercera parábola, la del hijo pródigo.



El hijo pródigo



Es esta la parábola más extensa de la trilogía de la misericordia. Tal vez porque el ejemplo que utiliza Jesús para representar al pecador alejado de Dios es justamente un ser humano. Un hijo.
Lucas, el supuesto narrador en tercera persona, deja a Jesús hablar. sólo hay un "también dijo" introductorio.
La historia nos introduce en un universo conocido por aquellos que escuchan la voz de Jesús, (los publicanos y pecadores, pero también los fariseos y escribas). Todos conocen en la cultura hebrea la importancia de la familia. Se trata de un padre y dos hijos. Sin madre, tal vez ha muerto entonces la relación entre los tres es aún más estrecha.
Uno de los diez mandamientos es "Honrarás a tu padre y a tu madre".
Pero en esta historia, hay un hijo que quiere hacer una vida distinta, una vida para la que se necesita dinero, no trabajo.
Entonces se produce una situación atípica: el menor de los hijos pide la parte de la herencia, sin que el padre haya muerto. No es algo habitual en la cultura hebrea, donde el padre es respetado así como la unión familiar.
Es evidente que el hijo quiere ser otro. Más adelante veremos que el padre es un hombre que ha obtenido sus riquezas con el trabajo en el campo, de hecho, su hijo mayor, al final, vuelve de las tareas rurales como un trabajador más.
Entonces el padre accede. ¿Por qué no? El hijo debe ser libre. No puede obligarlo a reproducir su propia vida.
Y le da el dinero, como si fuera lo más natural del mundo.
El hijo se va a una provincia lejana. Son los años de ocupación de Israel por el Imperio Romano, y si pensamos en una provincia lejana puede ser al otro extremo del Mediterráneo, por ejemplo.
Pronto dilapida el dinero, No quería para sí una vida de sacrificio y privaciones. Quizás tome alcohol, frecuente prostitutas y se dedique al juego. Esto se inferirá más tarde de las palabras del hijo mayor.
Por sobre todo, en su vida solitaria no trabaja. Concomitantemente, el dinero que el padre le ha dado, se esfuma, como la calabacera de Jonás.
El hijo menor queda solo, pobre y extranjero, en un lugar con otras costumbres, con otra religión. Ello es evidente cuando el único trabajo que consigue para poder comer es cuidar cerdos. Para lo judíos (y para los musulmanes), el cerdo es un animal impuro y la ingesta de carne de cerdo está vetada.
Y este joven judío, que ha vivido una cómoda vida junto a su padre y su hermano, se ve de pronto obligado a dar de comer a estos animales, limpiar sus heces, y además, pasar hambre, pues los patrones lo explotan y maltratan. No le dan de comer, y su salario sea probablemente solo la comida prometida.
Entonces, en la soledad y el sufrimiento, el hijo que solo deseaba huir de su padre para ser él mismo y no depender de la autoridad de la familia y su cultura, comprende que el ser humano no puede vivir sin sus semejantes, El ser humano es un animal social, su raciocinio y su afectividad lo llevan a necesitar vivir con los otros, ajustarse a normas, convivir y ser amoroso con el resto.
Se percata de todo lo que ha perdido. Se percata del error que ha significado abandonar sus vínculos familiares. Comprende que su padre era un gran hombre, generoso, que trataba a sus empleados con dignidad.
Es en el hambre cuando se despierta la conciencia del hijo.
Y decide qué hacer. Ir hasta la tierra de su padre y proponer a este que lo acepte como jornalero, como empleado de campo. Él cree que después de haber despreciado a su padre este no lo volverá a sentir como hijo.
Y el hijo pródigo regresa: si antes habíamos escuchado la voz de su conciencia, ahora escuchamos las palabras que le dirige a su padre: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de llamarme tu hijo".
Es muy significativo que asocie en sus palabras al cielo y al padre, es evidente que hay una armonía entre ese anciano piadoso que corre al verlo desde lejos y la bondad de Dios.
El padre se le echa al cuello y lo besa. Puede imaginarse que el hijo menor estaba sucio y pestilente, parece un mendigo, ha cuidado cerdos, quizás esté muy delgado o enfermo.
Pero ese abrazo que le da el padre es incondicional, muestra el perdón. El padre da el perdón porque sabe que su hijo está arrepentido, pero no solo por eso.
Cuando convoca a los sirvientes a darle ropa y zapatos al hijo que pensaba perdido, y a su vez, propone una fiesta donde se ase al becerro más gordo, está feliz por algo más que el arrepentimiento del hijo.
La felicidad surge de la unión, del abrazo, de la restauración del amor. Y explica a todos que creía que su hijo estaba muerto (¿física o moralmente?) y en cambio está vivo.
La alegría se contagia: todo el grupo danza y come y festeja la reunión familiar, el triunfo de la armonía entre los hombres.
Pero de pronto regresa el hermano mayor. Seguramente ha sido un joven mucho más sumiso y respetuoso que su hermano. De hecho, regresa tarde, del campo, de trabajar. Es un hombre ordenado y fiel a las normas.
Y no comprende qué sucede, por qué se hace fiesta, si ese día es una jornada normal y no una fiesta tradicional judía.
Cuando se percata de que es su hermano el que ha vuelto y que el padre le rinde homenaje, además de perdonarlo, el hijo mayor se ofusca.
Él siempre ha cumplido la ley. No puede perdonar al hermano.
Pero el padre le da una formidable lección: "lo he hallado". El silencio del hermano mayor ante las sabias palabras del padre significa quizás reflexión, quizás aturdimiento, pero en todo caso, no se rebela, acepta las razones del padre.
El padre es un ser misericordioso y enseña al hermano mayor a serlo.


MISERICORDIA SIGNIFICA "PONER EL CORAZÓN EN EL LUGAR DEL OTRO" (CORD=CORAZÓN)


Para sentir misericordia es imprescindible renunciar al egoísmo y permitirse saltearse las rígidas normas sociales por momentos,
Jesús pide libertad de pensamiento para permitir hacer entrar el amor en las relaciones humanas.
Con esta parábola Jesús confirma la idea de la necesidad del arrepentimiento sí, pero también del perdón. El pecador puede perderse, pero también puede encontrarse: para eso necesita la ayuda del hermano, del prójimo, de Dios.



Las parábolas ¿son una alegoría?




La alegoría es un sistema coherente de metáforas. Podría decirse que las parábolas de la misericordia constituyen una alegoría.
En ellas encontramos los siguientes elementos:

1) alguien que pierde algo valioso y en función de su actitud lo recupera (pastor-mujer-padre)

2) algo que se separa del grupo (oveja, moneda, hijo)

3) reencuentro final y alegría (pastor con pastores, mujer con vecinas, padre con sirvientes)

Podemos interpretar a (1) como Dios, a (2) como el pecador que se pierde y se arrepiente y a (3) con el perdón.
En las dos primeras parábolas el festejo explícitamente se extiende al cielo. En la del hijo se finaliza con la voz del padre. Por lo que este padre es, más aún que el pastor y la mujer, identificable con Dios.
La gran diferencia entre las dos primeras parábolas y la última es que en esta es el propio pecador quien se arrepiente solo y retorna a Dios. Asimismo, el pecador es quien actúa, el hijo pródigo es el protagonista de la historia, que tiene un personaje ayudante (el padre) y personaje oponente (el hermano).
Al final, el objeto deseado (el perdón) se obtiene y la oposición del hermano parece desaparecer.
El hermano mayor podría ser una metáfora de los fariseos y escribas que se oponen al hecho de que Jesús se acerque a los pecadores.