lunes, 23 de octubre de 2017

EMMA ZUNZ, de Jorge Luis Borges


JORGE LUIS BORGES (1899-1986)




Sus temas obsesivos




1) La realidad humana está llena de símbolos.
2) Todo acercamiento a la realidad es una hipótesis, una conjetura.
3) Toda realidad es inaprensible: al no poderse conocer, realizamos esquemas para entenderla.
4) Es obligación de los seres humanos plantearse esquemas para entender el universo, aunque sean provisorios.
5) Un instante resume la vida completa de un ser humano. Porque hay un momento en el cual se comprende el propio destino.
6) La realidad se parece demasiado a la literatura, la ficción se parece demasiado a la verdad, hay veces que se superponen y confunden.
7) El laberinto es el símbolo que mejor representa el universo.
8) Todo ser humano es dos seres humanos. Somos uno y lo contrario también. Convivimos con nuestro propio doble.
9) El mundo es percibido como un sueño.
10) La vida es una intrincada concatenación de causas y efectos.
11) Los seres humanos estamos condenados a la memoria, el olvido no es posible.
12) El universo es un sistema de espejos donde todo se reproduce hasta el infinito.
13) La existencia humana tiene mucho de caos, el individuo parece estar perdido en un laberinto.
14) “Un hombre es todos los hombres”: cada ser humano concentra en sí a toda la Humanidad.
15) La vida puede ser entendida como un libro ya escrito y el universo como una biblioteca infinita.


"Emma Zunz", de Borges



Presentación de la historia

El cuento comienza con una fecha precisa: 14 de enero de 1922. Es un día al que a una joven argentina de ascendencia alemana, le cambia la vida para siempre.
Ese día recibe una carta, de alguien que no conoce, proveniente del Brasil. La carta le informa que un hombre – Maier- se ha suicidado. Pero ella sabe muy bien que el muerto no se llamaba así, sino que tenía un nombre muy similar al de ella, Emmanuel Zunz. Era su padre, un prófugo que había cambiado su identidad.
Así se devela, de golpe, la profunda soledad de Emma. Su amado padre estaba escondido en algún lugar fronterizo, como si fuera un delincuente. Luego el narrador nos explica que, su padre, “el último día le había jurado que el ladrón era Loewenthal”.
Con pocos datos, el narrador (omnisciente, externo, que parece conocer muy a fondo la historia), mientras presenta el dolor de Emma ante la muerte de su padre brinda también a través de pocos detalles una relación de tres: el culpable, Aarón Loewenthal (antes gerente y ahora dueño de la fábrica, y verdadero autor del desfalco), la víctima , Emmanuel Zunz, (el cajero acusado de estafa) y ella, Emma, hija de la víctima y subordinada del culpable, pero que se va a erigir en jueza y verdugo: siente el deber de ser la encargada de ejecutar la justicia que los hombres no han sabido impartir.
Así, con un simple papel, con meras palabras, se desencadenan acontecimientos graves. La palabra adquiere una importancia de hecho demostrable. La verdad del padre se convierte en realidad absoluta. Y la muerte del padre deja de ser un suicidio de un hombre deprimido para transformarse en una muerte desencadenada por un ser despreciable, el traidor, Loewenthal, que en la mente de Emma merece ser castigado.
Emma llora la pérdida de su único afecto, pero también elabora un plan. El lector supone que ha decidido acabar con la vida del verdadero culpable del deshonor y muerte de su padre y de tanto dolor para ella.
El narrador va dosificando información sobre Emma, así, a través de los recuerdos del personaje (prolepsis), se indica también que esa chica que está urdiendo un plan siniestro, sin embargo, alguna vez tuvo una infancia feliz, que tuvo una madre, una casa, vacaciones junto al río. Ese pasado se perdió, y el tiempo se ha permutado en un solo instante: la muerte de su padre, como si esto fuera lo único que realmente le había pasado en la vida.
Hasta aquí, el lector puede pensar que la importancia enorme de esta muerte se debe al amor que le había tenido a su padre. Luego, comprenderemos que Borges maneja un sistema implacable de causas y consecuencias, por lo tanto, la muerte de Emmanuel Zunz será el factor determinante que hará que el cuerpo de Emma termine por ser ultrajado y que ella se transforme en una asesina.
Al terminar de proyectar el plan, Emma intenta disimular y comportarse como si nada hubiera sucedido. Es entonces que el cuento muestra la vida cotidiana que Emma ha tenido hasta ahora. Ha sido simplemente una obrera de 18 años, que vive sola en una pensión como tantas chicas inmigrantes en el Buenos Aires de la década del 20. Solo tiene amigas con las que va al cine y al gimnasio y jamás menciona la posibilidad de un novio, porque los hombres le producen terror.
Ese mundo rutinario se va a perder violentamente.
Su plan comienza a ejecutarse. Dice el narrador que Emma “ya era la que sería”. Con ello se siente la idea tan querida a Borges de que en todo ser humano se aúna toda la humanidad. “un hombre es todos los hombres”. La identidad no es una. Una persona puede ser todo lo contrario de lo que cree ser. Emma se va a transformar en otra. Hasta ahora, era una chica tímida, humilde, trabajadora, moralista. Era virgen.
Cuando ejecute el plan va a necesitar ser fuerte, capaz de mentir, de enfrentarse al mundo, de dar su cuerpo en sacrificio, de mentir y de matar.
Para eso necesita un “ayudante”. Lo elige: se fija en el diario y mira qué barco va a zarpar del puerto de Buenos Aires esa misma noche… Un marinero desconocido de ese barco la ayudará, sin saberlo, a cumplir su “objeto deseado”: la venganza





La complicación

El narrador no dice cuál  es el plan de Emma. Este relato, por cierto, tiene mucho de cuento policial, de misterio, género que le gustaba mucho al gran lector Borges.
En principio, a Emma se la muestra disimulando. Intenta que aquel día, el que serviría para su venganza ,(o desde su punto de vista para hacer cumplir la Justicia), parezca igual a todos. Nadie debe sospechar de ella.
Dos elementos aparentemente inconexos aparecen mencionados: uno, la búsqueda en el diario de los nombres de los numerosos barcos que se hallan en el puerto de Buenos Aires. Por fin encuentra uno que zarparía esa misma noche para Malmö, Suecia. Un barco cuyos marineros ya no estarían al día siguiente.
Por otro lado, concierta con Loewenthal un encuentro, supuestamente para delatar a sus compañeras de trabajo, que estaban planificando una huelga.
Entonces sale de su barrio obrero y se dirige al “infame Paseo de Julio”, un lugar de Buenos Aires asociado al trasiego de prostitutas.
Ella, sola, de quien el narrador nos ha dicho que los hombres le inspiran terror, se mete en esos bares de marineros donde se ejerce la prostitución. Deambula y se ve multiplicada por espejos, como si fuera otra. ¿Es que hay varias Emmas?
Emma encuentra a los marineros del barco nórdico, un  buque que ya no estaría al día siguiente. Y finge ser una prostituta más. Dos marineros son señalados por el narrador. Emma elige al más desagradable, para que “la pureza del horror no fuera mitigada.”
Luego el hombre la conduce por pasillos, por pasajes, como si detrás de él Emma estuviera recorriendo un laberinto. Los espacios son enumerados por el narrador con el polisíndeton y.
Cuando llegan a una habitación, la puerta “se cerró”. Es un instante determinante en la vida de Emma.
La joven de 18 años, al fingir que es una prostituta, mantiene una relación sexual que es vivida de modo doloroso y traumática con el desconocido. El momento es atroz, y en lugar de pensar que se trata de un mero  eslabón en la cadena de hechos que constituyen el plan, solo siente el horror. Por su cabeza pasa como un relámpago que su padre le había hecho eso mismo a su madre. Ese es el momento en que su padre empieza a dejar de ser su héroe, la víctima a la que hay que vengar. Es un hombre más. ¿Y si hubiese mentido al despedirse?
Cuando el marinero se va y deja el dinero, ella en repudio por la agresión sexual recibida lo rompe. Pero Emma ha sido criada en la religión y la moral, y a través del estilo indirecto libre el narrador omnisciente sugiere que Emma respeta el pan, el dinero, todo lo que se consigue a través del esfuerzo y el trabajo.
Luego se da prisa por vestirse y salir de allí. A pesar del asco que siente por su cuerpo, su plan debe continuar.
Trata en el tranvía de que nadie mire su rostro. Una culpa la consume, aunque en su plan ella se propone sacrificarse para poder vengar a su padre y restaurar la justicia.
Sin  embargo, el momento que vivió con el marinero la transformó. Ahora la víctima no es solo el suicida: el padre desterrado y perseguido.
Ahora la principal víctima es ella misma, con el cuerpo herido por un ultraje  no deseado, aunque voluntario. En definitiva, es el padre, y la necesidad de vengarlo  y de tener una coartada para su plan, quien ha ocasionado ese horror tan parecido a una violación. El narrador le llama ultraje.
Nada sucede como previó, del todo. El destino es imprevisible.
Ese hecho es la verdadera complicación, y cambia el destino del personaje. Ella seguirá viéndose como una vengadora, pero ya no de su padre, sino de sí misma.





El desenlace

Cuando Emma se dirige al encuentro del antagonista (Aarón Loewenthal), el lector tiene la impresión de que se acerca el desenlace.
Pero antes de contarlo el narrador ofrece un retrato psicológico de quién es el responsable supuesto de tanto dolor en la familia Zunz.
No se dan grafopeyas de él, pero sí etopeyas. Es un hombre solitario, pues vive en los altillos de la fábrica (antes era su gerente y ahora es su propietario). En verdad, desconfía de todos. Guarda un revólver en el cajón del escritorio. ¿Por qué? ¿Acaso teme que alguien quiera matarlo? ¿Es capaz de usar ese revólver? ¿Contra quién?
Vive sin mujer (es viudo, pero su mujer le dejó una cuantiosa herencia), y no tiene hijos. Parece no querer a nadie. Una reja y un perro que no cesa de ladrar muestran cuán inseguro es, se protege a él mismo y a su dinero. El narrador da indicios de que es un gran avaro.
Si abrió la reja y ató el perro, es porque cree que Emma Zunz viene a darle información sobre una huelga de las obreras de la fábrica.
Cuando Emma llega, el plan sigue su curso. La idea de Emma es pedirle a  Loewenthal vaya a buscar un vaso de agua y aprovechar su ausencia para sacarle el revólver del cajón. Luego, hacer el juicio que los seres humanos no supieron hacer. “He vengado la muerte de mi padre”, pensaba decir.
Como si no dudara de que el culpable de la muerte de su padre es Loewenthal, y por lo tanto, su asesino, entonces el "asesino" debe morir sabiendo que no es impune, oyendo antes su sentencia. Emma se cree un instrumento de la justicia de Dios y quiere demostrarle al hombre que odia que, tarde o temprano, la justicia llega.
Pero ante Aarón Loewnthal se le desbarata el plan. Casi olvida al padre. Necesita matar al hombre por el cual se dejó violar por el marinero. Qué importa que estuviera buscando una coartada. Loewenthal es el origen de la catástrofe que vivió el cuerpo de Emma. Se asiste a la aparición de un tema dilecto de Borges: las culpas se transmiten,  una culpa es causa y otra la consecuencia, se salta de una a otra.
Es tal la urgencia de Emma  por matar al "traidor" que dispara sin hacer el juicio que se proponía.  Cuando pronuncia las palabras meditadas... Aarón ya ha muerto.
Luego llega un final ¿cerrado o abierto? En este el narrador explica cómo Emma realiza una llamada telefónica y acusa a Loewenthal de haberla violado, por lo tanto se sugiere  que lo ha matado en defensa propia. "La historia era increíble, pero se impuso a todos porque sustancialmente era cierta", dice el narrador. Se supone que en 1922 el médico forense pudo constatar la violación.
Esa llamada dirigida a la policía se creyó, parece transmitir el narrador. Es que Emma está diciendo de alguna manera la verdad. Ha sido ultrajada, ella es una víctima, el gran culpable es Loewenthal.
Pero hay otra verdad: se ha convertido en una asesina. Y ha violado el gran mandamiento: “No matarás” y también “No levantarás falso testimonio.”
Se convierte así en la culpable absoluta del cuento.






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