domingo, 17 de marzo de 2019

LAZARILLO DE TORMES: Tratado I y II



Análisis del inicio del Tratado I: Nacimiento de Lázaro


La novela se inicia con la voz en primera persona de un hombre, Lázaro, que cuenta la historia de su vida. Antes de relatar su infancia explica su nombre, que es significativo. A pesar de que sus padres, ambos molineros, se llamaban Tomé González y Antona Pérez, él ya no usa sus tan comunes apellidos, sino un sobrenombre, con el cual todos lo conocen: “de Tormes”.

El río Tormes atraviesa la aldea, el pequeño pueblo rural, donde nació Lázaro, pero en realidad él no tomó su nombre por su lugar de origen, como otros personajes famosos de las novelas de caballería, sino por el modo en que nació.
La madre estaba preñada, a punto de parir, y sin embargo una noche se hallaba en la aceña, en la maquinaria del molino que funciona a partir de la fuerza del agua del río. Lázaro, casi chistoso, cree que nacer en el río es algo memorable, entonces parece estar orgulloso de su origen y su sobrenombre. Pero en realidad lo que cuenta el personaje es muy preocupante desde el punto de vista social, porque una mujer trabajadora del siglo XVI, embarazada, parece estar haciendo tareas en plena noche.
Es posible detectar mensajes ocultos transmitidos por el anónimo autor que escribió este librito, tras las palabras del narrador y personaje Lázaro. El nombre Lázaro en sí mismo parece ser una burla de un relato de los Evangelios, en el cual Jesús resucita a su amigo Lázaro en uno de sus más conocidos milagros. El protagonista del Lazarillo de Tormes jamás parece tener ayuda de Jesús, pero  sí estará muchas veces al borde de la muerte, porque sus amos lo matarán de hambre y lo matarán a palos.
Otra alusión religiosa que puede adivinarse es la de haber nacido en el río. ¿De qué se burla el escritor¨¿De Moisés, que siendo bebé flotó en una canasta en el río? ¿O se burla del rito cristiano del bautismo?

El padre y la madre de Lázaro


Lo cierto es que Lázaro desde su origen padece pobreza. Y sufrimiento. Cuando contaba 8 años, es testigo de una tragedia en su hogar, el molino. A su padre le achacan (le atribuyen) “sangrías” en las bolsas o costales de trigo. Los campesinos llevaban el cereal y el molinero lo convertía en harina, pero muchas veces se sospechaba que robaba harina para hacer su pan. Al padre de Lázaro lo culpan, creen que es el autor de “tajos” en las bolsas, pero no así el narrador, que nunca deja claro si el “confesó y no negó” de su padre se debe a los malos tratos recibidos por los encargados de la justicia.
Es extraño que después de quince años de trabajar en el molino un obrero robe tan burdamente harina, cortando la bolsa y sin volverla a coser, pero el hecho es que Tomé González es condenado, preso y luego desterrado. Pierde todo, y debe emigrar a tierras que no conoce. El pobre molinero termina siendo encargado de cuidar las mulas de un noble que se va a la guerra. Así, sin quererlo, participa en una batalla naval contra moros y muere.
La madre ya no puede quedarse en el molino ni trabajar allí.  Se muda a la ciudad cercana de Salamanca, una ciudad muy conocida por su Universidad, donde conviven ricos y poderosos nobles y también estudiantes que intentan sobrevivir como sea. Antona Péres es evidentemente una mujer que está acostumbrada al trabajo duro: se pone a cocinar para estudiantes y a lavar ropa para mozos que cuidan caballos. Luego sabremos que también cría gallinas porque vende huevos.
La caballeriza adonde concurre en su oficio de lavandera está poblada de mozos, de hombres que allí viven cuidando los caballos, seguramente de raza, del comendador de la Magdalena, un militar noble y evidentemente, muy rico.

El Zaide




Puede que en ese oficio de lavandera la madre en las caballerizas haya tenido oportunidades de prostituirse, pero lo cierto es que uno de los cuidadores de los caballos se enamora de ella y va a visitarla todas las noches a la casa. En realidad, se forma una pareja sin el voto sagrado del casamiento. El enamorado no es un príncipe azul, es un africano de piel muy oscura que trabaja como esclavo para el Comendador. Ya en ese entonces los europeos raptaban africanos para traerlos a Europa a realizar los más duros oficios.
El moreno, a quien llaman Zaide (señor en árabe), es evidentemente una presencia positiva en la vida de Lázaro. Aunque  al principio el niño le teme dado que nunca en su vida ha visto un africano (Lázaro era del  campo), y le impresiona el color del amante de su madre y sus facciones, luego explicita que lo quiere. El Zaide se gana el corazón de esa mujer viuda y ese huerfanito, porque los provee de pan, carne y leños. Cada uno de estos “regalos” son un símbolo positivo: el pan evoca la caridad cristiana, la carne era un alimento privativo de los nobles, los leños encendían un fuego que aunaba a la familia y daba luz y calor. A través de esta imagen se muestra la recomposición de la familia en la vida de Lázaro.
Esta armonía y esta paz aumentan con la llegada del hermanito “un negrito muy bonito”, que genera juegos y risas, y hasta bromas por parte del narrador, como el “Madre, coco” con que se ve asustado al bebé.
Pero la felicidad dura poco. El Zaide es acusado de una serie muy larga de robos. A diferencia de lo sucedido con Tomé González, aquí no cabe ninguna duda: el esclavo africano se lleva del palacio del comendador a la casa de Antona cebada, salvado, leños, mantas, sábanas, cepillos para asear los caballos y hasta sus herraduras para revenderlas.
Pero el negro esclavo no tarda en ser delatado ante los ojos del mayordomo jefe. Los robos nuevamente son investigados y castigados, pero ahora se usa a Lázaro, a un niño, y se lo obliga con amenazas a que delate a sus padres.
Zaide recibe un terrible castigo, propio de esclavo: es azotado y sus heridas son rociadas con pringue, con grasa hirviendo. Es un castigo reservado a los esclavos rebeldes y se sugiere una muerte lenta y dolorosa. A la madre de Lázaro, a quien se la considera cómplice, también se la azota y se la lleva por la ciudad en un burro mientras el pregonero grita su delito “el centenario.”
El peor castigo para la madre es no poder cuidar al Zaide mientras este agoniza, y una vez más Antona se queda sin trabajo (no puede entrar más a las caballerizas) y resuelve mudarse en busca de trabajo.
Lo consigue en el Mesón de la Solana, un lugar donde pernoctan los caminantes y sus burros y caballos. Suponemos que allí limpia lo que ensucian los hombres y las bestias, su trabajo es cada vez más humillante y mientras padece “mil importunidades”, cría (amamanta) al hermanito de Lázaro. Este la ayuda trabajando como mandadero de los huéspedes del mesón.

Anticlericalismo

Pero el Lázaro adulto, el narrador que cuenta la historia muchos años después, no condena ni a su madre ni a su padrastro por robar. Es un hecho que el mundo está lleno de ladrones, por ejemplo, él menciona “los clérigos y los frailes”. Efectivamente, los curas eran considerados por el pueblo como ociosos ladrones, porque usaban el dinero de las limosnas recogidas por la Iglesia para pagar sus vicios sexuales “sus queridas”, “sus devotas”.
Con esto Lázaro denuncia la corrupción e inutilidad de los integrantes de la Iglesia, que si bien habían hecho voto de castidad no lo respetaban y usaban el dinero de los pobres para sus propios placeres.
El narrador compara al Zaide con esos curas y frailes corruptos siendo el Zaide  muy superior a ellos. Roba a un rico (el Comendador), que trata mejor a sus caballos que a sus trabajadores, y roba solo por amor, para que a su familia no le falte comida y calor.




Tratado II: Los amos de Lázaro



A lo largo de su vida Lázaro tendrá nueve amos, irá cambiando sucesivamente de patrón buscando un mejor salario (comida) y menos golpes.
Pero los primeros tres amos son aquellos que más lo marcan: el ciego, el clérigo  y el escudero. Con ellos permanece un buen tiempo pero pasa un hambre atroz. Ninguno cumple con el pacto de salario por trabajo. Le deberían pagar con comida pero lo matan de hambre, y con cada uno, la situación empeora.
El ciego
La madre y Lázaro conocen al ciego en el Mesón de la Solana. Parece tener el oficio de mendigo profesional, que va por los caminos pidiendo limosna. Necesita un guía y Lázaro, que es un niño muy inteligente, al ciego le parece muy adecuado.
La madre está de acuerdo con que su hijo "ya mozuelo", trabaje con él: lo ve como un "buen amo". ¿Qué daño podría hacerle a su hijo un anciano ciego?
Pronto lo sabremos. Luego de la desgarradora despedida con la madre, Lázaro se va con su amo de Salamanca. La ganancia no era suficiente, quizás porque los estudiantes no daban limosnas.
En cuanto parten, el niño descubrirá la verdadera naturaleza del amo: es cruel.

¡Cuánta hambre!



Lázaro ha abandonado al golpeado ciego al final del tratado I sin saber si había quedado vivo o muerto. Entonces trata de alejarse por temor a ser perseguido.
Necesita un nuevo amo para ganar su sustento, pero en la medida que no lo encuentra, pide limosna. Así es como “sus pecados” lo topan con un clérigo, que aparentemente le ofrece un puesto de monaguillo.
Recuérdese que quien cuenta la historia, el narrador, es Lázaro adulto, y conoce el devenir de los acontecimientos. Con el nuevo amo, todo va para peor: “Salí del trueno y caí en el relámpago”.
Con esta metáfora Lázaro compara a sus dos primeros amos, que se caracterizan por múltiples pecados. El pecado que más afecta a Lázaro es la avaricia, porque este nuevo amo, más aún que el ciego, lo va a matar de hambre.
En la presentación del ciego del Tratado I nos había dicho que este era avariento; ahora, comparado con el clérigo, era un Alejandro Magno (nótese el juego de palabras : magno-magnánimo, o sea generoso).
El clérigo es la avaricia misma. En su presentación se utiliza la descripción del espacio que lo rodea para que comprendamos a los extremos de tacañería a que llega este cura.
La casa y los objetos dicen mucho. El vacío y la ausencia de alimentos es notoria: tan solo llama la atención un arcaz, un baúl “triste” y viejo de madera que guarda los tan tiernos panecillos que la Iglesia debería repartir entre los pobres.
El cura los roba de la Iglesia –ya nos había advertido Lázaro de ello cuando justificaba los robos de Zaide- y los guarda en su casa bajo llave.
En la conducta del clérigo se ve su mundo interior: es un monstruo de egoísmo, aunque Lázaro no sabe si nació así o se contagió por ser parte de la Iglesia.
Tanto el arca como la llave son también símbolos religiosos (la Biblia habla del arca de Noé, y es conocido el tema de las llaves de San Pedro para acceder al Paraíso).
Pero aquí el arcaz y las llaves pintan el retrato de un ser avaro que tiene los panes guardados para sí como si fueran un tesoro.
¿Cómo puede sobrevivir Lázaro con un amo tan miserable? El niño se ve siempre con un pie en la sepultura, pues lo único que le ofrece como comida-salario el amo es una cebolla cada cuatro días. Las cebollas (comida del pobre en aquellos tiempos españoles) son guardadas por el miserable cura como si fuera un alimento lujoso. Una ristra de cebollas está bien guardada y contada en un cuartito en lo alto de la casa.
El cura se burla del hambriento Lázaro: cuando le permite ir a buscar su cebolla al darle la llave le dice que “no hagas sino golosinar”.

¿Cómo lograr comer y por lo tanto, vivir?




Lazarillo es muy inteligente y ha aprendido muchos trucos trabajando con el ciego, pero esa experiencia no le sirve con este amo, que cuenta la comida, que no pierde de vista las monedas de las limosnas y que come una exacta cantidad de carne en el almuerzo y cena. No puede hacer “sangrías” a nada, no puede robar.
Hay una excepción a esta vida tan ascética que parece llevar el cura: los sábados, manda a Lázaro a la carnicería a que le compre una cabeza de carnero. El propio cura la guisa y la come; por medio de una enumeración, el narrador cuenta cómo el clérigo devora todo: lengua, sesos, ojos, carne de la quijada, del cogote. Lázaro lo observa mientras el hambre se le hace insoportable: espera que su amo le tire los huesos. Como a un perro, le deja los roídos restos burlándose con crueldad: “Toma, come, triunfa, mejor vida tienes que el papa”.
El cura también en los velorios “comía más que un lobo y bebía más que un saludador”. Con estas comparaciones el narrador comprueba que el cura es voraz y disfruta la comida y la bebida, siempre y cuando no deba pagarla él.
Lazarillo entonces reza para que mueran los enfermos y aquellos que reciben la extremaunción, porque sabe que es la única oportunidad para comer y no morir él mismo.
Pero no es suficiente: el pobre Lázaro está tan desnutrido que sus piernas no lo sostienen, y ni siquiera se siente con fuerzas para escaparse como lo hizo con el ciego.
La crítica anticlerical es en este episodio implacable: evidentemente el anónimo autor del Lazarillo, tal vez un erasmista, tal vez un converso, creía que la Iglesia era todo lo contrario de lo que predicaba.

Ratones, culebras y un niño hambriento




Siendo mozo del cura Lázaro siente que en cualquier momento termina en la sepultura. Ya desde el inicio del tratado el narrador (Lázaro adulto), nos ha advertido metafóricamente que su amo es "un relámpago", el niño está entonces siempre al borde de la muerte. Haciendo honor a su nombre, un muerto viviente, siente que su delgadez extrema no le permite ni siquiera escapar.
En esos negros momentos, un día en que el clérigo se ha ausentado, Lázaro escucha que por la calle pasa un "angélico" calderero, que parece traído por la mano de Dios. En efecto, este nuevo personaje que tiene un oficio miserable -vende chatarra, cacharros y llaves viejas en forma ambulante- le va a permitir abrir el arca donde el avaro guarda los panes.
Lazarillo y el calderero prueban muchas llaves, ninguna abre, hasta que de pronto el arcaz levanta su tapa y se produce el milagro: Lázaro ve los panes que parecen irradiar luz, nos dice con una metáfora la intensa sensación de felicidad que tuvo: vio en los panes "la cara de Dios".
El autor del Lazarillo en todo este episodio realiza una sátira contra la misa y la Última cena: el cuerpo de Cristo, simbolizado en la Biblia por el pan compartido, ahora es representado por un pan robado a los pobres, guardado en un arca por un avaro, descubierto por un par de pillos y devorado por un hambriento niño ladrón.
Este "paraíso panal" se hace desear: Lázaro teme  que el amo se percate de la falta de los panes y no se permite comerlos, solo mirarlos, pero una vez que come, ya no puede renunciar a él. El cura, como cuenta los panes, es el gran oponente en la prueba donde nuestro héroe debe triunfar.
¿Cómo volver a comer ese milagroso pan que devuelve la vida? El hambre agudiza la inteligencia de Lázaro y este inventa un truco: roe los panes y luego cierra la vieja arca para que el amo crea que han entrado ratones. Efectivamente, el clérigo cree que una invasión de ratones se ha cebado en "nuestro pan".
El cura tan poderoso en ocasiones es visto ahora como un pobre infeliz que teme a unos ratoncitos, lo cierto es que le da a Lázaro las partes "roídas", volviendo a burlarse del niño hambriento: "come que el ratón cosa limpia es".
Pero ni las trampas que coloca dentro del arca, ni los clavos y tablitas con que la blinda y tapa todos los agujeros pueden con la habilidad de Lázaro para robar pan fingiendo que se trata de ratones. El cura se pasa durante el día claveteando el arca y Lázaro de noche haciéndole agujeros con un viejo cuchillo: se produce una muy divertida competencia, una de las tantas de la "carrera del vivir".
Cuando un vecino le dice al cura que quien se come el pan no debe ser un ratón sino una culebra, el cura parece enloquecer del todo. Pasa las noches en vela con un garrote en la mano, deambulando por la oscuridad, tratando de protegerse (y cuidar su pan) de la culebra, que trae a la memoria el terrible diablo bíblico metamorfoseado en serpiente.
Lázaro a todo esto logra comer, pero debe esconder la llave porque la búsqueda de la culebra se ha tornado muy peligrosa. Por las noches, se mete la llave en la boca porque el cura hasta revuelve las pajas donde el pobre niño duerme pensando que la culebra se mete allí.
Una noche, los ronquidos de Lázaro al pasar por el agujerito de la llave hacen un extraño chiflido. El cura, en la oscuridad, cree que está silbando la culebra y da un garrotazo terrible al lugar de donde proviene el chillido.
El cura sabe que allí abajo estaba Lázaro: pero su ausencia total de piedad le hace dar el garrotazo con todo su furor. Cuando palpa la sangre de Lázaro va a buscar una vela y así descubre que en la boca del descalabrado niño está una llave que abre perfectamente el arca.
Cuando Lázaro despierta, tres días después tras un terrible desmayo, se encuentra con la cabeza vendada y el cura mirándolo burlonamente: así se entera que el clérigo ya ha cazado a los ratones y culebras, es decir, el cura ha descubierto que el ladrón era Lázaro.
El siniestro amo lo expulsa haciéndose la señal de la cruz, como si el niño fuera un demonio: "No es posible sino que hayas sido mozo de ciego".
Así, el pobre Lázaro repite la historia de hambruna, porrazos en la cabeza y una vez más, deberá "valerse por " sí mismo, pues solo está.



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