Leonor Izquierdo 1894-1912
Análisis de "A un olmo seco"
Título
Es un título que no entra
dentro de la tradicional clasificación “epónimo”, “emblemático” y “simbólico”,
porque parece en verdad una dedicatoria, un pequeño texto que a veces acompaña
a otro y que adelanta que se va a realizar un canto, elogio, o agradecimiento a
alguien valioso. A veces los poemas que cumplen esta función se llaman “odas”. Pero el título como
siempre adelanta información, y así el lector sabe que se va a alabar un árbol
“seco”, es decir, que se está muriendo. Hay una paradoja en elogiar a un ser
vivo que se halla en tránsito hacia la muerte, en plena decadencia. La primera parte del
poema es una descripción minuciosa del árbol. Y lo curioso es que para ello
Machado utiliza la forma de un soneto, es decir, dos cuartetos y dos tercetos.
Primera estrofa: un
cuarteto
El primer cuarteto
explica objetivamente la situación presente del árbol, cuya vida ha sido
aniquilada por un elemento arbitrario de la naturaleza , el rayo. Sin embargo,
y ese parece ser el motivo de la alabanza, a pesar de la destrucción, el árbol
puja por vivir y con la primavera le han salido unas “hojas verdes”. Así
aparece al inicio del texto una alusión a la esperanza, al milagro azaroso de
la vida.
Al olmo viejo hendido,
por el rayo y en su mitad podrido con las lluvias de abril
y el sol de mayo algunas hojas verdes le
han salido.
Este comienzo es casi in
media res, lo peor ya sucedió. El rayo (símbolo desde la mitología griega de
fuerza y de poder) ha partido un árbol que ahora no es considerado “seco”, sino
“viejo”. Así, los adjetivos van siendo cada vez más amables dirigidos al olmo,
pues en realidad, calificar a un árbol de “viejo”es considerar su fortaleza y
porte. La vejez de un árbol es un atributo positivo, si bien este olmo también
está “hendido”, y “en su mitad podrido” El adjetivo “podrido”por
cierto no es nada poético, pero el yo lírico, que observa de cerca el árbol,
quiere ser rotundo y no eludir la grave situación en que se encuentra el árbol. En la naturaleza nadie es
inmortal y también los árboles perecen. Este olmo, antes de morir, parece tener
aún la capacidad de producir hojitas verdes. Esta antítesis entre lo podrido y
lo vivo llama la atención del yo lírico, que se ha detenido en el camino a
observar este fenómeno, que luego calificará de "milagro”.
El árbol. Símbolo
ancestral
Desde antiguos mitos a
religiones, pasando por pueblos y sociedades, el árbol ha sido un emblema de la
vida, muy unido a la existencia humana. El árbol de la sabiduría está en el
Génesis de la Biblia, pero también hay un árbol en la representación del mundo
de los vikingos. En Paraguay, está el
árbol de Artigas, un jacarandá bajo el cual Artigas ya anciano buscaba su sombra. El árbol
destruido por los bombardeos nazis en la ciudad vasca de Guernika, es un
símbolo de la masacre que allí se perpetró y que inspiró a Picasso en su obra
maestra. El árbol tiene un vínculo
con los cuatro elementos esenciales: el agua, la tierra, el aire y el fuego.
Sus hojas reciben la lluvia, pero sus raíces beben savia. Donde no hay árboles
se genera un desierto. Las profundas raíces de un árbol están en contacto con
la tierra generosa, de ella se hiergue recto, como el cuerpo humano. La
verticalidad de un árbol genera una impresión de rectitud y nobleza. Su copa es un hogar para
múltiples animales, pero también ofrece
sombra y refugio a las personas, además de frutos y flores. Al estar en
perpetuo crecimiento da la impresión de que se eleva hacia el cielo, y como las
catedrales, es un signo de espiritualidad. El árbol está unido
también al fuego, pues es gracias a su madera que los seres humanos
descubrieron y domesticaron al preciado elemento que les permitió darse calor , luz en la noche y preparar
alimentos. Los árboles, cuanto más
años tienen y su tronco es más grueso, y su copa más tupida, generan más
admiración. La Humanidad aprendió a
plantar árboles, pero a menudo la propia Naturaleza los ofrece espontáneamente:
es el caso de este olmo que descubre el yo lírico, árbol autóctono español que
nació hace más de cien años a orillas del Duero, un río que atraviesa Castilla.
Segundo cuarteto
¡El olmo centenario, en
la colina Que lame el Duero! Un
musgo amarillento Le mancha la corteza
blanquecina Al tronco carcomido y
polvoriento.
Aquí se observa que la
voz del yo lírico sube de tono, exaltado. Los signos de exclamación se utilizan
para expresar emoción. ¿Qué lo ha conmovido al yo lírico? Por un lado el hecho
de que el olmo es venerable, tiene más de cien años, tiene más longevidad que
el ser humano. También la maravilla de la unión entre río y mundo vegetal, pues
el olmo ha nacido porque hay una colina que “lame el Duero”. El río está personificado y con una metáfora
se habla de la humedad y la vitalidad que como un gran padre protector brinda
el río a a su alrededor. La admiración hace que el
yo lírico se acerque cada vez más al árbol y lo describa con lujo de detalles.
Pese a haber resistido más de cien años, ahora el olmo está cubierto de musgo
“amarillento”y la corteza está “blanquecina” y “polvorienta”. Obsérvese el uso de
adjetivos a los que se les ha anexado sufijos ( partículas que se colocan al
final para dar un matiz a la palabra) , negativos: –ento, -cina y –iento se
usan para agudizar estados de enfermedad o decadencia. No obstante, y pese a la
antítesis entre las hojas verdes nuevas y el musgo que se asocia con lo
putrefacto, el viejo y herido árbol aún alberga vida. Una vida secreta de
hongos e insectos que descubre el atento yo lírico, y que es vida al fin. “Nada se pierde, todo se
transforma”parece que dijera Machado con su árbol. Todo es vida. Por eso en los
tercetos del soneto el yo lírico tiene el valor de igualar la vida de un pájaro
de bello cantar (el ruiseñor), con las hormigas y las arañas. Se realiza una afirmación
de lo que el árbol ya no será a través de una comparación negativa.
No será, cual los álamos
cantores Que guardan el camino y
la ribera Habitado por pardos
ruiseñores.
La comparación muestra la diferencia entre el olmo y los álamos, que estarán llenos de pájaros y
cantos. Recuérdese que en la tradición poética el ruiseñor es símbolo de la alta
poesía. Este viejo árbol
albergará otros animalitos, seguramente menos poéticos, pero muy trabajadores y
sistemáticos, como esos insectos que ahora descubre tan voluntarioso el yo
lírico.
Ejército de hormigas va
trepando Por él, y en sus entrañas,
Urden sus telas grises
las arañas.
Ni las arañas ni las
hormigas son animales que simbolizan la belleza, pero sí el trabajo, la
paciencia y el esfuerzo. Y allí están, muy vivos, en el olmo que los alberga y
les da casa y cobijo. En este segundo terceto
se observan varias aliteraciones: resuenan la “r”y la “ñ”, que se repiten, para
mostrar con su sonido el incesante trabajo de los insectos. Pero entonces el soneto
termina para que el poema se convierta en un canto emocionado dirigido a un “tú”,
y el yo lírico le hable al árbol que, si bien no puede contestarle, parece
escucharlo, mudo.
El deseo del yo lírico
¡Antes que te derribe,
olmo del Duero, Con su hacha el leñador,
y el carpintero, te convierta en melena de
campana, lanza de carro, o yugo de
carreta, antes que rojo en el
hogar, mañana, ardas en alguna mísera
caseta, al borde del camino, antes que te descuaje un
torbellino y tronche el soplo de las
sierras blancas olmo, quiero anotar en mi
cartera la gracia de tu rama
verdecida!
En este diálogo imposible
con el árbol el yo lírico se proyecta al futuro y reflexiona sobre el destino
del árbol. Es indudable que morirá, que terminará su ciclo vital. ¿Pero cómo? Preguntarse eso es como
si el yo lírico se preguntara sobre su propia muerte. Nadie tiene esta
respuesta, pero el poema baraja distintas hipótesis. Hechos que sucederán, en
algún momento, y antes de que sucedan, el yo lírico quiere escribir sobre este
árbol. Es importante la anáfora
del adverbio antes, que se repite a comienzo de verso tres veces, para indicar
la urgencia de hacer algo porque al árbol le queda poco tiempo de vida. Es entonces que aparece
aludido el ser humano, pero no cualquier persona, sino aquellos que pueblan el
campo y que pertenecen al mundo del trabajo. Es retratado en su vida cotidiana
el sufrido pueblo español, que cuando Machado escribe este poema era aún muy
pobre. Son varios los oficios
aludidos, explícita e implícitamente, que usarán ese árbol para la vida. Se
mencionan explícitamente el leñador y el carpintero. El leñador es un oficio
para el que se necesita no solo fuerza sino también destreza y conocimiento de
los árboles. El oficio de carpintero es uno de los más antiguos del mundo,
Jesús era carpintero como su padre, José.
El carpintero de un pueblo del campo profundo en ese mundo rural
hará múltiples objetos, pero Machado elige la “melena de campana” , la “lanza
de carro”, y el “yugo de carreta”. Objetos vinculados al duro trabajo: la
campana es tocada por el cura para despertar al pueblo, no solo se va a misa
sino también a trabajar. La lanza de carro es el palo que une la estructura de
las ruedas, y evoca a todos aquellos que trasladan en carro los productos
agrícolas.
El yugo de una carreta es
un instrumento muy fuerte y pesado para sostener el arado que sujeta la cabeza
de dos bueyes: así se labró la tierra durante siglos antes de la invención del
tractor. Pero también el olmo
puede llegar a encender el fuego de una cocina, del hogar o fogón con que se
calienta la familia y donde las mujeres cocinan sus guisos que luego
alimentarán a todos.
Pero toda esta
enumeración y alusión a trabajos termina en “mísera caseta”: el diminutivo , - eta
supone una casa muy precaria y humilde, pero el adjetivo mísera habla de
penurias, quizás de hambre. El olmo puede ayudar a
los seres humanos pobres a trabajar, a vivir.
El último oficio aludido es el de escritor, que lleva siempre consigo una "cartera", un poeta caminante, que porta una libreta donde tomar anotaciones ante las sorpresas que le surgen en el camino, como las ramas verdes del olmo casi muerto.
Conclusión
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida
otro milagro de la primavera.
Los últimos versos del poema unen el texto y el contexto. El plano autobiográfico se manifiesta de lleno y se une al paratexto final (Soria, 1912), espacio y tiempo del drama de la pareja Antonio Machado-Leonor Izquierdo, a quienes la enfermedad y la muerte separó en plena dicha.
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